Dios los cría y Fidel los junta
Alexis Jardines.
DIARIO DE CUBA
El
acercamiento táctico del régimen ― con la mediación del cardenal Jaime Ortega y
su grupo de apoyo ― al dinero del exilio se llama ahora
"reconciliación". Dentro de este panorama, la oposición política es
redefinida, atendiendo al último editorial de la revista Espacio Laical, como
"minorías rapaces, presentes en casi todas las partes del espectro
político cubano".
La
pregunta ante esto podría ser: ¿quieren el Cardenal y sus apóstoles laicos
usurpar el lugar de la oposición o desde Villa Marista se intenta recurrir al
prestigio de una institución sagrada para agrietar la credibilidad del
activismo político? Creo, sin embargo, que tal disyuntiva "tomaría el
rábano por las hojas". Lo preocupante aquí es el reparto ― en proceso ― de
cuotas de poder que estimula la cooperación y la alianza de la que estamos
siendo testigos y que merece un tratamiento aparte.
En
lo que sigue, repasaré tan solo la cortina de humo que la Iglesia ha levantado
a su alrededor.
El falso inclusivismo
Hay
dos poderes que no han dejado de competir por lo que, en términos modernos,
pudiera caracterizarse como el acceso al mercado de las almas. El
adoctrinamiento sistemático de esas almas es también una práctica esencial
compartida por ambos. Lo que define la relación de esas instituciones parece
ser, pues, el ganar adeptos y la necesidad de mantenerlos orbitando en torno a
sí. Ello se deja sentir, particularmente, en otras prácticas compartidas como
pudieran ser, por ejemplo, la compulsión a que el fiel (militante) reconozca
sus pecados (autocrítica), los procesos inquisitoriales (purgas políticas), la
promesa del Edén (la sociedad comunista sin clases ni Estado).
Todo
ello es sabido. Pero, en la Cuba de hoy ocurre algo novedoso: la Iglesia
comienza a posicionarse políticamente, pero asumiendo la retórica y la lógica
del poder revolucionario.
"Divide
y vencerás", ha sido la máxima acogida por la Revolución desde el mismo 1
de Enero de 1959, sino antes. La Revolución cubana ―sabido es― necesita de la
contrarrevolución, de la imagen del enemigo a tal punto que, de no existir,
tendría que inventarlo. En la temprana fecha de 1961, Fidel Castro llegó a la
formulación doctrinal de su proyecto, expresada en el conocido mandamiento:
"Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho".
El
carácter exclusionista de tal planteo salta a la vista: arruina la variedad del
panorama político nacional dividiendo a los cubanos, sin más, en
revolucionarios y contrarrevolucionarios, de tal manera que los últimos quedan
a priori estigmatizados. Esta reducción de toda la diversidad social en general
a la disyuntiva "revolucionario/contrarrevolucionario" es esencial
para fines de control.
En
un giro notablemente castrista, el vice-editor de la revista Espacio Laical
clasificó recientemente a los cubanos en "nacionalistas" y
"antinacionalistas", con el propósito de tomar las riendas del tema
de la reconciliación. Los
antinacionalistas quedan, por principio, excluidos del diálogo. "In this
new national Universe ― dice el autor refiriéndose ya al proyecto Casa Cuba ―,
"'the inside' and 'outside', the Revolution and Exile, teleology and
pragmatism, have at least the possibility to recognize each other as part of a
single and indivisible whole". Como se ve, se
pasa por alto a la sociedad civil y, dentro de ella, a la oposición y a la
disidencia, que quedan ahora fuera de este fraterno universo conformado por la
Revolución, el Exilio y la mediación sagrada de la Iglesia.
Lo
curioso de todo esto es cómo se excluye radicalmente a la oposición/disidencia
de la propuesta de los seguidores del Cardenal, mientras esta última se
identifica con la del Gobierno al punto de hacerse indistinguible: "In
that sense, the 'reinvention' of Cuban socialism is not only based on economic
functionality, but on a real chance to receive and integrate the growing
plurality of subjectivities present in Cuban society". Sin olvidar, por
supuesto, que de esa creciente pluralidad se excluye justo a quienes más han
hecho por fomentarla y sostenerla a pesar de la también creciente represión.
La
posición de Espacio Laical — darle cabida a toda la diversidad nacional
("the entire national diversity") con el solo rediseño de las mismas
instituciones estatales y de la arquitectura del actual Partido Comunista —
entraña un gesto manipulador tendiente a promover un falso inclusivismo que
justifique a la dictadura.
