Fernando Mires. Blog POLIS
Habría que ser iluso para esperar que en el mundo árabe hubieran surgido espléndidas democracias. No obstante lo que ahí está surgiendo es también promisorio. Ahí está teniendo lugar un dinámico proceso de politización. Al fin y al cabo también la democracia en Europa resultó de intensas luchas sociales, políticas y, no por último, religiosas. En otras palabras: la politización es condición de la democratización y no al revés.
Analistas escépticos argumentan que la politización árabe no pasa de la confrontación entre diversas fracciones islámicas, como demuestran los casos de Túnez y Egipto. Pero ¿no ocurrió lo mismo en la Europa pre-democrática? ¿No fueron las luchas entre protestantes y católicos razones que llevaron a adoptar la política como medio sustitutivo de confrontación? ¿No es todavía la religión un factor político en la lucha partidista?
No me voy a referir a Irlanda, donde la religión sigue siendo factor político de primer orden. Tampoco a España, donde el PP representa algunas propuestas vaticanas. Ni a Hungría, cuyo mandatario intenta rescatar el cristianismo medieval. Ni siquiera a Polonia, donde la Iglesia continúa siendo un "Estado sobre el Estado". Pensemos sólo en un país como Alemania donde la religión pareciera estar desterrada de la política. Allí, todos lo saben, hay más católicos en la Democracia Cristiana que en la Socialdemocracia del mismo modo como en la Socialdemocracia hay más protestantes que en la Democracia Cristiana. Eso quiere decir que en uno o en otro lado las iglesias actúan en el espacio político. La diferencia con el mundo islámico no reside por lo tanto en que la religión no tenga representación política sino que en Europa es implícita y en el mundo árabe, explícita.
Lo más decisivo es que tanto en Egipto, Túnez y Siria, la politización no tiene lugar entre diversas confesiones sino al interior de una sola: la sunita. Los “hermanos” y los salafistas egipcios son sunitas. “En Nahda”, partido gobernante de Túnez, es sunita, y las principales fuerzas del Consejo Nacional Sirio son sunitas. Todos estos partidos tienen como modelo “Justicia y Desarrollo” de Turquía, partido confesional y pro-occidental a la vez.
En los tres casos mencionados se trata de divisiones inter-confesionales. La importancia de este hecho es enorme, sobre todo si se toma en cuenta que la división y no la unidad es la condición esencial de la política. Eso quiere decir que las fracciones religiosas-parlamentarias deberán disputar la mayoría electoral. Ello las llevará a buscar alianzas, incluso al interior del electorado no religioso. Y esa es la sal de la política. También es el principio sobre el cual se fundamenta todo orden democrático. Así ocurrirá también en Libia si logra salir de sus enredos tribales y en El Yemen, después que su tirano hiciera abandono “voluntario” del poder. Sólo Arabia Saudita podrá conservar, gracias al petróleo y al ejército, un orden religioso pre-político.
Distinto es el caso de Irak. Allí la lucha no es inter-confesional sino “entre” dos confesiones: la sunita, cada vez más proclive al terrorismo, y la chiíta, apoyada desde Irán. Esa no es una lucha política, pues ni el chiísmo ni el sunismo lograrán quitarse electores entre sí.
La desastrosa situación de Irak es una prueba de la que fue aberrante política de Bush. Irak es uno de los pocos países de la zona en donde no ha habido levantamientos populares. Pudo haber sido el primero. A la hora de la invasión, Husein estaba muy debilitado. Por otra parte Irak era, en la región, el país en el cual el modo occidental de vida había penetrado más intensamente. Bush robó así, al pueblo de Irak, la posibilidad de haber hecho su propia revolución. Hoy Irak es un nido de terroristas y, por si fuera poco, un potencial aliado estratégico de Irán.
Algún día habrá que convenir en que las revueltas del mundo árabe fueron, en parte, un resultado objetivo de la inteligente política internacional de Obama. Política que puede ser denominada como “de-compresión”. Eso significa: los EE UU, al haber bajado la intensidad de su presencia han posibilitado que por primera vez las naciones árabes estén ocupándose con sus propios problemas; y son muchos.
La presencia activa de los EE UU mantenía unida a las fracciones religiosas y políticas del mundo islámico. Gracias al repliegue de Obama, en cambio, la política está llegando al desierto. Esa es la razón por la cual el gobierno norteamericano no intenta intervenir en Siria. Quizás el fin de la tiranía de Damasco será así más sangriento. Pero nadie podrá quitar a los sirios el mérito de haberse deshecho de su tiranía.
La politización árabe no sólo ha sido interna. La antes anémica Liga Árabe ha logrado erigirse como representante de intereses comunes a diversos gobiernos de la región. Si las cosas no marchan demasiado mal hacia el futuro, podrá darse la posibilidad de un triángulo convergente entre tres instituciones supranacionales: La Liga Árabe, la Unión Africana y la Unión Europea. Pero para que ese objetivo ─ por ahora utópico ─ sea posible, será necesario que el otro “imperio”, el ruso, emprenda también su retirada, lo que será mucho más difícil lograr que en el caso norteamericano.
Rusia ha sido el mejor aliado de las dictaduras militares del espacio islámico. Ayer apoyó a Husein, a Gadafi y hoy apoya a Bachar Al Asad. El proyecto atómico de Irán tiene, además, su mejor aliado en Rusia. Eso quiere decir que los problemas del mundo árabe no sólo están en el mundo árabe. Sobre ese tema hay mucho que pensar.
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