El inconsciente en la política
Fernando Mires. Blog POLIS
Cuando
Jacques Lacan, quien siempre manifestó hostilidad hacia la política oficial
afirmó en su Seminario 10 que “el
inconsciente es la política” no bromeaba ni incurrió en contradicción. Porque
la política que el analista denostaba era antes que nada la política ideológica,
la de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, esa que ─ para decirlo en
clave freudiana ─ se convierte en esclava de un implacable "Sobre
Yo", sea éste individual o colectivo.
Jacques Lacan |
Probablemente
Lacan presentía que además de convertirnos en alucinados ideológicos hay otras
formas de hacer política. Una de ellas es la que tiene que ver con la
liberación de todo aquello que en la escena pública oprime la necesidad de ser
uno mismo. La ideología, y eso lo sabía muy bien Lacan a través de algunos
pacientes ─ entre otros, connotados marxistas como Louis Althusser ─ puede
convertirse en una barra que al clausurar los llamados que vienen desde el
inconsciente, impide la plena manifestación del ser. Así, pienso que si Lacan
viviera diría que la política ideológica tiene lugar de modo offline. En
cambio, la otra, la existencial, de modo online. Ahora bien, el inconsciente
actúa siempre de modo online.
Toda
ideología incomunica el deseo de ser en uno y con los demás. Es por eso que un
buen psicoanalista debe ser, por lo menos durante sus horas de consulta,
enemigo declarado de cada ideología. En el fondo ─ creo que Lacan estaría de
acuerdo con esa afirmación ─ la sesión psicoanalítica se guía por el propósito
de des-ideologizar, mediante el balbuceo de cada palabra, la mente del
paciente, y con ello, la del analista (el otro) pues del mismo modo que la
liberación del oprimido libera al opresor (Hegel) la liberación del paciente
(el uno) libera al analista
(transferencia). Esa es la razón por la cual he afirmado que toda ideología es
una patología colectiva así como toda patología es una ideología privada. Creo
que alguna vez deberé patentar esa frase.
El
inconsciente es político, pero no lo es sólo por analogía, como ha creído ver,
siempre más lacaniano que Lacan, su apóstol Jacques-Alain Miller. Por cierto,
desde el punto de vista analógico el inconsciente es político porque por una
parte se construye a sí mismo de un modo gramático y, por otra, porque su deseo
de ser va dirigido al “otro”. Pero, además, el inconsciente es político porque
el mismo deviene de un conflicto insuperable: el deseo de ser más allá de sí. O
dicho de otro modo: el inconsciente viene del conflicto inevitable entre el
deseo de ser y el deber del estar. El inconsciente, cuando asoma, busca el
poder: el poder ser y el poder del ser. Y eso es político.
Radicalizando
sólo un poco una de las tesis centrales de Freud, podríamos decir que el
inconsciente, al igual que la política,
es un hijo de la cultura. Esa misma cultura que al dividirnos en dos
produce un inevitable malestar, escisión necesaria para ser lo que somos,
pecado original que pagamos con nuestros miedos y odios, algunos con tabletas,
otros con las clínicas, también con los manicomios, y no por último, con las
prisiones.
El
inconsciente, por lo tanto, no es un subterráneo adonde van a parar los trastos
viejos del alma, sino un agente activo que pugna por ser, es decir, el
inconsciente no es más ni menos que uno mismo en su intención de ser. El
inconsciente es tu propio cuerpo. En cada inconsciente late un deseo reprimido
de libertad. Por lo mismo, siempre está (estamos) en disputa con lo que no nos
deja ser. Más aún: el inconsciente sólo aparece discutiendo. Y si ese conflicto no existiera no habría
inconciencia, y por tanto, tampoco habría conciencia. O dicho en tono de
síntesis: no es el inconsciente “quien” genera el conflicto sino al revés: el
conflicto genera al inconsciente del mismo modo como el deseo no origina la
prohibición sino la prohibición al deseo (San Pablo fue el primero que así lo
entendió). El inconsciente existe ─ eso es lo que estoy intentando decir ─ a
partir del momento de su negación. Y si todavía no está muy claro, voy a poner
un ejemplo:
A la disidente Yoani Sánchez de Cuba, el par
de dictadores que rige los destinos de la isla le niegan su derecho natural a
viajar lo que significa que ellos imaginan ser dueños del cuerpo de Yoani. El
cuerpo de Yoani, a su vez, protesta; su cabeza piensa y sus manos escriben. Eso
quiere decir: la protesta inconsciente del cuerpo de Yoani se hace consciente
escribiendo. Ahora, la protesta y la búsqueda del “otro” son acciones
esencialmente políticas y ellas no vienen de ninguna otra parte que no esté en
el inconsciente de Yoani, o lo que es lo mismo: de su propio cuerpo oprimido
que al escribir, clama y exige su libertad de movimiento.
Por lo demás, aunque vayamos donde vayamos,
aunque hagamos lo que hagamos, vivimos en permanente confrontación, ya sea con
“el otro” de afuera, ya sea con “el otro” de adentro. Y no hay otra posibilidad.
Más allá del conflicto ─ ese es uno de los mensajes lacanianos ─ sólo habita la
muerte.
¿Se
entiende entonces por qué Lacan afirmó que el inconsciente es la política?
El inconsciente no sólo es conflictivo; es el
conflicto y por eso mismo su forma natural de ser es el debate: la contra-dicción.
El debate, a su vez, siempre será palábrico, y consecuentemente, gramático,
sintáxico y retórico. O para decirlo en lacaniano: El inconsciente es inscrito
en sí mismo sólo cuando habla o escribe, es decir, cuando se ex-presa, saltando
la presión, o la o-presión. En eso no se diferencia en nada de la práctica
política. Osaría decir incluso que sin esa lucha del inconsciente por abordar
las orillas de lo consciente no sólo no habría conciencia; tampoco habría
política.
Así
se explica por qué la razón de ser de todo régimen antipolítico es la supresión
del habla, la destrucción de la gramática y el desorden sintáxico a través de
la mentira programada y el insulto sostenido. No hay libertad de opinión sin
libertad de palabra (hablada, escrita, impresa, digitalizada). Ese último
dictamen, como es sabido, no es de Lacan; es de Hannah Arendt.
También es de Hannah Arendt la siguiente
afirmación: “el sentido último de la política es la libertad”. Pero no hay
libertad sin deseo de libertad, deseo que habita, a veces adormilado, pero
siempre vivo, en la casa de la inconciencia. Esa es otra de las razones que
explican por qué el inconsciente es político. Creo que, en ese punto, Lacan
estaba muy en lo cierto.
No comments:
Post a Comment