Más roja que cruz
Yoani
Sánchez. Blog GENERACION Y
Durante la última semana, los medios
oficiales han insistido sobremanera en el origen y funcionamiento de la Cruz
Roja en Cuba. Alrededor del 8 de mayo, fecha de la fundación de este cuerpo
humanitario, se han publicado varios reportajes sobre su carácter auxiliador y
neutral. Entrevistados para el noticiero estelar, aparecen quienes llevan un
accionar sacrificado para socorrer a las víctimas de accidentes o de
conflictos. Sin dudas, historias de desprendimiento personal y de filantropía
que se ven compensadas con una vida que se salva o con un agravamiento físico
que se evita. Pero el motivo para estos homenajes y crónicas no es solamente el
de conmemorar y darle su justo reconocimiento al comité fundado por Henri
Dunant en 1863. La televisión nacional trata también de limpiar la lamentable
imagen dejada por uno de esos voluntarios cubanos durante la misa de Benedicto
XVI en Santiago de Cuba.
A estas alturas, son pocos los que
en esta Isla no han visto el video donde un hombre –vestido con el emblema de
la Cruz Roja- golpea y lanza una camilla contra Andrés Carrión, quien había
gritado una consigna anti-sistema. La escena mueve a tanta repulsa, denota
tanta bajeza, que hasta partidarios del gobierno muestran su rechazo a tales
prácticas. Conmueve la desproporción de fuerzas entre alguien que no puede
defenderse y aquel otro que lo abofetea y lo ataca con un objeto de primeros
auxilios. El incidente derivó en un pedido de explicación por parte del Comité
Internacional de la Cruz Roja (CICR) y hasta en una inédita nota de disculpas
de su contraparte cubana. Pero no ha sido suficiente. Lo que ha quedado en
evidencia no es sólo la ira de un paramilitar disfrazado como sanitario o el
rencor ideológico que se fomenta a cada paso sin medir las consecuencias. Se ha
desnudado también que las autoridades de nuestro país carecen de límites éticos
cuando de reprimir una opinión diferente se trata. Si para camuflar su tropa de
choque tienen que vestirla como un equipo deportivo, unos “estudiantes
espontáneos” o un grupo médico, lo harán. No se detienen y echan mano de
emblemas internacionales y hasta utilizan con fines políticos el prestigio de
ONGs extranjeras. Eso tiene que saberse, basta de ingenuidades.
Caperucita tiene pocas
oportunidades: el lobo de la intolerancia puede disfrazarse de abuela, de la
madre que le dio los pasteles y hasta del propio leñador que viene a
rescatarla.
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