Ofensiva revolucionaria
Alejandro Armengol. Blog
CUADERNO DE CUBA
El
gobierno cubano está empeñado en una nueva ofensiva. No la lleva a cabo contra
los residentes de la isla; no pretende intervenir nada ni nacionalizar negocio
alguno; nada tiene que ver con piruetas ideológicas anteriores, como la
construcción paralela de socialismo y comunismo; tampoco está interesado, en
este caso, en perseguir la bolsa negra y el contrabando. No, lo que quienes
mandan en la Plaza de la Revolución quieren es anular el exilio moderado, convertirlo
en corderito amaestrado y restarle independencia.
Dos
factores explican este intento. Uno es que La Habana se siente cómoda con la
bipolaridad política que hasta ahora ha definido al exilio. Otra es el fracaso
de Raúl Castro como proveedor de alimentos y en general de bienes de consumo
para la población.
Basta
recorrer los datos que con frecuencia ofrece el economista Oscar Espinosa Chepe
en sus artículos, basados en las estadísticas cubanas, para comprobar que la
agricultura continúa sin avanzar. Si a ello se une la pobre producción cañera
en particular ─ la zafra azucarera volvió a incumplir los planes este año,
según Granma ─ y la incertidumbre sobre el futuro del mandatario venezolano,
Hugo Chávez, es lógico que los ojos del gobernante cubano se vuelvan hacia el
norte, Estados Unidos y el exilio de Miami, en busca de fondos para la
supervivencia.
El
problema es que el régimen castrista decepciona a diario.
No
a los exiliados.
Quien
se marchó de Cuba – más o menos voluntariamente – trajo la decepción con su
salida. Sin embargo, para los que optaron permanecer en la isla, o se han visto
obligados a ello, no hay la más remota esperanza de mejoría.
Acaba
de ser demostrado, con la vuelta a la prensa de la historia del famoso cable
para internet, que es otro misterio u otro desconsuelo en una larga lista de
engaños. La periodista Andrea Rodríguez muestra en un excelente reportaje que a
más de un año del anuncio de la llegada del cable submarino a las costas de la
isla, la conexión de Cuba a la red de redes sigue siendo de las peores del
mundo. Cuba tiene la segunda conectividad más baja del mundo por detrás de la
isla de Mayotte, al norte del canal de Mozambique en Africa. Así que si uno
vive en Burkina Faso o en Chad, no debe olvidar que es un afortunado con
respecto a Cuba al entrar en la red.
Nada
que ver con el famoso embargo. El gobierno venezolano asegura que el cable
submarino de fibra óptica que su país tendió hacia Cuba está “absolutamente
operativo”, y señala que cualquier inconveniente de internet en la isla es un
“asunto soberano” del gobierno cubano.
Esto
coloca a los problemas de conexión que afrontan los cubanos en el terreno de la
censura. Y la censura en la isla es algo que se extiende sin límites, cuando se
trata de un objetivo priorizado.
Así
que no solo se le veta la posibilidad de tener internet en la casa a los
opositores de cualquier tipo. El simple ciudadano que simplemente quiere
disfrutar un video en You Tube no puede hacerlo. Ni en su casa, ni en un
establecimiento estatal ni en parte alguna. Simplemente porque el servicio no
cuenta con la velocidad necesaria.
Al
final el problema no es técnico y tampoco económico, sino de ideología. Una
ideología que se limita a la supervivencia del régimen.
También
el gobierno cubano apela a esta ideología ─ a la que se sacrifica todo no por
una cuestión de pureza sino de mando ─, para desde La Habana intentar dictar
pautas sobre el exilio. No sobre el exilio histórico, que por regla general ya
no tiene familiares en la isla, sino sobre quienes han llegado en las dos
últimas décadas. A cambio no está dispuesto a concesiones o cambios, sino a
lanzar migajas.
Por
supuesto que el esfuerzo ahora no es convertir a los exiliados moderados en
marxistas, comunistas o socialistas ─ esto quedó atrás y nunca tuvo mucho
sentido en Cuba ─ sino en nacionalistas. La definición nacionalista que La
Habana aplica en este caso cumple un uso operativo: subordinación a los
dictados de un régimen del que se ha escapado al llegar al exilio.
En
primer lugar hay una farsa legal. Si la actual constitución cubana, en lo cual
sigue las pautas de la Constitución de 1940, no admite la doble ciudadanía ─ y
fundamenta que una vez que un cubano adopta una ciudadanía extranjera pierde
automáticamente la cubana ─, carece de sentido jurídico que al mismo tiempo se
exija a los que se han nacionalizado estadounidenses, pero nacieron en Cuba,
que tengan que entrar a la isla con un pasaporte cubano.
En
segundo una mezquindad política. La no satisfacción con la forma de proceder de
un sector del exilio, con algunas de las normas existentes en el trato del
gobierno norteamericano hacia la isla, o con la actuación de los congresistas
cubanoamericanos, implica necesariamente el convertirse en coro o cotorra a
favor de la libertad de “Los Cincos”.
El
gobierno cubano no solo ignora la independencia política, sino la desprecia. No
está dispuesto a un diálogo serio y abierto con quienes viven en el exterior. Se
limita a reuniones ocasionales, con mucha publicidad y pocos resultados. Esa es
su ofensiva, y también será su fracaso.
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