Diego Araujo Sánchez
La Asamblea Nacional aprobó otra resolución para la antología del disparate. Tomás Zevallos Vera, representante de Orellana, recordó que "el 8 de octubre, se cumplieron 44 años del asesinato de Ernesto Che Guevara, quien murió por sus ideales y proyectos revolucionarios, propio de jóvenes de la época, luchando contra el neoliberalismo de Margareth Thacher y la llamada revolución conservadora de Ronald Reagan". Y según informó la página oficial de la Asamblea Nacional, con 66 votos, el Pleno "condenó de forma categórica los hechos en los cuales las fuerzas represivas bolivianas detuvieron y asesinaron al revolucionario Ernesto Che Guevara, contrariando todos los convenios internacionales que sobre conflictos estaban vigentes".
Además de una resolución para el hazmerreír, es una señal de hasta qué grotescos errores conducen los lugares comunes. Blandir a troche y moche acusaciones clisés como las del neoliberalismo, prensa mediocre y corrupta y otras de esta laya conduce a simplificaciones y absurdos, como poner al Che con fusil en ristre contra la Thatcher y Reagan o silenciar la cobertura electoral en tiempos de campaña.
Solo esos votos de la Asamblea que aprueban sin sonrojo ese disparate pueden aceptar indiferentes el veto del Ejecutivo al Código de la Democracia, que impone a los medios de comunicación abstenerse "de hacer promoción directa o indirecta, ya sea a través de reportajes, especiales o cualquier otra forma de mensaje, que tienda a incidir a favor o en contra de determinado candidato, postulado, opciones, preferencias electorales o tesis política". También aquí la asociación remite al campo del absurdo: cuando son más necesarios el debate de postulados y tesis políticas, cuando se requiere una mirada más inquisitiva y amplia sobre los antecedentes y perfiles de los candidatos, se pone una mordaza a los medios para la cobertura electoral. El absurdo de ubicar al Che en la misma época que la ex primera ministra británica y el expresidente estadounidense quedan, al fin y al cabo, como disparates puros y simples; pero las reformas al Código de la Democracia lesionan un derecho básico, el de dar y recibir información, que garantizan la Constitución y los documentos internacionales de Derechos Humanos, y tendrán sin duda repercusiones en el curso del próximo proceso electoral. Se trata de un disparare y algo más grave aún. Sin embargo, los dos hechos tienen un trasfondo análogo: parten de lugares comunes y clisés con prejuicios generalizadores que llevan a aceptar indiferentes el sinsentido.
¿Quién definirá cuáles son los reportajes especiales y mensajes que pueden publicar los medios y cuáles no? ¿Con qué criterios se definirá si favorecen de forma directa o indirecta o se hallan en contra de los candidatos, sus postulados, y tesis políticas? El Consejo Nacional Electoral, árbitro poco confiable del proceso, tiene que reglamentar la inconstitucional disposición incorporada, para acentuar el absurdo al Código de la "Democracia", por el veto presidencial y el silencio obsecuente de los asambleístas del oficialismo.
Los dos hechos santificados por acción y omisión de la Asamblea bien pueden ingresar con honores a la antología del disparate.
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