Un crimen casi olvidado
Tania Díaz Castro.
CUBANET
El 2 de enero
de 1981 tres jóvenes hermanos, Ventura, Cipriano y Eugenio fueron fusilados por
el gobierno de Fidel Castro en uno de los paredones de la Fortaleza de la
Cabaña, como castigo por haber penetrado en la sede diplomática del Vaticano en
La Habana el 3 de diciembre de 1980, para pedir asilo político.
Los jóvenes eran testigos de Jehová,
de familia muy humilde, y habían sido amenazados con prisión por practicar su
fe.
Ventura apenas había cumplido 19
años, Cipriano tenía 21 y Eugenio 25. Fue, sin lugar a dudas, un crimen
espantoso, otro de los muchos que lleva el castrismo en sus espaldas.
Conocí a la madre de estos jóvenes
en diciembre de 1987, cuando Ricardo Bofill, presidente del Comité Pro Derechos
Humanos de Cuba – CPDHC ─ la presentó ante un grupo de periodistas extranjeros,
para que ella misma relatara la macabra historia que había destruido a su
familia para siempre.
Margarita Marín Thompson sólo tenía
esos hijos varones. Recordó aquel día cómo el más pequeño le confesó el paso
que darían, desesperados por escapar del sistema comunista de Cuba. Los jóvenes
estaban seguros de que la Iglesia Católica los ayudaría, porque uno de los
hermanos, el mayor, era ex preso político.
-Confía en los sacerdotes, mamá.
Ellos nos protegerán.
Pero los sacerdotes funcionarios de
la Nunciatura habanera se prestaron para que se consumara la injusticia.
Ya en el edificio de la embajada
vaticana, los hermanos García Marín, junto a dos amigos y tres mujeres muy
jóvenes, fueron víctimas de la traición. En vez de recibir la visita de
negociadores para tratar su salida del país, como habían prometido los
sacerdotes, fueron sorprendidos por un asalto de las tropas especiales del
Ministerio del Interior y se dijo que un disparo mató al mayordomo de la sede.
Nunca se aclaró quién había sido el culpable. Luego se reportó que el
mayordomo, supuestamente muerto, estaba vivo y era un agente de Seguridad de
Estado que había fingido sus heridas.
Al día siguiente de realizárseles un
juicio sumario, donde los ocho jóvenes fueron condenados – los tres hermanos a
la pena de muerte y el resto a largas condenas de prisión ─, Ventura, Cipriano
y Eugenio fueron fusilados.
La madre, loca de desesperación ─ así
le escuché decir llorando ─, fue además condenada a 25 años de cárcel por no
delatar a la policía el plan de sus hijos. En diciembre de 1986 fue puesta en
libertad, gracias a la presión internacional lograda por las denuncias enviadas
por el CPDHC a las Naciones Unidas. Así lo dejó dicho para la historia
Margarita Thompson, en una carta dirigida a Bofill,
el 17 de enero de 1987.
La carta de Margarita Marín Thompson
fue publicada en el libro La fisura, editado por el Instituto de Derechos
Humanos de la Universidad de la Florida, en 1998.
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