Honduras:
Antes y después de Villatoro
Benjamín Santos. LA TRIBUNA
Toda
la comunidad nacional ha llorado la muerte trágica de Alfredo Villatoro. Las
razones son diversas, pero todas pasan
por la vinculación afectiva y
profesional de Villatoro con la
gente. Ese sentimiento, que fue claro en
el caso de Alfredo, se extiende a otros
comunicadores sociales a quienes el
pueblo reconoce liderazgo en la labor informativa,
en el análisis de los problemas
nacionales y en la denuncia de lo que no anda bien. Por algo los medios de
comunicación y las iglesias despiertan
el mayor nivel de
credibilidad en la población.
Nada
se puede agregar al homenaje que todos
los sectores sociales han tributado al periodista muerto. En mi caso dos veces
tuve la oportunidad de compartir con Ángel Alfredo la cabina de HRN, la primera vez fue para abordar temas cívicos en el mes de la patria hacía ya varios años. La segunda vez fue hace pocos días para analizar durante una hora el tema de los partidos políticos y
especialmente la historia de la Democracia Cristiana en Honduras. Pude
valorar su agilidad en el manejo de la
entrevista, la profundidad de sus enfoques, pero además su calidad humana.
Estuvo presente también Mario Orlando
Mendoza, a quien no había conocido
antes, aunque me era familiar su voz y su trabajo periodístico.
Hay
casos en la historia en que la muerte de un
comunicador social con liderazgo
suficiente, ha provocado un vuelco en la realidad de un pueblo. Recordamos el
caso de don Pedro Joaquín Chamorro, propietario de Diario La
Prensa de Managua, cuyo asesinato en 1979 aceleró la caída de la dictadura
somocista y posteriormente empujó a su viuda
hasta convertirla en presidenta de Nicaragua. En Honduras no hay
dictaduras en la situación de acaparar el odio de toda la sociedad, pero hay un
sistema político-social y económico que genera cada vez más la inconformidad de
la gente. Por supuesto que es más fácil mover al pueblo cuando se puede señalar
a una persona como la causa de todos sus males que cuando se señala a un
sistema integrado por una diversidad de instituciones y procesos.
Sería
ingenuo creer que la muerte de Alfredo Villatoro va a provocar una reacción
popular como se generó con la
muerte de Chamorro, porque este caso se
produjo en un ambiente pre-revolucionario
cuya dinámica contribuyó a acelerar. Sin embargo podemos apuntar que
la muerte del periodista ha empujado un poco más hacia el colmo la situación de inseguridad que se vive en
Honduras y sus consecuencias se verán a corto plazo. Podemos enumerar algunas
sin pretensión de astrólogo u oráculo:
1-
Con la muerte de Alfredo se tocó la empresa más grande y más antigua de la
radiodifusión en Honduras. El
crimen está llegando a los centros de poder
psico-social del país y quién sabe si los siguientes pasos serán
orientados a las élites económicas y políticas. Primero le perdieron la admiración, después el respeto y
finalmente el miedo a los centros de
poder.
2-
El sistema de justicia con sus diversas
instituciones ha quedado mal una vez
más en su objetivo principal, la
persecución del delito. Siete días
estuvo secuestrado el periodista y
ninguna autoridad fue capaz de encontrar una pista para su liberación. Más bien el mal
manejo de las noticias enviados por los delincuentes para viabilizar la negociación en el sentido
de que su víctima se encontraba vivo,
precipitó la muerte de Villatoro sin que con esto queramos culpar a nadie, porque la situación de tensión requería
alguna noticia positiva para calmar la angustia colectiva.
3-
Se quiera o no los periodistas se cuidarán mucho más, ojalá que no se llegue a
la autocensura por temor. Quién sabe si
el análisis crítico y la denuncia que
han convertido a los medios de comunicación en la única oposición, aunque
sin pretenderlo, vayan a sufrir un
eclipse momentáneo por ser las actividades que más roncha levantan en la delicada epidermis de los delincuentes.
4-
El actual gobierno, que llegó al poder con el lema de Trabajo y Seguridad, por
lo visto con el caso de Alfredo se irá sin haber cumplido su promesa más importante. Mucho más podría decirse, pero se acabó el
espacio. Adiós.
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