¿Por qué no paren las cubanas?
Dimas Castellanos.
DIARIO DE CUBA
Un
informe emitido por la ONG Save the
Children, en el que se afirma que Cuba ocupa el primer puesto entre los
países de América Latina donde existen mejores condiciones para ser madre,
seguido por Argentina y Uruguay, fue reproducido parcialmente en la primera
página del periódico Granma del pasado 10 de mayo.
Tal información, que la prensa oficial
presenta como un gran logro, oculta otros datos relacionados con la demografía
cubana que deberían mover a reflexión. Resulta que en Cuba la disminución de la
natalidad está provocando un decrecimiento poblacional sostenido.
Los ajustes realizados en 1998 por la División
de Población de las Naciones Unidas en sus proyecciones hasta el año 2050,
plantean que la tasa de fecundidad de los países menos desarrollados pudiera
disminuir hasta 2,1 hijos por mujer, mientras que para los más desarrollados
arrojarán valores entre 1,7 y 1,9. Sin embargo, la tasa global de fecundidad en
Cuba —que no se ubica precisamente entre los países desarrollados— ha venido
descendiendo desde mediados de los años 70 del pasado siglo hasta alcanzar 1,7
hijos por mujer en el año 2009: cuatro décadas antes del pronóstico realizado
por las Naciones Unidas.
Según informaciones brindadas por la Oficina
Nacional de Estadísticas de Cuba, la población de la Isla decreció nuevamente
en el año 2010 en 1.467 personas, que representa una tasa anual de crecimiento
negativa (–0,13%), la cual confirma el descenso sostenido en los últimos años.
¿Por qué ocurre en Cuba un fenómeno que
caracteriza a los países desarrollados? El empeoramiento de las condiciones de
vida, debido a la ineficiencia económica, están llevando a una gran cantidad de
cubanas jóvenes a aplazar el momento de tener hijos, mientras otras tantas han
decidido reducir su proyecto reproductivo ante la falta de perspectivas. Ello
está teniendo una fuerte influencia en la vertiginosa disminución de la tasa de
fecundidad, lo que resulta contradictorio no solo con la continua propaganda
estatal acerca de la maternidad, sino también con las raíces del movimiento
feminista cubano, que desde el siglo XIX contó con figuras destacadas como Mari
Blanca Sabas Alomá, quien adoptó los principios originales del humanismo
maternal como fundamento del feminismo; o como Ofelia Domínguez Navarro, que en
el Primer Congreso Nacional de Mujeres, en 1923, presentó una moción acerca de
la redefinición de la familia para incluir en ella a los hijos ilegítimos.
Como los escenarios demográficos de proyección
se construyen a partir principalmente de la relación entre fecundidad,
mortalidad y migraciones, no es difícil predecir los efectos de una fecundidad
tan reducida a mediano y largo plazo sobre la deprimida economía nacional.
El éxodo sostenido y creciente, que desde 1959
ha colocado fuera de las fronteras nacionales a unos 2 millones de
compatriotas, representa aproximadamente el 18% de la población. En los cinco
años comprendidos entre 2004 y 2009, emigraron más de 210 mil cubanos,
tendencia confirmada con los datos publicados por la Oficina Nacional de Estadísticas,
que arroja en el año 2010 un saldo negativo record de 38.165 emigrantes.
Si a lo anterior se añade una esperanza de
vida por encima de los 75 años, resulta que la población inactiva comprendida
en los grupos de 0 a 14 años y de 60-65 años en adelante crecerá, a la vez que
disminuirá la población activa, comprendida entre esos dos grupos de edades.
Ello genera una relación de dependencia insostenible que se agudizará al paso
del tiempo, pues los gastos de seguridad social, atención médica y otros que
implican una población envejecida requieren precisamente lo que en Cuba está en
falta: una economía eficiente.
De mantenerse esa tendencia — y nada indica
que vaya a cambiar — la población cubana, que en diciembre de 1998 sobrepasó
los 11 millones de personas, no podrá alcanzar los 12 millones de habitantes,
lo que ha ubicado a Cuba entre las poblaciones más envejecidas del continente.
Lo peor es que ese fenómeno se produce en una nación que, por su bajísima
productividad, se ve obligada a comprar en el exterior una buena parte de lo
que consume. Por tanto, la transición demográfica a la cubana, en un contexto
caracterizado por la descapitalización de la economía y una enorme deuda
externa, augura un empeoramiento con graves repercusiones en el ámbito económico,
político y social.
Estos datos develan una realidad: las
diferencias radicales entre la transición demográfica cubana y la que ocurre en
los países desarrollados consiste en la decisión de la mujer cubana de parir
menos y en el alto índice de emigración — particularmente de jóvenes —, lo que
combinado con el aumento de la esperanza de vida, nos arrastra aceleradamente
hacia una sociedad de ancianos. Ese decrecimiento demográfico no es un hecho
aislado ni casual, es ni más ni menos que uno de los múltiples efectos de la
crisis estructural, cuya causa está en la incapacidad del sistema vigente para
garantizar un crecimiento económico capaz de satisfacer las necesidades mínimas
de la población.
La
salida de esa penosa situación está en el aumento sostenido y eficiente de la
productividad, algo que no ha sido ni será posible con el actual intento de
actualizar el modelo vigente sin incluir cambios en las libertades ciudadanas.
Además, en cualquier caso habrá que proceder a una reforma radical de la política
migratoria, de tal forma que permita la salida y el retorno de los cubanos con
plenos derechos, como existió en Cuba en épocas pasadas y como existe, con
raras excepciones, en todas partes.
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