Los
medios ante la violencia
Ricardo Trotti. ELNUEVO HERALD
La
cobertura de la violencia no es nada fácil para los medios de comunicación, no
solo por los riesgos que asumen los periodistas, sino porque existe una línea
muy delgada entre informar con equilibrio, caer en el sensacionalismo o hacer
apología del delito.
El
hallazgo de 49 cadáveres descuartizados en un camino de Monterrey, el bombazo
terrorista contra un ex ministro en el centro de Bogotá y las víctimas mortales
en motines de cárceles hondureñas y venezolanas, son algunos de los hechos que
en estos días desafiaron las políticas editoriales de los medios. No solo
debieron sopesar cómo publicar, sino cómo lo haría la competencia y cómo se
propagarían los hechos por las redes sociales, preocupación adicional
inexistente hace unos años.
Pero
la decisión se torna más difícil, cuando los medios son blanco directo de esa
violencia, por lo que deben adoptar decisiones editoriales a veces contrarias a
sus propios objetivos informativos, como ocurrió con el diario mexicano El
Mañana, de Nuevo Laredo.
Dos
días después de sufrir un atentado con metralleta y explosivos, El Mañana
anunció en un editorial que se abstendría de publicar información sobre las
disputas violentas entre los carteles del narcotráfico. En un ambiente de
impunidad, el diario razonó que la autocensura es la única forma para blindar a
los periodistas; considerando, además, que ya ha sufrido otros atentados y que
en 2004 fue asesinado su director editorial.
El
Mañana también justificó su decisión para evitar la manipulación de los
narcotraficantes, quienes en la divulgación de la violencia consiguen su
objetivo de amedrentar a toda la sociedad y afirmar su dominio.
Decisión
parecida adoptó esta semana el diario colombiano El Espectador, que tras el
intento de asesinato del ex ministro y periodista Fernando Londoño Hoyos, se
negó a publicar la noticia en su portada. En cambio, colocó un cintillo con
fondo negro arriba de su logotipo en el que se leía “NO al terrorismo”.
Podrá
argumentarse que esa decisión fue irrelevante en materia noticiosa si se
considera que los detalles del atentado se desparramaron por otros medios y en
las redes sociales, hasta con videos de teléfonos móviles capturados por los
transeúntes. Sin embargo, la valía de la actitud editorial de El Espectador de
no publicitar ese acto de terror, radica en su mensaje político frente a la
violencia.
Similar
al que adoptó en febrero, cuando decidió no publicar sobre atentados de las
FARC en tres ciudades del interior o cuando en 1986 lideró un apagón
informativo de un día que adoptaron todos los medios colombianos, en protesta
por el asesinato de su director, Guillermo Cano, ordenado por Pablo Escobar.
Las
decisiones editoriales no están exentas de provocar pérdida de credibilidad,
ahuyentar a las audiencias o hasta provocar sanciones económicas y castigos
legales. Por eso, muchos medios tratan de prevenir situaciones engorrosas con
conductas de autorregulación, como lo hizo el diario salvadoreño La Prensa
Gráfica, que en 2005 adoptó un manual de estilo para lidiar mejor con la
publicación de hechos violentos.
Estas
políticas por lo general no impiden publicar los hechos, sino asumirlos desde
otra perspectiva. Recuerdo que tras el atentado terrorista contra el metro en
Londres en 2005, un tabloide británico se diferenció del resto, con una plácida
fotografía de un estacionamiento atestado de automóviles que no habían sido
recogidos por las víctimas. Bajo el titular El día después, su mensaje fue más
potente que las demás portadas llenas de sangre, escombros e hierros
retorcidos.
En
Venezuela, en cambio, los medios no tienen mucho margen de maniobra. La
autoridad aplicó la ley para censurar a El Nacional por publicar fotos de una
morgue e impuso una multa millonaria a Globovisión, por mostrar imágenes de un
motín carcelario. En Ecuador, una ley de Comunicación prevé cerrar aquellos
medios que el gobierno considere que propagan la violencia, lo que, en un clima
tan politizado, equivale a implantar la censura oficial.
Si
bien el sensacionalismo puede disgustar a muchos, lo importante es permitir que
los medios puedan asumir sus propias decisiones. En la pluralidad y diversidad
de posturas editoriales, más que en la uniformidad que busca la censura, podrán
encontrarse las mejores respuestas a la violencia.
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