Thursday, February 2, 2012

La apuesta brasileña en Cuba

Eugenio Yáñez. DIARIO DE CUBA

Brasil acaba de superar a Inglaterra como sexta economía mundial, y dentro de poco dejará atrás a Francia. Solamente tendría por encima a Estados Unidos, China, Alemania y Japón. Ser quinta economía mundial, con una población cercana a doscientos millones de habitantes, es suficiente para considerase potencia mundial, aunque el país no se caracterice ni por su fortaleza militar global ni por involucrarse fácilmente en operaciones militares multilaterales en el resto del mundo.
Atrás de Brasil ya quedan Canadá, Italia, España, Holanda, Rusia, India, Australia, Irán, Belarús, Corea, y muchos más. No es que esta nación emergente vaya a superar a los cuatro primeros de la lista mundial, pero es significativo el extraordinario ascenso que ha logrado con su avance sistemático en el campo de la economía, comenzado desde la década de los sesenta del siglo pasado, con los gobiernos militares.
Nación emergente, Brasil comienza a ampliar su esfera de influencia y a establecer áreas de interés para su geopolítica: cualquier izquierdista furibundo podría llamarle “imperialista” si se tratara de otra nación, pero al país fundador del Foro de Sao Paulo con Fidel Castro y Lula da Silva no se le puede hacer una cosa así.
Fundamentalmente, desde el segundo mandato de Lula, Brasil mostró un marcado interés en involucrarse en el tema cubano, lo que fue visto por algunos como “traición” a los orígenes del sindicalista Lula da Silva. En cierto sentido, él se buscó esta valoración negativa, con su perenne cercanía acrítica al régimen de La Habana, su timorato comportamiento (encontrándose en Cuba) al momento de la muerte de Orlando Zapata Tamayo, y sobre todo, por sus desafortunadas declaraciones posteriores, comparando al mártir cubano con delincuentes comunes de Brasil.
Independientemente de las opiniones personales del ex sindicalista y la ex guerrillera Dilma Rousseff (también encarcelada y torturada por los generales), la élite brasileña y su establishement han visto en Cuba una excelente oportunidad geopolítica, donde quieren estar presentes, y bien posicionados, para “el día después”.
De ahí su cuantiosa inversión multimillonaria (más de seiscientos cuarenta millones) en la reconstrucción del puerto del Mariel y la creación de una terminal de contenedores, que en un escenario de levantamiento del embargo, y con la ampliación del Canal de Panamá, jugará un papel fundamental en el comercio norte-sur de las Américas.
De ahí la penetración recién anunciada en la industria azucarera cubana, donde el grupo Odebrecht desarrollará un “contrato de administración productiva” en el central “5 de Septiembre” de Cienfuegos. La misma modalidad con que los españoles comenzaron la penetración del turismo en Cuba hace años: no propiedad, sino “management”, administración, enseñar a los “indígenas” a dirigir. Siendo tan desastrosa la administración empresarial en Cuba, los brasileños obtendrán resultados muy satisfactorios comparativamente, lo que les permitirá expandir su presencia en el sector.
El azúcar es lo de menos. Esta expansión brasileña, además de asegurar exportación de cosechadoras y maquinaria agrícola hacia Cuba, creará condiciones para la producción de etanol, donde se considera que la Isla podría llegar a ser el tercer productor mundial, después de Estados Unidos y Brasil. De momento no se puede plantear, pues Fidel Castro se opone demagógicamente a esos proyectos, pero el dictador tiene 85 años, y en cualquier momento sobrevendrá “el día después”. En ese instante los capitales, la tecnología y la capacidad gerencial brasileña estarán presentes en la Isla, con ventaja sobre potenciales competidores.
De ahí, también, los proyectos de producción de soya — renglón en que los brasileños tienen amplia experiencia — y otros alimentos, más el crédito por 400 millones de dólares que acaba de otorgar Dilma Rousseff para la compra de productos en el mercado de Brasil. La visitante sabe que el mercado cubano es absolutamente deficitario y el país deberá, de una forma u otra, acometer la producción agropecuaria en gran escala y suprimir las importaciones de alimentos, para no quebrar más aún la economía, y Brasil quiere estar presente cuando se produzca el gran cambio.
Por eso la presidenta se reunió sonriente con Raúl Castro, visitó al ex dictador convaleciente, habló de cooperación y desarrollo, del interés en establecer una asociación “estratégica y duradera” con el Gobierno cubano, y dio apoyo implícito a las reformas del neocastrismo, a la vez que se escurrió en el tema de derechos humanos, señalando que de eso debe hablarse “en todo el mundo”, y que requiere un enfoque “multilateral”. Dijo que “El mundo necesita comprometerse en general, y no es posible hacer de la política de los derechos humanos solo un arma de combate político ideológico, el mundo necesita convencerse de que todos los países del mundo deben responsabilizarse, inclusive el nuestro”, cualquier cosa que eso signifique.
Con esas prioridades e intereses en juego para la élite brasileña, no quedaba espacio en la agenda de la Presidenta para temas de la disidencia, la represión policial, las Damas de Blanco o el viaje a Brasil de Yoani Sánchez. No es que sea moral haberlos soslayado ni mucho menos, pero para los capitales brasileños era demasiado arriesgado poner en juego sus intereses presentes y futuros por plantear cuestiones políticas y morales muy encomiables, pero no rentables.
Todos los capitales buscan, antes que todo, retorno de inversión y rentabilidad, a corto o largo plazo, según la estrategia adoptada. Los brasileños no son la excepción. Aunque los dos últimos presidentes del país hayan sido un ex tornero y una ex guerrillera, ambos son, antes que todo, representantes de los intereses de esa gran nación suramericana en expansión, no apóstoles de la libertad, la democracia y el Estado de derecho.
¿Cinismo? Nada de eso. Realpolitik, pura y dura. Nada más.

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