Aclaraciones
a un editorial de 'Espacio Laical'
Antonio G. Rodiles
y Alexis Jardines. DIARIO DE CUBA
El
más reciente editorial de la revista Espacio Laical pone nuevamente en la mesa
de debate varios puntos de vital importancia sobre el rumbo que debe tomar la
transición cubana.
Primeramente, tenemos que decir que nos parece
muy interesante que las circunstancias actuales empujen a los actores políticos
a expresar públicamente sus posiciones. Se hace cada vez más difícil actuar
"en lo oscurito" en una era donde la información fluye y se filtra
con tanta facilidad. Este es un hecho que sin dudas sorprende a quienes se
acostumbraron a intervenir tras bambalinas.
Dentro del escenario actual tiene lugar un
intenso cabildeo destinado a lograr un relajamiento de la política del gobierno
de EE UU hacia el régimen de la Isla. Esta embestida ocurre a través de tres
actores diferentes. El primero es el Gobierno cubano, el segundo, la jerarquía
de la Iglesia Católica, y el tercero, algunos sectores del exilio. Aunque
varios analistas señalan el hecho como una coincidencia de intereses, pensamos
que resulta poco casual este frente de acción.
La preocupación de muchos activistas por el
papel que está jugando la jerarquía eclesiástica en este ajedrez político, ha
ido acompañada de denuncias en diferentes medios de prensa. Estas
recriminaciones jamás deben ser tomadas como un intento de golpear a la Iglesia
cubana, como se desea hacer ver por ciertos grupos, sino como una llamada de
alerta al papel que debe jugar esta institución y la preocupación de que pueda
ser convertida en rehén de unos intereses particulares.
El editorial de Espacio Laical no solo ha
salido a resarcir varios pasos en falso dados por miembros de su consejo
editorial, sino también "los
tropiezos" del cardenal Jaime Ortega en su reciente viaje a EE UU. No
debemos perder de vista que ya en días pasados el periódico Granma hacía una
defensa del prelado, descalificando las críticas de sus detractores.
El reciente cabildeo tiene un perfil muy bien
definido y va destinado a políticos opuestos al embargo, empresarios, grupos de
estudio, universidades, entre los que sobresalen Brookings Institution, Council
on Foreign Relations, Harvard University y CUNY. Curiosamente han desfilado por
los mismos espacios personas ligadas a los tres sectores mencionados. Roberto
Veiga, Jaime Ortega, Eusebio Leal, Arturo López Levy, Carlos Saladrigas son
algunos de ellos.
Dentro de la Isla no podemos obviar el repudio
que generó la conferencia sobre emigración cubana, realizada a principios de
mayo y a puertas cerradas, y de la que fueron excluidos activistas católicos
como Dagoberto Valdés y Oswaldo Payá, así como el académico Juan Antonio
Blanco, actualmente residente en Miami,
a quién el gobierno cubano le anunció que no lo dejaría entrar.
En días recientes un grupo de académicos
norteamericanos y cubanos, afiliados a las instituciones oficiales, se han
pronunciado por la aplicación de medidas que flexibilicen las relaciones entre
ambas naciones. En este escenario
aparece un nuevo grupo llamado CAFE, en el que sobresale Arturo López
Levy, al que se le ve, no solo como parte del equipo de Espacio Laical, sino
también de las campañas en favor de los cinco espías condenados en EE UU.
Resulta cuando menos sospechoso la
sincronización de este frente: Iglesia Católica, Gobierno cubano y emigración
complaciente.
Como explicó Carlos Saladrigas en su
conferencia realizada en el centro Félix Varela, es casi imposible que se produzca
un cambio de política de la administración Obama hacia la Isla en pleno año
electoral. Sin embargo, es evidente que esta estrategia apunta a que se
produzcan cambios en caso que el actual presidente fuera reelecto.
Como hemos referido anteriormente, el estado
ruinoso del país y la incierta situación de Hugo Chávez, entre otros factores
adversos, obligan a la elite gobernante a una búsqueda apresurada para
solventar su transmutación y en especial garantizar el futuro de sus herederos.
La pregunta es: ¿Cómo encaja Jaime Ortega en este plan?
