A
largo plazo
Paul Krugman. The New York Times News Service
Hace
unos días leí un estudio en The American
Economic Review que alegaba que el alto índice de desempleo del país tiene
profundas raíces estructurales y no se presta para una solución rápida. El
diagnóstico del autor era que la economía estadounidense simplemente no tiene
la flexibilidad necesaria para hacerle frente al rápido cambio tecnológico. El
estudio criticaba especialmente los programas como el seguro de desempleo, de
los que decía que dañan a los trabajadores pues reducen los incentivos para ajustarse.
Hay
algo que todavía no he dicho: el estudio en cuestión se publicó en junio de
1939. Apenas unos meses después estalló la Segunda Guerra Mundial y Estados
Unidos inició su crecimiento militar, suministrando finalmente estímulos
fiscales en una escala equiparable con la profundidad del bache. Y en los dos
años siguientes a ese artículo que hablaba de la imposibilidad de crear empleos
rápidamente, el empleo no agrícola en Estados Unidos creció el 20 por ciento,
lo que sería equivalente a crear 26 millones de empleos en la actualidad.
Así
que ahora estamos en otra depresión, no tan mala como la última, pero sí
bastante fea. Y una vez más, las cifras autorizadas insisten en que nuestros
problemas son “estructurales” y que no pueden arreglarse rápidamente. Debemos
concentrarnos en el largo plazo, asegura esa gente, que piensa estar siendo
responsable. Pero la realidad de las cosas es que está siendo profundamente
irresponsable.
¿Qué
significa decir que tenemos un problema estructural de desempleo? La explicación
al uso dice que los trabajadores estadounidenses están atascados en los
sectores en que no deberían estar o que tienen conocimientos que no les sirven.
Un artículo reciente de Raghuram Rajan, de la Universidad de Chicago, asevera
que el problema es la necesidad de sacar trabajadores de los sectores
“hinchados” de la vivienda, las finanzas y el gobierno.
De
hecho, el empleo gubernamental per cápita ha estado más o menos estable desde
hace muchos años. Pero eso no importa. Aquí lo importante es que, contrariamente
a lo que indican esas historias, la pérdida de empleos ocurrida desde la crisis
no ha sido principalmente en las industrias de las que podríamos decir que
crecieron demasiado en los años de vacas gordas. En cambio, la economía ha
perdido empleos prácticamente en todos los sectores y en todas las ocupaciones,
como ocurrió en los años treinta. Asimismo, si el problema fuera que muchos
trabajadores no tienen las habilidades adecuadas o están donde no deben, sería
de esperar que aquellos que tuvieran los conocimientos requeridos y que
estuvieran en el puesto indicado estarían recibiendo grandes aumentos de
sueldo. Pero en realidad hay muy pocos ganadores en la fuerza laboral.
Todo
esto apunta claramente a que no estamos sufriendo los dolores de dentición a
causa de una transición estructural que, a fin de cuentas, acabaría por pasar.
Más bien es por falta general de demanda; una falta que puede y debe remediarse
rápidamente con programas gubernamentales diseñados para fomentar el gasto.
¿Qué
hay con este impulso obsesivo de declarar “estructurales” a todos nuestros
problemas? Los economistas han estado debatiendo esta cuestión desde hace ya
varios años y los estructuralistas no se dan por vencidos, por mucha evidencia
en contrario que se les presente.
Propongo
que la respuesta radica en el hecho de decir que nuestros problemas son
estructurales y profundos constituye una excusa para no hacer algo que alivie
el calvario de los desempleados.
Por
supuesto, los estructuralistas dicen que no están presentando excusas para no
actuar. Aseguran que su verdadero argumento es que debemos concentrarnos no en
soluciones rápidas sino en el largo plazo, aunque están muy lejos de explicar
claramente qué debe ser una política a largo plazo, aparte del hecho de que
implica causarles dolor a los trabajadores y a los pobres.
John
Maynard Keynes ya conocía a esta gente hace más de 80 años. “Pero este largo
plazo es una guía equívoca para los asuntos de actualidad”, señaló. “A largo
plazo todos vamos a estar muertos. Los economistas se imponen una tarea
demasiado fácil, demasiado inútil, si en los tiempos tempestuosos lo único que
pueden decirnos es que, una vez pasada la tormenta, el mar volverá a estar en
calma”.
Sólo
quisiera agregar que inventar razones para no hacer nada frente al desempleo no
es sólo un cruel desperdicio, sino también una mala política a largo plazo.
Pues cada vez hay más evidencias de que los efectos corrosivos del desempleo
proyectarán una sombra sobre la economía durante muchos años. Cada vez que un
político o intelectual empiece a hablar de que el déficit es una carga para la
próxima generación, recordemos que el mayor problema al que se enfrentan los
jóvenes estadounidenses de hoy no es la carga futura de la deuda; una carga,
por cierto, que los recortes prematuros en el gasto probablemente empeoraron,
no mejoraron. Más bien es la falta de empleo lo que está impidiendo que muchos
graduados inicien su vida laboral.
Así
que toda esta discusión sobre el desempleo estructural no es para hacerles
frente a nuestros verdaderos problemas. Es para evitarlos y tomar la salida
fácil e inútil. Y ya es hora de que le pongamos un alto.
(Traducción de El Nuevo
Herald)
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