Las cosas bellas suelen ser inútiles
Leonel Alberto P.
Belette. CUBANET
Casi
me desmayo en medio de un ómnibus urbano atiborrado hasta el tope ─ como es
“normal” –, cuando para distraerme del desagradable entorno me concentré en
leer el periódico Granma y descubrí que Cuba acababa de aparecer ubicada como
el mejor país de América Latina para ser madre. Aunque el asunto no es para
bromear, una sonrisa me vino al rostro al ver que la organización que
certificaba la lista era la ONG Save the
Children.
Diez
años atrás conocí a una de las representantes de esta ONG en la Isla; una
hermosa peruana, de ojos preciosos y dulces ademanes, nombrada Ana María Béjar,
a la que siempre yo repetía: “Es una lástima que no seas una cubana más”. Ana
nunca entendió el piropo de este criollo que andaba en bicicleta. Ella vivía
encerrada en la misma burbuja con aire acondicionado que envuelve a la mayoría
de los representantes en la Isla, de organismos internacionales, religiosos de
abolengo, reporteros de agencias acreditadas y embajadores de países
democráticos, a los que asesoran analistas políticos que ni siquiera entienden
el español que hablan los cubanos.
Ana
vivía en un espléndido apartamento en el Vedado, a un costado del Hotel
Presidente. Tenía sirvientas y conducía un excelente todo terreno de modelo
reciente. Sus oficinas daban al Acuario Nacional, en el elitista barrio Miramar,
donde viven casi exclusivamente altos funcionarios y extranjeros. Su salario
era estratosférico comparado con el de cualquier nacional – inclusive con el
de profesionales cubanos tan capacitados como ella, o hasta más, que ganan
un dólar diario.
Aunque
era divorciada no tenía que lidiar con los problemas que enfrentan
cotidianamente los padres cubanos – profesionales o no – que tienen hijos en
edad escolar: escuelas con maestros improvisados porque los verdaderos maestros
han dejado la profesión – algunos para vender empanadas caseras –, enseñanza
mediocre y politizada, violencia escolar, la alimentación de los niños, etc.
El
hijo de la funcionaria de Save the
Children asistía a un Colegio Internacional, exclusivamente para
extranjeros, al que ningún niño cubanos tenía acceso y ella misma siempre se
rodeada de miembros de la élite dictatorial propietaria del país.
Indudablemente, para Ana María Béjar, Cuba fue un lugar ideal para ser madre.
La
realidad que enfrentan las madres cubanas, los padres y los mismos niños, es
cruda y tiene muy poco que ver con la que experimentó la funcionaria durante su
estancia en nuestro país. La casi totalidad de las familias cubanas tiene que
hacer malabares para brindar mínima alimentación y cuidados a sus niños.
Para
los padres cubanos, los problemas empiezan mucho antes del nacimiento del bebé.
Personalmente sufrí las terribles condiciones de los dos hospitales obstétricos
capitalinos donde nacieron mis hijos, el González Coro (antiguo Sagrado
Corazón) y el América Arias (Maternidad de Línea). Mi primera esposa, al llegar
al Sagrado Corazón, con una crisis de presión alta y otras complicaciones de
parto, debidas a una reacción a un medicamento mal indicado, tuvo que subir las
escaleras porque no funcionaba el elevador, ni había camilleros. Durante su
estancia en el destartalado hospital ─ más digno de Burundi que de la capital de
una supuesta potencia médica ─ debí actuar como plomero, albañil, limpiador de
piso, electricista, carpintero y cerrajero en la habitación. La alimentación
dada a las madres en ese hospital materno de la capital del “mejor país del
continente para ser madre” –según Save the Children– era peor que la de la peor
prisión y, para colmo, los propios empleados del lugar se robaban los pocos
alimentos e insumos médicos. Mi esposa y el niño se salvaron solo por la
incuestionable profesionalidad de algunos médicos.
Hospitales
cayéndose a pedazos tras décadas sin reparar, y ahora sin médicos suficientes
porque miles han sido alquilados como mano de obra de exportación a otros
países, el aborto como método anticonceptivo, estratosférico índice de
divorcios, desintegración de las familias, la prostitución como forma de
subsistencia, cientos de miles de familias hacinadas en ruinosos inmuebles
debido a la crisis habitacional más grave que haya padecido nuestro país en
toda su historia, maltrato y violencia en las escuelas, internados que
pretendían sustituir el papel de los padres en la crianza de los hijos,
impedimento de salida del país a niños para castigar a los padres que se
atreven a “desertar”, incalculable cantidad de adolescentes y jóvenes muertos
en el mar tratando de escapar de esta Isla-prisión. ¿Quién quiere tener hijos
en semejantes condiciones?
Supongo
que los confeccionadores de la lista de Save
the Children pensaran que las mujeres cubanas son seres muy extraños,
porque en “el mejor país de América Latina para ser madre”, muy pocas quieren
serlo: la población no crece y ya somos un país de viejos y se prevé que, de no
revertirse la tendencia, seremos en menos de 20 años el país con la población
más envejecida de América Latina. ¿Cómo explica Save the Children esta contradicción?
Al
bajar del ómnibus recordé los bellos ojos de Ana y pensé que es una lástima que
no le sirvieran para ver. Me vino a la mente una frase de Dulce María Loynaz,
en el documental Havana, de la
directora checa Jana Bokova, refiriéndose a su preciosa colección de abanicos:
“Las cosas bellas suelen ser inútiles”.
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