La neurosis
étnica norteamericana
Carlos
Alberto Montaner. FIRMASPRESS
The New York Times
anuncia en primera página que en el año previo algo más de la mitad de los
niños nacidos en Estados Unidos (el 50.4%) fueron no blancos. De ese
porcentaje, el 26 eran hispanos (la mayor parte mexicanos), el 15 negros y el 4
asiáticos.
¿Por qué en primera página? Pura neurosis
étnica. Miedo al que es diferente. Por lo mismo que hace unos años Sam
Huntington causó un gran revuelo con la publicación de El reto hispano. Ese
tipo de información causa una cierta ansiedad entre “los blancos”. Piensan que
pierden el control y la dirección de la nación americana. Temen convertirse en
una minoría.
El primer disparate es la clasificación. A los
hispanos se les ordena por la lengua que hablan, o por la que se supone que
hablen, independientemente del color de la piel. Un chileno de origen vasco o
un guatemalteco cachiquel son hispanos, aunque la lengua del segundo no sea el
español. A los negros, evidentemente, se les clasifica por la raza. A los
asiáticos, por la geografía, trátese de un chino o un hindú.
Ignoro, por ejemplo, si un israelí-americano
de origen sefardí es un asiático, un blanco o un hispano. Tampoco sé si ese
brillante ingeniero venezolano llamado Rafael Reif, hijo de emigrantes judíos
de Europa oriental, recién nombrado presidente de MIT, es hispano, blanco, o si
tal vez el censo lo reconoce, simplemente, como maracucho.
El segundo disparate es de origen moral e
ideológico. No hay nada más contrario a la naturaleza del estado norteamericano
que clasificar a las personas por la raza, la cultura, o el género. No existe
en la Constitución de Estados Unidos, ni en los 85 ensayos de El Federalista
(donde Madison, Hamilton y Jay explicaron el alcance y significado del
documento), la menor alusión a nada que no fueran las reglas y las
instituciones por las que la nueva república se regiría.
La originalidad y la grandeza de Estados
Unidos estuvo, precisamente, en eso: los padres fundadores inventaron el
patriotismo constitucional. Un buen americano era aquel que se colocaba bajo la
autoridad de la ley. No era necesario provenir de sangre británica u holandesa.
Al principio, aunque proclamaban la igualdad de todas las personas, sólo
incluían a los varones blancos propietarios, pero, poco a poco, fueron
ampliándose los círculos de participación hasta agregar a las mujeres y los
afroamericanos.
No obstante, es legítimo examinar, como hizo
Huntington, la relación que pudiera existir entre etnia y desarrollo. Si el
desempeño de una sociedad es el producto del trabajo y la cosmovisión de la
corriente central o mainstream que le
da forma y sentido ¿no es acertado pensar que una masa étnica en la que
predominan unos valores culturales diferentes puede modificar sustancialmente
el resultado general de esa sociedad? En otras palabras, que si Estados Unidos
se llena de turcos o de chinos la nación acabará comportándose como Turquía o
China.
Depende. Más importante que la raza o la
cultura son las reglas imperantes. Los hindúes, que en la India no lograban
prosperar, son el grupo minoritario más exitoso y educado de Estados Unidos.
Funcionan estupendamente dentro de las reglas norteamericanas. Lo mismo puede
decirse de los judíos procedentes del mundo eslavo. En Europa eran muy pobres y
atrasados. En Estados Unidos tuvieron un éxito extraordinario. Hay muchos
ejemplos: griegos, libaneses, barbadenses, iraníes y toda una larga lista. Los
hipotéticos turcos y chinos, educados en Estados Unidos, acabarán comportándose
de manera diferente a como lo hacían en sus países de origen.
Lo que está ocurriendo en Estados Unidos es un
fenómeno planetario, aunque sea mucho más visible en las democracias abiertas
que en los estados totalitarios: vamos, lentamente hacia un saludable
mestizaje. Pero lo importante no es tratar de mantener la imposible pureza
étnica, sino preservar los rasgos culturales que permiten que las sociedades
sean razonablemente prósperas y felices.
Estados Unidos se convirtió en la primera
potencia del planeta por sus instituciones, por su estructura de valores, que
incluía la meritocracia, por su capacidad para innovar, y por su sistema
educativo. Todos esos factores combinados generaron un formidable aparato
productivo. Lo que hay que hacer es potenciar la integración de los inmigrantes
en el modo norteamericano de hacer las cosas. Eventualmente, desparecerá la
neurosis étnica. Se confirmará que, como suponían los padres fundadores, todos
los hombres son iguales. La clave está en las reglas que norman su
comportamiento.
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