Es la economía, estúpido, y algo más
Mario J. Viera
¡Ah,
la economía! Esa cosa, ciencia, profesión, arte, cuyo nombre proviene de dos
palabras que en su conjunto significan “administrar la casa”, ha recibido
tantas interpretaciones que ya casi ni siquiera se entiende qué rayos es la
economía. A los economistas les encanta elaborar teorías sobre la economía, todos
los días aparece una nueva teoría, se empeñan en cálculos y ecuaciones que
luego, ante la realidad de la praxis, tienen que modificar y ajustar para
adecuarla a esa realidad que se empecina en ponerle trabas a sus brillantes
elucubraciones.
Se
habla de la mano invisible del mercado que funge como reguladora del accionar
económico y capaz de autocomponerse; pero a veces es tan invisible esa
invisible mano que no aparece por ninguna parte y todo sigue dando tumbos y
hasta volcándose al revés.
Así
con tanto dime y direte se agrupan todas las concepciones económicas en dos
puntos cardinales: la macroeconomía y la microeconomía y en varias escuelas o
corrientes económicas. Así tenemos las escuelas, escolástica, mercantilista, fisiocrática, clásica,
marxista, austríaca, neoclásica, monetarista, de Chicago y estructuralista. Un
verdadero embrollo que para algunos políticos que no saben ni un pitoche de
economía, aunque algunos son empresarios de fino olfato para los negocios
lucrativos, es una cosa sencilla que puede resolverse solo con algún que otro
limitado concepto que sea de su agrado; y cuando la política se mete o
entromete en la economía lo que viene después es el acabose.
Una
nación saludable depende de una economía también saludable. Aquí, precisamente,
dicho en un simple lenguaje vernáculo, es donde se traba el paraguas. ¿Qué se
entiende por economía saludable? Bueno algunos responden esta pregunta diciendo
que el Estado o el Gobierno, que para el caso es lo mismo, no tiene que opinar
en los asuntos económicos, ni debe establecer regulaciones al mercado, lo que
en opinión de otros es todo lo contrario exigiendo que el Estado sea el árbitro
de los conflictos económicos; así vemos tirándose de los pelos a los seguidores
de la Escuela de Chicago y los de la Escuela Keynesiana para terminar sin
hacernos saber qué es una economía saludable y de buenas a primeras vernos
enredados en una crisis y en medio de una tremenda recesión.
Una
economía saludable se funda en un mercado no tóxico, donde los precios sean el
resultado del movimiento libre de la oferta y la demanda, es decir, que el
sistema de precios opere tan eficientemente como sea posible, para emplear
palabras de Friedrich A. Hayek.
Tal
vez sea cierto que las naturales diferencias existentes entre poseedores y
desposeídos impulsan a idealistas soñadores a buscar medidas de sustitución del
mercado; pero como bien afirma Hayek “Los
intentos de sustituir el mercado demuestran (más gráficamente en Etiopía) la
locura de la imposición de una alternativa”. Sin embargo, la economía no es
solo la ciencia social de la producción, el intercambio, la distribución, y el
consumo de bienes y servicios; la economía es algo más, la economía de una
nación no son solo cálculos y ecuaciones, gráficos estadísticos de barras y de
curvas; es todo eso más el capital humano tanto activo como pasivo; no es solo
el movimiento de bienes y activos es también el intercambio social y humano, no
es la concentración de la riqueza en uno de los polos de la sociedad con
desprecio del resto de la comunidad nacional, sin que para ello sea necesaria o
útil una redistribución igualitaria, socializada de las riquezas. He ahí el
punto conflictivo para los estadistas.
En
medio de la actual crisis mundial, los economistas no llegan a un consenso en
como resolver el problema y sugieren diferentes medidas que van desde la
austeridad hasta el crecimiento de la deuda pública, el rescate de los principales centros financieros
y la aplicación de fuertes medidas de choque y, en medio de esta confrontación
académica meten baza los políticos asegurando que son poseedores de un plan de
medidas casi mágicas de salvación del mercado y de crecimiento del PIB. Lástima
que la mayoría de esos políticos no posean un grado académico en Economía
Política.
Hay
aspirantes a puestos públicos que se presentan como el Mago de Oz de la
economía mostrando sus experiencias al frente de alguna empresa y de sus
resultados positivos en su gestión empresarial; sin embargo un empresario no es
precisamente un experto en economía es simplemente una persona sagaz con buen
olfato para invertir convenientemente y obtener ganancias. Se puede ser un buen
líder empresarial sin que necesariamente sea un experto en economía, lo más que
pudieran mostrar es algún conocimiento en contabilidad de costos y una fina
habilidad financiera para impulsar su propio negocio. Una nación, la economía
de una nación no se dirige como se dirige una empresa. El Estado no es una
empresa sometida a los dictados del mercado, no se rige por análisis de gastos
y costos, ni de activos y pasivos. Se trata de la economía y de algo más y ese
algo más es explicado por la psicología y la antropología, ciencias a las que,
como apunta en su blog David M. Rivas, “los
economistas no tienen la costumbre de acudir, pese a que la economía trata, en
definitiva, del comportamiento individual y colectivo…”
A
los magos de Oz salvadores, a los empresarios que se deciden por la política
hay que decirles: ¡Cuidado, no juegues con el destino de millones de personas;
tus cálculos, como todas las inversiones de una empresa pueden ser de riesgos y
pueden llevar a la bancarrota! En la economía nacional hay que andar con pies
de plomo. No se trata de cerrar una línea de producción o de servicios que no
resulten rentables como es lícito hacer en una empresa ante situaciones de
inestabilidad.
En
una nación hay que tratar a la economía como si se administrara la casa de
todos y con los intereses de todos. El mercado debe ser libre sin la
exageración de ser libérrimo; debe actuar como el corcel en el hipódromo, darle
espuela para que corra y freno para que no se desboque.
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