Para
la revista laica (y remito aquí también a las intervenciones de sus editores en
el Último Jueves de Temas, así como a las más recientes de Roberto Veiga) hay
un sector que adopta una actitud de enfrentamiento y aplastamiento del
contrario. Esos que quieren destruir al otro, según sostienen Veiga y González,
son los antinacionalistas que deben ser excluidos del diálogo nacional.
Yo
me pregunto: ¿cuál ha sido siempre ― y continúa siendo ― la actitud del
Gobierno hacia la oposición política? "Destructiva", sería un
calificativo cariñoso. Tal y como hace la propaganda revolucionaria (que cierra
los ojos ante la realidad y ante sus propias inconsistencias lógicas), Lenier
González sigue hablando de inclusión como si él mismo no hubiera excomulgado,
siguiendo la tónica del Cardenal y del propio gobierno, a la oposición
política, a la disidencia y a todos los movimientos cívicos y proyectos
independientes que claman por una transición pacífica a la democracia (la cual,
a diferencia de Iglesia y Estado, debe tener lugar en condiciones de libertad
plena y pluripartidismo, única manera de garantizarle a todos los involucrados
la igualdad de condiciones).
El vice editor, en suma, propone un escenario "of
gradual and orderly change, preserving national stability, national
sovereignty, social inclusion standards, and works towards a more inclusive and
pluralistic society, a scenario without losers, where the Cuban government participates
as a facilitator". Insisto, no es el obvio
compromiso con el Gobierno lo que resulta inquietante, sino lo que hay detrás
del mismo.
Los supuestos de los que parte la reflexión de
Lenier, simplemente, son erróneos. "In
the XXI century ― nos dice ― we are challenged as a nation to expand the
horizons of political imagination". Sin embargo,
esto trata de implementarlo desde una perspectiva nacionalista y pre
postmoderna, completamente ajeno a los resultados de la ciencias políticas,
sociales y culturales en general que, justo en el siglo XXI ― y ya desde la
segunda mitad del XX ― son incompatibles con tales reclamos y han apostado por
lo postnacional, en correspondencia con el nuevo orden mundial y los tiempos
que corren.
Los
cabildeos reconciliatorios también se dejan sentir en las gestiones que el
grupo C.A.F.E (por sus siglas en inglés) realiza en territorio norteamericano.
El objetivo parece ser el mismo: excluir a los elementos más radicales, es
decir, a aquellos que más molestan al régimen de La Habana.
Los
movimientos tácticos de este grupo están dirigidos a aislar a la parte más
beligerante del exilio, mientras suman a las mayorías silenciosas de los
emigrados con el ánimo de incidir en las elecciones presidenciales, según la
dirección señalada por los jerarcas del Estado totalitario y de la Iglesia
católica.
Me
temo que por ese camino los servicios de inteligencia cubanos terminarán
gobernando los EE UU, tal y como lo hacen con Venezuela. Detrás de la campaña
por la reconciliación está la idea de que sea el propio exilio (la diáspora o
la emigración, según se prefiera) el que le otorgue legitimidad (y dinero) al
gobierno de La Habana. O lo que es lo mismo, a los ahora
"convertidos" hermanos Castro.
Obviamente,
la jerarquía católica tiene un particular interés en lavar la imagen de la
empresa castrista, en la que está adquiriendo acciones con la bendición de
Benedicto XVI. Palabra Nueva también es parte de este plan reconciliatorio. Su
director ataca a los que ― según su opinión ― insultan y descalifican. Lo que
nunca se dice en estos casos es a quién. Y justo ahí está el punto: ¿a quiénes
defienden? ¿Qué los hace ser tan intolerantes con el otro y, al propio tiempo,
abogar por la reconciliación? ¿Cómo no imaginar una componenda entre Iglesia y
Gobierno cuando estamos en presencia de la construcción paulatina de una
mentira deliberada: la oposición y la disidencia son agresivos y destructores,
gente violenta que quiere aniquilar al otro (nótese cómo se enmascara a la
dictadura con la otredad) y, por lo tanto, se muestra incapaz de diálogo?
No
importa lo que se argumente a su favor, el hecho es que la Iglesia Católica (el
Cardenal y sus discípulos) intenta ocupar en el diálogo el lugar de esos
cubanos que legítimamente lo han ganado arriesgando su felicidad, sus familias
y hasta la propia vida. Esto es un secuestro del espacio opositor y una
traición a la libertad y a la democracia.
Fue
el gobierno dictatorial el que invitó a la Iglesia al diálogo y ésta ahora le
paga excluyendo a la oposición. Solo pido que se reflexione al respecto. Los
presos de la Primavera Negra fueron puestos en libertad por la presión de las
Damas de Blanco que desbordó ampliamente las fronteras nacionales, pero esa
victoria se escamoteó cuando Raúl Castro "accedió" a dialogar con el
Cardenal para entre ambos repartirse los méritos (uno solicitando y el otro
concediendo). Ahora intentan repetir la maniobra: el sacrificio de todos estos
años, las muertes, las golpizas, las cárceles, todo se intenta eclipsar con la
mediación de la Iglesia que se dispone a recoger los frutos de la lucha
opositora y a colonizar la sociedad civil.
