El
difícil camino a la democratización
Jorge Olivera Castillo. CUBANET
Los
amarres del castrismo no parecen estar a punto de desanudarse. Es cierto que el
sistema no funciona, pero, los hechos corroboran que la élite verde olivo
siempre se las ingenia para vadear con éxito los peores tramos del abismo.
¿Está
Cuba peor que en 1993, cuando el cese de los subsidios del campo socialista
llevó al país a una situación de emergencia nacional a causa de la
hiperinflación, la falta de alimentos y medicinas, además de los continuos y
prolongados cortes del servicio eléctrico? Por supuesto que no.
Si
en aquella oportunidad las protestas de mayor envergadura se circunscribieron a
un sector de la capital, sin que hubiera un contagio por demás lógico, a partir
de la grave situación social, hoy es impensable la articulación de un masivo
movimiento popular que empuje hacia verdaderos cambios, hasta ahora postergados
por una habilidosa combinación de utilitarias aperturas económicas, junto a una
eficiente aplicación de la fuerza ante cualquier indicio de rebeldía contra el
estatus quo.
El
bache dejado por la ex Unión Soviética y sus satélites fue cubierto por los
petrodólares de Hugo Chávez y los
préstamos de China, sin dejar al margen otros auxilios, menos voluminosos pero
también importantes, en un rescate que sin lugar a dudas ha servido para
prolongar los años de una dictadura que todavía exhibe sin disimulo sus
credenciales estalinistas.
Si
bien es cierto que existen innumerables condiciones para la estructuración de
una serie de eventos contestatarios, en la práctica tales posibilidades
terminan diluyéndose, hasta quedarse, por el número de participantes, en actos
meramente testimoniales.
La
apatía, el miedo y la tendencia a apostar por la sobrevivencia individual
dentro de la órbita del mercado negro, antes que enfrentar los riesgos de una
militancia en alguna de las agrupaciones disidentes, actúan como frenos en el
desarrollo de una masa crítica que pudiese presionar al gobierno de manera
efectiva.
Como
parte de esta realidad que fluctúa entre el estancamiento y modestos avances,
respecto a años anteriores, en cuanto a la captación de nuevos opositores,
habría que citar el interés mayoritario de la población en buscar la manera de
abandonar el país. Quedarse a luchar en Cuba es visto como una elección
suicida. Son pocos los que, aunque entienden la necesidad de luchar por la
democratización dentro de las fronteras nacionales, abandonan la idea de
emigrar.
Tal
y como ocurría en las naciones gobernadas por el partido comunista antes la
caída del Muro de Berlín, en Cuba las personas asumen posturas según las
circunstancias y no basadas en lo que verdaderamente sienten.
Es
un recurso que puede resultar cínico o amoral, pero que refleja el instinto de
conservación ante un régimen que posee infinidad de métodos para destruir a los disconformes, sin utilizar la tortura
física. Del control a nivel de cuadra y centro de trabajo, no escapa nadie.
Cada
cubano tiene un expediente en los archivos de la policía política y después de
esos interrogatorios en que salen a relucir detalles comprometedores, no son
pocos los que terminan como informantes. El chantaje ha sido y es un medio
esencial en la construcción de una sociedad basada en el temor a ser delatado
por un amigo o el vecino que aparenta ser una persona incapaz de cometer una
bajeza de este tipo.
En
un país donde se vive a expensas de las ilegalidades, siempre habrá a quien
doblegar, sin muchos esfuerzos. El salario promedio de no más de 25 dólares al
mes, es el motivo que justifica los robos en los respectivos centros laborales
y también la manera que tienen las instituciones represivas de ampliar su
eficacia con la captación de nuevos colaboradores.
Si
a esto unimos la impunidad de los centros de poder que se aprovechan de los
órganos de prensa (todos en poder del estado) para dar rienda suelta a sus
campañas difamatorias, las permanentes intromisiones en las cuentas de correo
electrónico, las escuchas telefónicas y la posibilidad de que estos detalles de
la vida privada de las personas sean difundidos por los medios escritos y
audiovisuales, en primera plana y en horarios de mayor audiencia, es suficiente
para comprender el por qué del miedo de los cubanos a sumarse a la oposición o
de un grupo de la sociedad civil alternativa.
Frente
a este panorama es factible no decantarse por las falsas expectativas. El
pluralismo político y los preceptos constitucionales que garanticen las
libertades fundamentales seguirán siendo un anhelo insatisfecho por unos años
más. ¿Cuántos? Nadie lo sabe.
No
obstante, aunque los escollos son considerables, esto no es motivo para
cruzarse de brazos. Hay que seguir la marcha y olvidarse de los tropezones.
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