Nuestro Papa potencial
Ramiro Gómez Barrueco.
(Ex preso político
cubano) EL NUEVO HERALD
La
Iglesia Católica es piramidal. El Papa es como un rey. Los cardenales, los
príncipes de la iglesia, constituyen el segundo nivel de autoridad conocido
como la Curia Romana. Cuando el Papa muere, la Curia nombra a uno de sus
miembros como sucesor del Trono de San Pedro. América está en la lista de
espera y el príncipe Ortega está en la boleta.
El
grave problema que confrontamos radica en las declaraciones elitistas
anticristianas, emitidas por el cardenal cubano, al referirse a los católicos
opositores expulsados violentamente de una iglesia a petición de Ortega: “Todos
eran antiguos delincuentes”. “Sin nivel cultural”. “Algunos con trastornos
sicológicos”. “Organizada desde Miami”. “Román me llamó aparte”. “Como
cristianos se deben apoyar los cambios pacientemente”. Calló la palabra
reconciliación por recomendación de Román. Tomaremos como ciertas sus
manifestaciones cardenalicias.
Recordemos
palabras de Cristo: “Los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los
reyes están”. “Bienaventurados los que lloran, los que tienen hambre y sed de
justicia, los que padecen persecución por causa de la justicia, los que por mi
causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros…”.
Y escogió Jesús 12 apóstoles, la mayoría pescadores analfabetos, varios de los
cuales eran considerados violentos ex-sicarios zelotes.
Jesucristo
perdonó al delincuente arrepentido: “De cierto os digo que hoy estarás conmigo
en el paraíso”. Demostró que cumplía con el objetivo de su existencia: “Los que
están sanos no tienen necesidad de médico sino los enfermos”; “No he venido a
llamar a los justos sino a los pecadores”. Pero no perdonó al ladrón blasfemo
que no se arrepintió.
Jesús
confrontó y condenó a los escribas, hombres cultos de su época. También lo hizo
con los fariseos (hipócritas que alardean de una piedad de la que carecen). La
actitud de Ortega lo califica de fariseo y proclive a los escribas. Su
desprecio por los desposeídos, por los enajenados mentales, por los
delincuentes y por los incultos, lo enfrentan visceralmente al verbo del hijo
de Dios.
A
propósito, si las cosas organizadas desde Miami fueran condenables, la iglesia
cubana estaría en el infierno. En la teología orteguiana los cristianos tienen
“el deber” de apoyar los insignificantes cambios cosméticos y dilatorios de una
tiranía atea y totalitaria. También tienen que asumir a ciegas un futuro cada
vez más improbable; y respaldar esa improbabilidad con paciencia hasta que la
tiranía sucumba ante el Sermón del Monte. El Cardenal reconoció que eludió el
mensaje cristiano (la reconciliación) por conveniencia.
El
Santo Padre Benedicto XVI, especialista en la doctrina de la fe, no puede
permitir que uno de sus príncipes sea un anticristo y está conminado a actuar.
Si no apoya el mensaje de Cristo, la iglesia cubana quedará dividida en
aristocrática (vaticano-comunista) y en popular (parroquial-democrática).
Las
calles de Miami, saturadas de ex-oficiales del ministerio del interior, son el
testigo clave y viviente de la reconciliación pueblo a pueblo. La represión
indetenible del gobierno castrocomunista contra el pueblo cubano es la prueba
irrefutable de quién es el que no acepta la reconciliación. No hay peor ceguera
que los lentes negros del poder.
Ni
Ortega ni Ratzinger serán los zacatecas de la Iglesia ni del cristianismo. No
tienen brazos ni palas para eso. Cristo es Juan clamando en el desierto, Cristo
son los 12 incultísimos pescadores de almas, las catacumbas, la Madre Teresa de
Calcuta y todos los que caminan sobre las aguas del amor y el perdón. Todos los
que son, Iglesia son. Abandonar a Cristo es abandonarnos a nosotros mismos.
Los
tiranos irredentos que como Salomé bailan y seducen para continuar arrancando
cabezas, bendecidos por los nuevos Herodes, son el anticristo en cuya bandeja
ensangrentada comulga diariamente el papa potencial amanerado.
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