Y
qué decir del viaje a EE UU de Eusebio Leal (leal tanto al Gobierno como a la
Iglesia), que dijo: "No estoy aquí accidentalmente, sino buscando y
trabajando en la dirección que considero correcta, de que salvados los derechos
nacionales y nuestro culto ancestral a nuestra soberanía, se establezca una
relación normal entre Estados Unidos y Cuba".
Nótese
que ― en conformidad con la operación de blanqueo ― se le está dando
protagonismo a las figuras más alejadas de la ideología marxista y del aparato
policíaco-militar (con especial mención aquí a la infanta Mariela, cuyo coto de
caza como todos sabemos es el influyente sector gay). Sin embargo, estos
movimientos no apuntan al arrepentimiento ni a la buena voluntad repentina del
Gobierno. Solo se trata de negociar apoyo político y financiero con sus propios
enemigos históricos (la Iglesia Católica, el exilio y EE UU). Tan perversa es
la apuesta.
Los parches de Espacio Laical
Tras una campaña tan activa a favor de
extenderle un cheque en blanco al Gobierno, cabía esperar que la necesidad del
lavado de imagen tocara a las puertas de la propia Iglesia Católica y,
particularmente, de su representante nacional. El editorial de la revista
Espacio Laical, del pasado 21 de mayo, es el esfuerzo más reciente en este
sentido.
Por tal motivo, no podemos encontrar en él
algo realmente novedoso o metodológicamente (y la palabra es de los editores)
interesante. Sin embargo, algunos pasajes de esa apología del Cardenal Ortega
han llamado mi atención. Sobre éste se dice: "ha cuestionado el quehacer
político opositor dentro y fuera de Cuba, que suele caracterizarse por
criticar, condenar e intentar aniquilar, sin proyectos claros y universales
para el destino de la nación. Desde su amor indiscutible a Cuba libre y
soberana [...] no puede comulgar con proyectos monitoreados y acoplados, en
muchos casos, a agendas dictadas desde fuera de la Isla y sin un
distanciamiento crítico claro sobre las medidas de bloqueo contra nuestra
Patria".
Diga el lector si no le suena a Raúl Castro
hablando de la "gloriosa Revolución cubana" o leyendo la conocida
biografía militante de un dirigente que acaba de ser promovido. Tras blandir el
currículo político del Cardenal, el editorial agrega: "Todo ello lo ha
llevado a conseguir una posición de liderazgo que ha desbordado lo estrictamente
pastoral para convertirse en una propuesta de transformación ordenada y gradual
del orden nacional".
Lamentablemente,
tanto el cubano de a pie como la oposición y la disidencia no se ven
representados en este diálogo que incluye solo al Gobierno y sus simpatizantes
del exilio. El siguiente pasaje, dirigido contra los excluidos, habla por sí
mismo: "cargados de odio, de prejuicios y en algunos casos hasta de
escasísima inteligencia política, prefieren derrocar al actual Gobierno y
conseguir un triunfo que nuevamente excluya a los adversarios. Este tipo de
victoria, por supuesto, podría conducirnos hacia un cambio político y
económico, pero no hacia el necesario equilibrio nacional de inspiración
martiana, en tanto muchas veces sus promotores parecen empecinados en excluir a
todos aquellos que de alguna manera apoyan o han apoyado a la dirigencia de la
Revolución. Dicha pretensión podría cincelar nuevos mecanismos electorales, que
tal vez satisfagan a ciertos sectores políticos, pero serían reglas deficitarias
de un verdadero contenido democrático y reconciliador. De lo que se trata no es
solo de cambiar políticas o incluso instituciones, sino de lograr una solución
armónica capaz de enaltecer la cultura cívica cubana".
¿Cómo
verían los editores de Espacio Laical que la oposición comenzara a reclamar la
devolución de Vitral a Dagoberto Valdés y a cabildear en favor de una presunta
promoción del padre Conrado a Arzobispo de La Habana? ¿Por qué ― en lugar de
andar especulando con eventos que no han acaecido ― no propician el diálogo
entre los Castro y esa parte beligerante (que no se aclara si es interna,
externa o ambas) y dejan que la política la hagan los políticos?
Los
que tienen que sentarse a hablar, en todo caso, son justo los que se pelearon
entre sí con el advenimiento de la Revolución, es decir, las generaciones
históricas de ambas orillas, diálogo en el que nada tiene que hacer la Iglesia.
