El entierro de los C.D.R.
Augusto Cesar San Martin.
CUBANET
La
organización creada por el mismísimo Fidel Castro en 1962 para espiar al
pueblo, o más bien para que los cubanos se espiaran y delataran entre sí, y
medir su lealtad ideológica, agoniza. Los Comités de Defensa de la Revolución
(C.D.R.), han sido destruidos por el propio miedo que sembraron en la
población.
A
nivel de barrio, los C.D.R. quedaron abandonados en manos de dirigentes que
ostentan el cargo a conveniencia. Ante el desengaño de los cederistas
consagrados y verdaderamente leales al régimen, los puestos claves (presidente,
secretario ideológico y vigilancia) fueron tomados por simuladores para cubrir
todo tipo de ilegalidades.
La
población sintió alivio. Las investigaciones que se realizan a los ciudadanos a
través de esta organización, se volvieron ineficaces. Las verificaciones para
obtener un puesto de trabajo o un viaje al exterior, se transformaron en trueques de influencias en los barrios que
se resolvían con un soborno o un favor.
La
organización perdió la fuerza coercitiva que durante décadas obligó
prácticamente a todos los cubanos a formar parte de sus filas. El gobierno tuvo
que echar mano a otros métodos al desmoronarse la eficacia movilizadora de los
cederistas. La presión que ejercían los C.D.R para congregar al pueblo en apoyo
al gobierno, recayó en los centros de trabajo y estudios
Mientras
los cubanos preparaban el entierro de
los C.D.R, el gobierno insistió en resucitarlos y otorgarles más tiempo de
vida. En otro intento por rescatar a la organización, designó un nuevo
coordinador nacional.
Otro funcionario oportunista con la mirada sobre
el hombro, mientras se mantiene en el cargo. Una especie de desgracia social
convierte a los dirigentes nacionales de
los C.D.R. en mis vecinos. Llegan promovidos desde sus provincias y ocupan de
forma transitoria los apartamentos vacíos del edificio donde resido, antigua
sede de la organización. Estos dirigentes saben que deben destacarse para
lograr la casa que les prometieron en La Habana.
El
nuevo jefe no quiere quedarse atrás y trata de convertir su puesto en el
escalón para llegar al cargo de ministro, y
eso requiere un buen arrebato revolucionario.
Desde
el pasado mes, en los C.D.R del país se promueve recuperar las guardias
nocturnas cederistas y las donaciones de sangre masivas. Los dirigentes de la
base tocan a la puerta de cada cubano para exigir el compromiso con la nueva
ordenanza.
A
muchos no les queda remedio que acceder. Para cuidar el puesto de trabajo o
estatus social, deben acatar el dictamen.
Otros piensan que para sobrevivir en el sistema no pueden negarse
abiertamente, pero se niegan con
argumentos pueriles que nadie se atrevía a utilizar en los inicios de la
organización, pues constituían pruebas irrefutables de hostilidad hacia el
proceso revolucionario. Levantarse temprano para el trabajo, llevar los niños a
la escuela, o cualquier enfermedad, todo sirve como excusa.
Lo
cierto es que en la actual coyuntura, la organización ha encontrado negativas rotundas en la población. Algo
insólito en el pasado, debido al poder destructivo de los omnipotentes C.D.R.,
que podían destruir las aspiraciones de cualquiera.
Los
que han dado “el paso al frente”, saben que el intento de rescate es
transitorio; que el arrebato de fervor cederista no prosperará más allá de la
política de un nuevo dirigente que trata de destacarse.
El
carácter delator de la estructura que concibió Fidel Castro para los C.D.R. fue
su hecatombe. Aunque el gobierno se empeñe en mantener la existencia de la
organización, esta no funciona ya para lo que fue concebida. Los cubanos
tranquila y pasivamente se niegan a revivir al monstruo, porque recuerdan los
daños sociales que es capaz de causar el engendro fidelista.
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