En el editorial publicado por Espacio Laical
hay varios aspectos a señalar. El primero que consideramos importante es el
protagonismo político que le asigna a la Iglesia, afirmando que ésta ha sido
quien ha jugado el papel más activo en la construcción de una visión global
para los cambios en Cuba.
Lo que de plano ignora este editorial es que
no es a la Iglesia a quien le corresponde construir una alternativa de nación,
eso le toca a la sociedad civil. Por lo tanto resulta realmente sorprendente
que este grupo desee ocultar el trabajo que por años han realizado tantos
actores políticos, llegando a pagar con largas condenas y hasta con su vida el
compromiso asumido con la democratización de la Isla. La constante referencia a
su propia plataforma a título de solución única es, cuando menos, ofensiva.
Pero esto no es todo. ¿Cómo decir que desde la oposición no hay un proyecto de
nación? ¿Cómo asegurar que quienes reclaman el fin de una dictadura carecen de
legitimidad?
También resulta curiosa la vehemencia con que
el Cardenal ha asumido una tarea que le trasciende. Su papel cuando más debe
ser el de mediador, en caso de ganarse la confianza y el respeto de las partes
en conflicto, y no como activista totalmente parcializado.
El editorial de Espacio Laical pretende obviar
un hecho crucial e imposible de eludir y es que en nuestro país vivimos bajo
una dictadura que ya cumplió 53 años. Dictadura que ha sido manejada por el
mismo grupo desde aquel lejano 1959, dictadura que no admite renovación ninguna
y que obliga a su reemplazo por una democracia.
Otro de los argumentos manipuladores del
editorial es el relacionado con las sanciones económicas impuestas por el
gobierno de EE UU al Gobierno cubano. ¿Por qué tendríamos que repudiar que se
sancione a un Gobierno que no manifiesta ningún interés en mejorar las
condiciones de sus ciudadanos y en cambio no escatima recursos destinados al
aparato represivo?
¿Por qué tendríamos que apoyar que el Gobierno
incremente aún más sus deudas, sabiendo de antemano que ese dinero nunca se
revertirá en un desarrollo integral del país?
El tema del nacionalismo es otro punto
curioso. ¿De qué soberanía hablan cuando la economía actual ha sido mantenida a
través de las subvenciones externas y los cubanos hemos sido y seguimos siendo
discriminados en nuestra propia tierra?
Si bien, como plantea el editorial, en algún
momento el Cardenal tuvo una actitud digna ante injusticias cometidas, ¿por qué
no hemos escuchado nuevamente su voz ante las constantes violaciones de los
derechos humanos en la Isla? ¿Dónde estuvo cuando el asesinato de los tres
jóvenes después de una farsa judicial, cuando murieron Orlando Zapata Tamayo,
Wilfredo Soto y Wilman Villar?
¿Dónde estuvo su voz de denuncia durante la
ola de arrestos en la reciente visita del Papa a nuestro país? ¿Dónde está
cuando se realizan los cotidianos y despreciables actos de repudio en la Cuba
actual?
Tenemos que aclararles a los autores de ese
texto que hablar sin contorsionismos de la realidad que se ha vivido y se vive
en Cuba no es odio. Llamar asesinos a los responsables principales de la muerte
de miles de cubanos no es prejuicio y mucho menos falta de inteligencia
política.
La inteligencia implica un acercamiento
certero a la realidad, y la realidad en Cuba ha sido y es cruda. Si bien el
diálogo debe tener toda la prioridad como vía de solución a nuestro prolongado
conflicto, la verdad no puede quedar a un lado si deseamos que ese diálogo sea creíble.
La reconciliación no es incompatible con la
justicia. Todo lo contrario: para que exista reconciliación debe haber
justicia. Eso sí, no una justicia que devenga en circo, sino una justica que
respete la condición humana de cada individuo. Si la jerarquía eclesiástica
habla tan a la ligera, y con una visión falsa de reconciliación, no se debe
esperar otra cosa que el descrédito.
La Iglesia Católica pudiera estar llamada a
jugar un papel trascendente en la transición; pero eso solo será posible si se
gana el respeto y la confianza de todos aquellos que buscan una nación moderna
y democrática.
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