Sunday, May 6, 2012


La conducción

Américo Martín. ABC DE LA SEMANA

Nadie de los que interrogué supo decirme dónde estaba y quienes se sentaban en el cuarto de la Conducción

Franz Kafka “La Muralla China”





I



El presidente Vino,  Vio ¿lo hizo? y Venció ¿acaso es eso posible sin que nadie se percate?

Pero lo importante es encontrarle significado a su última visita, ahora que regresó a La Habana a seguir su interminable tratamiento. Esas preguntas, siendo importantes, no lo serían tanto si habláramos de un mandatario poco amigo del espectáculo, Raúl Castro, por ejemplo. Pero si su hermano decidiera salir de Cuba sin dejarse ver provocaría una tormenta especulativa.

Por supuesto que tampoco es imposible que un Fidel Castro o un Nixon, para irnos a la orilla opuesta, puedan en alguna ocasión valerse del secreto para mejorar la calidad de sus operaciones en el extranjero. De hecho lo hicieron y con éxito. Aislada la revolución por el esperado embargo norteamericano después de las confiscaciones de intereses privados, Fidel viajó abruptamente a la Unión Soviética. Por inusitado era muy difícil ocultar aquel viaje, y hubo que dar una respuesta, aunque no con lenguaje de palabras, sino de fotografías. El estridente Fidel y el Premier Jruschov, un Fidel ucraniano, tuvieron la ocurrencia de retratarse en una cacería de osos. Violentando sus maneras explosivas, habían decidido conversar en secreto los pormenores de la sustitución de EEUU por la URSS en territorio cubano, pero en la imposibilidad de lograrlo dejaron salir sus respectivas venas histriónicas.

 ¿Y qué hace Fidel en la Unión Soviética? le pregunté al Che Guevara en el Banco Nacional de Cuba.

-Está cazando al oso, me respondió



II



 Otro hombre de candilejas, sembrador de agitaciones a favor o en contra, estadista solvente pero de talante cínico fue Richard Nixon, odiado por los periodistas liberales pero jefe sin disputa del partido Republicano. Conservador hasta la médula, anticomunista agresivo, protagonizó sin embargo una operación encubierta en la archienemiga China, que probablemente a ningún demócrata se le hubiera ocurrido. Kissinger armó el mecanismo. Se anunció un viaje oficial de Nixon a Pakistan, cuyo presidente, Ayub Khan era estrecho aliado de EEUU. Ya en ese país, ambos presidentes hicieron una gira más bien convencional, hasta que, burlando a los medios, colocaron al mandatario norteamericano en un avión que lo trasladó clandestinamente a Beijing. Llegó solo. Recibido por Chou En Lai fue escondido en una lujosa residencia rodeado por un personal doméstico, que no dejaba de sonreír. Las conversaciones se inician con  rapidez y éxito. El tema no es concha de ajo: restablecer relaciones entre dos naciones hasta entonces marcadas por un feroz antagonismo.

De repente Chou se disculpa. Debe dar una declaración televisada. Si no se presenta se despertarán sospechas. Nixon entiende y amablemente lo despide. Por curiosidad y con su traductor al lado, escucha el agresivo discurso de Chou, plagado de menciones contra el imperialismo yanki. Nervioso, mira a un lado y otro hasta toparse con los domésticos chinos, tan agitados como él pero sin abandonar la sempiterna sonrisa. Inquieto y acorralado, el presidente les pregunta:

-¿Y ustedes por qué se ríen?

-Los chinos siempre nos estamos liendo, le responden en angustiado coro.

En fin, regresa Chou prodigando amabilidades, con la convicción de que las conversaciones chino-americanas avanzan sin pausa. Nixon lo intercepta:

-Pero lo acabo de ver y nada de lo que dijo concuerda con nuestras negociaciones…

Chou responde alegremente:

-Fíjese en lo que hago, no en lo que digo.



III



Es obvio que Chávez no es el mismo. Su silencio es más sorprendente porque rompe su habitual e interminable chaparrón de agresivas insensateces. ¿Quién gobierna en Venezuela? Podría pensarse que la rutina porque el presidente Chávez no sólo dejó de hacerlo, sino de reír, sonar, jactarse; y sus supuestos sucesores no se atreven a llenar el vacío, bien porque no saben o porque temen que el caudillo desconfíe de sus decisiones.  No sería extraño que estos silencios se hagan más prolongados y que trate de armarse una contradictoria y débil Conducción en medio de la emergencia de las elecciones presidenciales, con Capriles Radonsky avanzando vigorosamente.

 No se siente el gobierno ni hay voluntad para construir alguna convincente caricatura de tal. La gente puede sospechar que desde algún punto en el infinito, Chávez sigue en el timón. El vacío es siempre aterrador, sea del piloto que desapareció del avión en vuelo o del presidente que se esfumó de la cumbre y del territorio venezolano. Por eso es más fácil creer que aunque no la veamos, la misteriosa Conducción sigue atendiendo de alguna manera los problemas que nos agobian.

Mientras el hombre que ha dominado la voluntad del gobierno y sus seguidores no se autoexcluya, el drama interno del PSUV permanecerá en ignición. Pero los barones que se encanallan para ocupar el vacío saben que no pueden seguir esperando, aunque no sea posible que se entiendan en el crucial asunto de la sucesión.

La historia es impredecible. Se pueden calibrar las tendencias, pero el desenlace admite hechos inesperados. ¿Quién iba a imaginar que en fecha tan temprana como el 7 de octubre estaría por precipitarse un cambio democrático en Venezuela? ¿Quién podía incorporar la enfermedad del presidente al batiburrillo de los factores de cambio?

Si dijéramos que “todo es mentira” tal afirmación sería verdadera y en consecuencia no todo es mentira, lo que nos lleva a un callejón sin salida. Exactamente así es el silencio más bien estruendoso del gobierno.

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