Máximo
y Kicillof: el futuro se escribe con K
Carlos M. Reymundo Roberts. LA NACION
El kirchnerismo está condenado a triunfar. Yo, que pensaba que no hay
felicidad que dure 100 años, ahora soy más optimista. Lo soy desde que me
contaron una escena, conmovedora como prueba de la vitalidad de nuestra
revolución. Déjenme decirlo: el futuro también se escribe con K.
La historia es ésta. Después de recuperar YPF para el país y en medio
de cruciales negociaciones con grandes petroleras para animarlas a invertir
aquí, con el argumento de que llegan al paraíso de la seguridad jurídica, una
de esas empresas quiso saber si por fin habría una recomposición de los precios
del gas y el petróleo que extrajeran.
¿Subir los precios? Al último funcionario que habló de subir precios lo
mandamos a la cárcel por corrupción ideológica, que es una corrupción que nos
preocupa. Los tres representantes del Gobierno que estaban allí no supieron qué
contestar. Para llenar Vélez son unos fenómenos, pero de este tema, pobres,
saben poco y nada. Uno de ellos, el vice de Economía, Axel Kicillof, cabeza del
grupo, tomó su celular y se perdió en un pasillo. Estaba pidiendo
instrucciones. ¿A quién?
Antes de develar la incógnita, permítanme recordarles que por estas
horas nada nos inquieta tanto como encontrar a alguien que ponga guita, y nada
nos cuesta más caro que la crisis energética. Por eso, Axel prefirió pedir
consejo. ¿A Lorenzino, su jefe en Economía? ¿A De Vido, su jefe en YPF? ¿A Abal
Medina, jefe de Gabinete? ¿A un equipo de técnicos reunidos en forma paralela
para asistir a los negociadores? No; a ninguno de ellos. Entonces es obvio que
consultó a Cristina. Tampoco. Como era un tema tan relevante, en el que hay que
saber de petróleo y gas, de negocios, de flujo de divisas, de contratos
internacionales, Axel llamó a Máximo. Sí, a Máximo Kirchner. No por ser su jefe
en La Cámpora, sino como experto en todas esas materias.
Eso fue lo que me dejó ilusionado: que la cuestión más sensible que hoy
tiene en su agenda el Gobierno quedara en manos de Máximo. Y de Kicillof. A
Kichi lo estoy aprendiendo a querer. Nos conocimos en La Cámpora y afloró una
relación indestructible, en la que él me explica el marxismo y yo no lo
entiendo, y yo quiero explicarle el liberalismo y él no me deja. En la
intimidad es un chico deslumbrado por lo que está viviendo (hasta hace poco
apenas si despuntaba a la vida académica) y que respira ideología: se sienta en
McDonald's y mientras come papas fritas te analiza con lujo de detalles la
concentración de la renta de los productores de papa en Balcarce. Kichi le
habla a la señora y ella queda deslumbrada. Dice que nadie le explicó tan bien
la plusvalía. Muero por asistir a uno de esos diálogos, que imagino pletóricos
de sabiduría y en los que el mundo de las ideas logra no ser contaminado por la
realidad.
A Máximo no lo tengo tanto. Me hablan maravillas de él: que es pícaro,
que no confía en nadie, que es un lince más contabilizando el dinero que
produciéndolo, que no estudió nada porque lo considera una pérdida de tiempo y
que forjó su espíritu democrático y abierto en la mesa familiar. Me dicen
también que su malhumor ya resulta simpático y que no es que no sepa hablar,
sino que no tiene mucho para decir. Acaso su madre pueda ayudarlo en ese
aspecto.
Para no irnos del tema (no de YPF, sino de la toma de decisiones), es
evidente que los Kirchner lo han pensado todo muy bien en el área económica.
Como vimos, Kichi no consulta a Lorenzino, sino a Máximo, que le tiene
prohibido consultar a nadie que no sea él. Moreno, que está por debajo de Kichi
y de Lorenzino, a los que desprecia, sólo consulta a Cristina. Cristina
consulta a Kichi y a Máximo. También a Moreno, al que nadie consulta porque
nadie se lo banca. Eso sí, después de verlo tan pero tan argentino en el
programa de Lanata, que lo mostró al desnudo en Angola, nos preguntamos si no
nos estamos perdiendo un gran negociador, un gran embajador comercial, un gran
canciller. Hay que tomar en serio a un tipo que vende 18 cosechadoras de una
fábrica que todavía no ha podido hacer una sola cosechadora.
A Máximo ni se le ocurre hacer consultas porque lo han convencido de
que el gran consultor es él. Lorenzino no consulta a nadie porque nadie le
atiende el teléfono. De Vido era muy consultado hasta que dejó de serlo, y
ahora él ya no tiene a quién consultar. Se limita a obedecer. Obedece a Kichi,
que obedece a Máximo, que parece que odia obedecer y ama que lo obedezcan.
Mercedes Marcó del Pont muere porque alguien la consulte, pero son
todos perversos y no le dan el gusto. Finalmente nos queda Boudou, otrora gran
consultor económico y político. Lo consultaban Cristina, Vandenbroele (sin
conocerlo), Hebe y tantos más. Amado, que supo consultar a los Alsogaray,
terminó consultando a Cristina, que aunque políticamente lo banca, en la
intimidad terminó con él y no lo consulta más.
Si las cosas funcionan tan bien quizá se deba a este aceitado mecanismo
de consulta permanente y radial. Lástima que ya no esté Néstor, el único que
nunca consultaba a nadie, y mucho menos a Cristina, que le consultaba todo. La
señora contó días atrás lo que la había angustiado que El no haya vivido para
asistir al anuncio de estatización de YPF. Hizo muy bien en decirlo, porque no
son pocos los que creen que si algo quedaba vivo de Néstor en este gobierno,
ese día, con ese anuncio, se terminó de morir.
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