Democracias Rotas
Fernando Mires.
Blog POLIS
Suele
pensarse que las democracias son destruidas por guerras civiles, revoluciones o
golpes de estado. Sin embargo, revisando diversos acontecimientos, no pocos
indican que esos fenómenos históricos ocurren como resultado de procesos que
previamente han llevado a la ruptura del orden democrático. En eso pensaba
contemplando la ruina política en que se ha convertido la Grecia de nuestros
días.
1.
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Alexis Tsipras |
Si
uno mira hacia Grecia es imposible no pensar en la Europa de los años 20 y 30,
en especial en la ruptura de la democracia alemana durante la “República de
Weimar” (1919-1933) de cuyos escombros surgió el totalitarismo nazi, una de las
calamidades más grandes de la historia universal.
Del mismo modo como hoy en Grecia, la
democracia fue torpedeada en Alemania desde sus propios interiores por una
izquierda y por una derecha recalcitrantes.
Todavía
los historiadores devanan sus sesos preguntándose acerca de la “causa” de la
entrada triunfal de Hitler, ese aciago 30 de Enero de 1933, cuando el anciano
Paul von Hindenburg, presidente monarquista, entregó el poder al enloquecido
mesías del infierno.
Pero
ese día no fue destruida la democracia. Ella estaba siendo destruida desde los
años veinte cuando los partidos democráticos (SPD, el Partido de Centro y los
Liberales de Izquierda) perdieron, como hoy en Grecia, la mayoría
parlamentaria.
La
ominosa firma del tratado de Versalles que en todo sentido lesionaba la
integridad nacional, enardeció a la derecha alemana. Las turbas ocuparon las
calles. Los comunistas, siguiendo ordenes de Stalin y haciendo caso omiso del
avance del “nacional-socialismo” (NSDAP), declaraban como enemigo principal a
la Socialdemocracia (del mismo modo como la Izquierda Radical en Grecia declara
enemigo principal a los socialistas del PASOK) y aterrorizaban a la población
con la promesa de una república soviética. No faltaban quienes recordaban con
nostalgia a la monarquía. Los nazis llamaban a la implantación de una dictadura
que pusiera fin a la “república judía”. La crisis de 1929 fue sólo el broche
final. La inflación desatada, la inseguridad, el miedo, el antisemitismo
milenario, la capitulación de los intelectuales, y quizás cuantas otras
razones, pavimentaron el camino al ex golpista Hitler.
2.
Si
miro hacia Grecia también resulta inevitable no pensar en esos tres años de la
Unidad Popular chilena, cuando de uno u otro modo todos hicimos lo posible por
destruir la más duradera y sólida democracia de América Latina. ¿Cómo no pensar
en el MIR chileno cuando escucho las palabras encendidas de Alexis Tsipras del
Siriza despotricando en contra de un orden político del cual el mismo forma
parte? En ese MIR que siguiendo las instrucciones que emitía Fidel Castro nos
hizo creer a tantos en la posibilidad de un socialismo que no tuviera que ver
ni con el estalinismo ni con el anquilosamiento burocrático de la URSS.
Aunque
después de todo el MIR no era parte del “sistema”. Si lo era, en cambio, esa
izquierda socialista que dejó solo a Allende en nombre de un histérico “avanzar
sin transar” destinado a imponer la “dictadura del proletariado” sobre las
ruinas de una “democracia burguesa” de la cual tantos socialistas eran sus
mejores exponentes. ¿Y los comunistas? Por cierto, ellos fueron los más
prudentes de la UP pero, a la vez, los más obsecuentes a la URSS en medio de la
“guerra fría”, suficiente como para aterrorizar con su simple presencia a las
“clases medias”.
¿Y
los democristianos que negaron a Allende la sal y el agua? ¿Y la derecha
cavernaria que todavía vivía en los latifundios del siglo diecinueve? Para qué
pensar en los militares, aislados del mundo, recluidos en cuarteles, educados
de modo sádico, rumiando su odio en contra de todo lo que tuviera que ver con
política o civilidad. Y, no por último ¿cómo no pensar en las obsesiones de
Kissinger, empeñado en que no surgiera por ningún motivo una segunda Cuba? Algo
imposible pues la propia URSS negaba su ayuda a Chile, aterrorizada ante la
posibilidad de mantener a otro régimen parásito como era y es el de los Castro.
3.
Cuando
miro hacia Grecia pienso también en Venezuela. La razón es que allí, aunque en
cámara lenta, está teniendo lugar otro proceso de destrucción de la democracia,
uno que había comenzado a manifestarse en los dos partidos que formaban el eje
de la democracia venezolana, antes de Chávez.
El ex golpista Chávez, siguiendo el plan
diseñado por Castro, hizo su puesta en escena como representante de una tercera
vía entre capitalismo y socialismo. Pero lentamente, sobre todo después de los
sucesos de Abril de 2002, ha tenido lugar un largo pero muy radical desmontaje
de la estructura política de la nación. Hoy, de la democracia venezolana sólo
quedan las elecciones, cuyos procedimientos están controlados por el gobierno.
El partido-estado (PSUV) controla más del 70% de los medios de comunicación, el
poder judicial y, pese a no haber obtenido la mayoría, el parlamento. Los
organismos de participación popular, Concejos y Misiones, se han convertidos en
apéndices del estado en el interior del pueblo. A ello hay que agregar la
destrucción de las relaciones sociales: el narcotráfico es una telaraña
vinculada a las instituciones, sobre todo al Ejército. La delincuencia ha
alcanzado cifras descomunales. La inflación es la más alta del continente.
En
el marco de una estrategia organizada por Cuba, Venezuela, convertida en
autocracia militar, orbita fuera del espacio político occidental concertando
estrechas alianzas con todas las dictaduras del mundo. De la que fue una nación
democrática queda muy poco. De este modo, si la oposición no vence en las
elecciones del 7 de octubre de 2012, el destino de Venezuela quedará signado.
Las tendencias malignas que caracterizan al chavismo serán agudizadas. Sobre
todo las tres principales: la corrupción extrema (superior a la que ostentó
tiempo atrás el PRI mexicano), la militarización del Estado, y un culto a la
personalidad al líder sólo comparable con el dedicado a Mao, Stalin y Hitler.
4.
En
esas y en otras “democracias rotas” pienso cuando miro hacia la Grecia de hoy,
una “democracia sin demócratas” como también fue denominada la República de
Weimar.
La
Unión Europea, ya lo ha demostrado, puede soportar una Grecia en bancarrota.
¿Podrá soportar, además, una Grecia ingobernable?
Admito que por un momento tuve ciertas
esperanzas. Ocurrió cuando a Alexis Tsipras, el líder de Siriza, un hombre que
parece inteligente, le fue encomendada, en calidad de representante del partido
de la segunda mayoría, la formación de una coalición gubernamental. Pocas veces
─ pensé ─ la historia ha regalado una mejor oportunidad a un partido joven. Con
sólo un par de concesiones Tsipras habría podido establecer una alianza con el
PASOK para desde ahí tender un puente de compromiso hacia la derecha
republicana (Nueva Democracia). Así, él y su partido habrían aparecido ante la
opinión pública griega y europea como salvadores de la democracia. Pero eso no
ocurrió. Una vez más se impuso el egoísmo, la falta de visión, la
intransigencia y esa irresponsabilidad propia a las izquierdas extremas. ¿Es
que la gente no aprende nada de la historia?
Yo creo que ese podría ser, además, un tema
para los historiadores.
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