Y estas conversaciones deberían llevar a ambas partes a reconocer que el cubano
de a pie (exiliado o insiliado) los sobrevivió y los olvidó definitivamente,
que la Cuba de hoy no cuenta con ninguna de las dos ideologías en pugna y que,
más allá de la retórica patriótico-nacionalista, lo que nos mueve son las
libertades individuales, la prosperidad económica y la recuperación del
concepto de familia, destruido por 50 años de comunismo de guerra.
El
meollo de todo reside en que el Cardenal y su grupo de apoyo, en plena
concordancia con los intereses de la cúpula del Gobierno, rechazan la reforma
política y abogan por una transición económico-social gradual, encabezada por
Raúl Castro. Es por eso que excluyen a la oposición política interna y al
anticastrismo externo, ya que la pretensión de los mismos "podría cincelar
nuevos mecanismos electorales, que tal vez satisfagan a ciertos sectores
políticos, pero serían reglas deficitarias de un verdadero contenido
democrático y reconciliador".
Tales
reglas, al parecer, solo están al alcance de la dictadura totalitaria. Cómo se
puede llegar a la democracia sin reforma política real ― y no aquella cosmética
que apuntala la arquitectura del Estado comunista ― es algo que Espacio Laical
todavía no ha explicado. Por el contrario, en esta frase, se acerca mucho al
mandamiento castrista de Palabras a los intelectuales: "Quienes no
consigan la madurez suficiente para alcanzar estos atributos se autoexcluyen de
aportar al objetivo principal de nuestro proyecto". Es decir, o te
conviertes o te quedas fuera y te anulamos.
Destacaré
tan solo un remiendo más de la posición del Cardenal intentado por el
editorial: "Igualmente tomamos distancia de los mesianismos políticos,
oficiales y opositores, que pretenden autoproclamarse únicos portavoces de la
sociedad civil y la vida política nacional".
Es
obvio que tras la copiosa crítica al cardenal Jaime Ortega hay que desmarcarse
un tanto de la posición gubernamental, sin embargo, seguidamente se desliza la
idea que el argumento anterior va dirigido contra las fuerzas que, desde la
propia nomenklatura, obstaculizan las reformas raulistas. Esta situación ya la
conocemos por boca del propio Gorbachov tropical, quien justifica la
trivialidad de sus reformas con giros perestroikos tales como la necesidad de
la nueva mentalidad y la lucha contra la burocracia, pero sin mencionar la
palabra Glásnost (trasparencia, apertura informativa, libertad de expresión).
Si
se quiere entender esta "metodología política" que intenta vendernos
Espacio Laical hay que reparar en un detalle: los argumentos del Cardenal y sus
aliados podrán estremecer a buena parte de la burocracia partidista ― que sin
nombres y apellidos no pasa de ser pura retórica ― pero jamás se dirigen contra
las figuras de Fidel y Raúl Castro. En general, los cabildeos de los grupos de
influencia (castrista y orteguiano) indican a una nueva alianza por el poder.
Si el argumento de lujo aquí es preservar al
Estado socialista para evitar el desgobierno, el caos y el revanchismo durante
la transición ¿por qué apostar por el líder y no por las instituciones del
Estado? No se olvide que en esta parodia caribeña de la URSS, Raúl Castro no
ocupa el lugar de Gorbachov, sino el de Stalin.
En lo personal, no me inclino por ninguna de
estas dos apuestas. Hay que reconocer que el fin ha llegado y hacerse a un lado
o ponerse en función del fortalecimiento de la sociedad civil y de la
legalización de los partidos políticos con vistas a elecciones libres que
puedan garantizar el desmontaje completo de las estructuras totalitarias. Solo
así ― y no porque lo prescriba el editorial de una revista laica ― sabremos si
Cuba cuenta o no con verdaderos políticos, proyectos y programas capaces de
sacar adelante el país.
A mí no me cabe ninguna duda que, para los
cubanos, la peor de todas las opciones es aquella por la que ha apostado la Iglesia.
Una simple moraleja para los
orteguianos
El gran problema que ha tenido Cuba ― y que
viene siendo el nódulo de todos los restantes ― es haber mantenido a las mismas
personas gobernando durante medio siglo. Trátese de los Castro, los Pérez o los
Rodríguez, eso no es lo importante. El gran problema que comienza a tener Cuba
es que las mismas personas que la han administrado durante medio siglo intentan
ahora diseñar su futuro y decidir el relevo.
En
medio de todo esto, lo más valioso que tiene Cuba es su gente, no sus
instituciones, tampoco el escudo ni la bandera de la estrella solitaria.