Nostalgia
por el té ruso
Tania Díaz Castro. CUBANET
Estoy
por pensar que los cubanos somos unos malagradecidos. Son pocos aquí los que se
acuerdan de aquel té negro ruso que se vendía en sobrecitos, a diez centavos
cada uno, en cualquier farmacia del país.
Han
pasado los años, y yo, lo confieso sin vergüenza alguna, me acostumbré tanto a
él que aún lo sigo extrañando. No faltaba en mi cocina por nada de este mundo,
y mucho menos en los timbiriches del Estado, que como no tenían mucho que
vender y escaseaba tanto la cubanísima tacita de café, nos calmaba con los
vasitos de té negro, aunque muy mal preparado, para seguir en la lucha por el
socialismo.
Estoy
segura de que muchos de mis compatriotas contemporáneos que vivieron esos años
en Cuba y aún están en este mundo, no importa si en el exilio o en la Isla, me
darán la razón. Aunque su sabor al
principio nos resultó raro y amargo, ajeno a nuestro paladar caribeño acostumbrado
al café, poco a poco nos fuimos adaptando, y el té negro ruso logró ocupar un
lugar cimero en aquel período –los
primeros 30 años de dictadura castrista– en que sobrevivimos gracias a los
subsidios que le brindaba la descuajeringada URSS a su única colonia en el
Nuevo Mundo.
No
había una reunión de amigos o tertulia poética, en las que no estuvieran
presentes las tazas, vasos o lo que hubiera, de té negro; con hielo, durante el
verano, y caliente en el invierno. Aquel té ruso, casi milagroso, lo mismo nos
servía para mantenernos despiertos, que para silenciar las tripas del estómago
para hacernos olvidar que teníamos hambre.
Recuerdo
una de mis lunas de miel, que celebré en mi casa durante toda una semana, solo
con amor, té negro ruso y huevos duros, porque no había otra cosa. Hacía milagros
aquél dichoso té, que desapareció alrededor de 1989, cuando el imperio fundado
por Vladimir Ilich Lenin comenzó a desmoronarse, para felicidad de tantos
millones de personas, aunque no para los cubanos, que continuamos sin libertad
y con mucha menos comida, tras el comienzo del Periodo Especial, que
oficialmente aun dura.
Hoy,
nadie nos manda té negro. Ni nuestros amigos chinos, con su floreciente
capitalismo de Estado, ni los bolivarianos venezolanos, con su petróleo, han
sido capaces de enviarnos un té como aquél, muy diferente a esos que saben a
jazmín, limón, manzanilla, o a esos otros que, según dicen, son anti estrés.
Tan
importante en mi vida fue el té negro ruso, que, hace un año, conversando con
un caraqueño en el Parque Central de La Habana, sobre la ayuda que nos brindaba
su país, lo dejé con la boca abierta y sin comprenderme, cuando al despedirme
le dije: Y el té negro, compa, ¿dónde está?
Pensaría que estaba loca.
No comments:
Post a Comment