El
destino de México
Napoleón Gómez
Urrutia. LA JORNADA
Foto tomada de Contrainfo.com |
Volver
a ser una nación viable con certidumbre, con futuro, es lo que se está jugando
en la actual campaña electoral. Con ella se definirá el destino de México. Hay
disputa por la Presidencia de la República, el Senado y la Cámara de Diputados,
así como por diversas gubernaturas y legislaturas locales. El país entero está
estremecido por esta circunstancia política, que no terminará sino hasta el 1º
de julio próximo, y que después tendrá que desenvolverse de acuerdo con los
resultados electorales. Es cierto que la llamada clase política está obligada a
asumir sus responsabilidades con el país y no sólo con sus intereses, pero
también lo están los ciudadanos y las diversas fuerzas sociales.
Todo mundo percibe que es necesario un
verdadero cambio, pero no hacia atrás, como el que México sufrió en los años
2000 y 2006, bajo el desastroso dominio del Partido Acción Nacional, sino
siempre hacia adelante, bajo otras siglas que no pueden ser sino las que
actualmente se oponen al gobierno conservador y que tienen posibilidades de
ganar.
Lamentablemente, en la contienda electoral
existen generalizaciones de proyectos que han sido superficialmente expuestos,
en donde destaca que en la mayoría de éstos no se muestra un plan con objetivos
y estrategias para hacer posible alcanzar esos propósitos. Los medios de
comunicación, con excepción de algunos casos, sólo proporcionan frases,
imágenes y mensajes que no van al fondo de los problemas que enfrenta el país
para reanudar el camino de una nación viable y verdaderamente democrática. Da
la impresión frecuente de que le apuestan al desorden, a la confusión y al
engaño para que las cosas se mantengan como están y así obtener mayores
beneficios.
La gente ha entendido durante estas semanas de
campaña electoral que de mantenerse así la tendencia, seguirá el régimen de
privilegios para los económicamente más poderosos y el desprecio a los
intereses legítimos de las amplias capas del pueblo trabajador. O bien, que
continuará el derramamiento de sangre en que desde 2006, bajo Felipe Calderón,
hemos estado viviendo. Lo mismo que el desempleo sin límites, la carestía o la
inflación que siempre rebasa los aumentos salariales mínimos y de miseria
promovidos desde el gobierno en beneficio de los más pudientes, o bien la
desatención a las necesidades reales de los sectores mayoritarios del pueblo de
México, entre las cuales destacan el olvido de la educación, el abandono de la
cultura y de la ciencia, así como el del verdadero trabajo de fondo contra la
miseria y el hambre que no se sustituyen con programas asistencialistas ni
oportunistas de coyuntura.
El problema más profundo de todos es que
México necesita un cambio radical del modelo económico y social, donde las
nuevas relaciones de producción y de trabajo tienen que basarse en conceptos muy claros de responsabilidad
social compartida entre todos los sectores del país, lo cual exige que la
nación deba caminar hacia un nuevo Pacto Social que equilibre las
desigualdades, o como estableció José María Morelos, que “modere la indigencia
y la opulencia”. Este es el camino de la salvación para México. No hay otro.
México
requiere cambiar la estrategia tradicional y neoliberal, basada en la
explotación intensiva de la mano de obra y de los recursos naturales, así como
en la concentración de la riqueza bajo el dominio de los monopolios. Debe
adoptar una nueva filosofía del trabajo que abarque a empresarios y a
trabajadores por igual, basada en el respeto a los intereses de estos últimos,
para que a la vez tengan una participación más activa en la toma de decisiones
en los procesos productivos y en las estrategias de acción, siempre bajo un
esquema de crecimiento equilibrado y de valoración real del empeño productivo.
O sea, de nueva cuenta, construir un nuevo Plan Nacional, ya que actualmente no
hay ningún acuerdo que ordene y oriente el esfuerzo común para garantizar el
crecimiento de la economía y el desarrollo social, sino que el país se mueve
sólo a instancias de los intereses de un pequeño grupo de empresarios y
banqueros, a los cuales se les llama arrogantemente “las fuerzas del mercado
libre”.
Es necesario construir urgentemente una nueva
política que constituya la base y el centro del crecimiento de la economía, de
la generación de empleos, de la productividad y del bienestar de las grandes
mayorías de la población. En otros países que han realizado cambios en sus
estructuras económicas y sociales como China, India, Brasil, Corea del Sur y
antes Japón, se ha generado una participación creciente de los trabajadores en
los procesos productivos, con mayores salarios y la consecuente elevación de la
demanda, con un esquema más equitativo de distribución de la riqueza. Haber
abandonado este impulso ha sumido a México en la tasa de crecimiento económico
más baja de América Latina, incluso abajo de un país como Haití, que sobrevive
en medio de niveles desastrosos.
Los resultados están a la vista. En México se
ha agudizado el sistema de explotación brutal de la mano de obra, en tanto que
en esos países, como en otros más, se han cambiado las reglas del juego y han
avanzado. La verdadera democracia no puede ni debe quedarse anclada en los
procesos político-electorales, sino que debe avanzar hacia la reforma de la
sociedad entera. Para los empresarios mismos y para los trabajadores, un modelo
más equitativo de responsabilidad social compartida tiene enormes beneficios.
El
principal cambio que debe venir en México es el del obsoleto e inhumano esquema
económico concentrador de la riqueza. Y este tema tiene que aparecer en lo que
resta de las campañas electorales de los diversos candidatos presidenciales, si
se quiere que la competencia política sea una compulsa constructiva de puntos
de vista reales ante el pueblo elector de México, en la que predominen el deseo
de servir y la pasión y el compromiso de luchar por la dignidad y la justicia.
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