Las
dos caras de Felipe Calderón
Daniel Innerarity. LA PRENSA.hn
Embajador Carlos Pascual y Felipe Calderón |
El
presidente mexicano Felipe Calderón finalmente logró lo que quería: la renuncia
del embajador de Estados Unidos, Carlos Pascual. Mató al mensajero por
incomodar al presidente al criticar la “guerra contra las drogas” que él desató
cuatro años atrás.
Las
críticas ─ contenidas en cables secretos, difundidos por WikiLeaks ─ también
molestaron al Ejército. El embajador dijo que las fuerzas armadas no suelen
actuar con la eficacia o la rapidez necesarias y demuestran una gran aversión
al riesgo. También denunció que las agencias de seguridad emplean más tiempo
compitiendo entre ellas que confrontando al crimen organizado.
Pascual
perdió su trabajo por hacerlo bien, por decir la verdad que el Presidente no
quiere encarar y su gobierno preferiría que no fuera cierta.
Pero
la verdad recalcitrante que el diplomático reveló se asoma día tras día a pesar
del número de capos arrestados, y la cantidad de armas y cocaína confiscada.
México no está ganando la guerra contra el narcotráfico y el crimen organizado.
La
renuncia obligada del embajador estadounidense no puede ocultar los 34,000
muertos, el ascenso en las adicciones, la escalada de las ejecuciones, el
incremento de los secuestros, la intransigencia de la impunidad.
La narrativa oficial es que la violencia es una
consecuencia inevitable. Pero otros países han logrado prevenir que bandas de
narcotraficantes desaten su furia sobre la población civil. Y, mientras a los
mexicanos se les dice que la violencia se trata tan solo de capos destazándose
entre sí, en realidad las ejecuciones rebasan el mundo del narcotráfico,
Y
se les exhorta a denunciar a los malosos, cuando 98.5% de los crímenes en el
país jamás son resueltos. Una encuesta reciente demuestra que el 59% de la
población cree que el Gobierno está perdiendo la guerra que emprendió, mientras
solo 23% apoya la ruta actual.
Como
advierte Sun Tzu en El Arte de la Guerra, toda guerra entraña la decepción y
vaya que México es víctima de ella. El gobierno mexicano no ha sido honesto con
la población del país sobre la enormidad de los retos que enfrenta. Los errores
contraproducentes que ha cometido. El tipo de ayuda estadounidense que ha
solicitado. El grado de colaboración que ha exigido.
El
número de agentes norteamericanos que ha permitido. Y de allí las contradicciones,
las evasiones, las incongruencias que demuestran los miembros del equipo de
Felipe Calderón. Todos demandan que Estados Unidos asigne más recursos, más
atención, más importancia a la guerra de Felipe Calderón, pero reculan cuando
esa ayuda se hace pública.
En
semanas recientes, el gobierno mexicano no ha sido capaz de explicar por qué
autorizó vuelos de aviones espías no tripulados sobre su territorio para tareas
de inteligencia.
Y al mismo tiempo que Calderón insiste en que
Estados Unidos asuma sus responsabilidades bilaterales, demanda que le sea
entregada la cabeza del embajador por revelar las fallas de la guerra que
promovió.
La
postura contradictoria de Calderón está enraizada en los hábitos reflexivos de
una clase política entrenada para ganar puntos políticos pateando a los Estados
Unidos.
El
presidente mexicano también ha buscado refugio bajo el paraguas del
patriotismo, entre los pliegues de la bandera nacional, y detrás de las
diatribas pronunciadas en nombre de la soberanía. Acusa a Estados Unidos de
intromisión, después de que ha sido asiduamente pedida por su propio gobierno.
Critica
a Estados Unidos de intervención, después de que ha sido solicitada. Acusa a
Carlos Pascual de ser “procónsul”, después de que las autoridades mexicanas
-por incompetencia o irresponsabilidad- le han asignado ese papel. Destaza al
embajador Pascual por su “ignorancia”, después de que envía cables que
contienen diagnósticos acertados. Duros de leer pero difíciles de contradecir.
Más
que matar al mensajero, Felipe Calderón debería reflexionar sobre los mensajes
que envió. Contienen todo aquello que debería llevarlo a repensar la guerra y
los términos en los cuales la está librando. A rectificar la estrategia que
hasta el momento ha aumentado la violencia sin disminuir el narcotráfico.
A
replantear la relación con Estados Unidos sobre bases más honestas, consigo
mismo y con sus compatriotas. A redefinir el “éxito” de su ofensiva para que la
prioridad sea la reducción de las ejecuciones. Porque si no hace eso, poco
importará si Calderón consiguió la cabeza de Carlos Pascual, si obtuvo aplausos
cortoplacistas, si impuso su voluntad.
Mañana,
cuando el “gringo feo” haya empacado sus maletas, Ciudad Juárez seguirá siendo
la ciudad más insegura del mundo. La tasa de homicidios seguirá creciendo de
manera alarmante. Las instituciones de seguridad pública seguirán siendo
incapaces de prevenir, detectar, investigar o sancionar la gran mayoría de los
hechos violentos que atemorizan al país. El gobierno mexicano seguirá pidiendo
la ayuda del gobierno estadounidense de manera subrepticia, y negándolo cuando
salga a la luz.
El
mensaje es claro: si los mexicanos no acabamos con esta guerra ─ tan mal
concebida, tan mal librada, tan mal explicada – acabará con nosotros. Y no se
necesita leer los cables de Carlos Pascual para entenderlo. (Project Syndicate)
No comments:
Post a Comment