La jauría anda suelta
Los índices de arrestos a disidentes,
mes por mes, y la violencia sistemática e institucionalizada ante las
manifestaciones de descontento, son hechos que hablan por sí solos.
José Hugo Fernández. CUBANET
Cualquiera
diría que en Cuba la política pretende ir hoy por un lado, mientras que las
fuerzas represivas del ministerio del interior van por el lado opuesto. Claro
que el tal distanciamiento es aparente, otro de esos decorados que suelen
montarse aquí para los tontos útiles del exterior. Pero también es un síntoma.
Indica que el régimen se acerca a un nuevo punto sin retorno en su proceso de
decadencia. Y todavía más, sugiere que lo está haciendo a partir de la plena
conciencia.
Nunca como ahora recibieron nuestros
caciques tantos elogios juntos, y en tan poco tiempo, por parte de distintas
representaciones de la ONU. Nunca antes fue tan notable su preocupación por
entonar (o aparentar que entonan) con los programas y las proyecciones
políticas de otros gobiernos del continente, elegidos democráticamente, y con
su discurso de fatuo pero aún eficaz progresismo.
El apuro por sacarse de la manga un
remedo de sociedad civil organizada, junto a la gran ofensiva mediática que hoy
despliegan intelectuales y artistas cubanos en línea con el poder, así como
distintas instituciones religiosas (entre otras) afines a sus planes, delatan
el propósito de legitimar nuestra dictadura como un sistema compatible con las
prácticas de la política a nivel internacional.
Sin embargo, al mismo tiempo, ha
estado aumentando la represión de la Seguridad del Estado en las calles
cubanas. Los índices de arrestos a disidentes, mes por mes, y la violencia
sistemática e institucionalizada ante las manifestaciones de descontento, son
hechos que hablan por sí solos. Incluso, se han ensayado nuevos métodos
restrictivos, como la desconexión de los teléfonos y de otros medios de
comunicación con el exterior, a los opositores, blogueros y periodistas
independientes, cada vez que se arrima a nuestras costas un visitante de rango,
o cuando ocurre aquí algún acontecimiento de repercusión noticiosa.
Es como si existiera una especie de
acuerdo tácito para que el funcionariado ideológico se concentre en la tarea de
lavarle la cara al régimen, a fin de que luzca presentable ante la opinión
internacional, mientras que las fuerzas brutas se ocupan de apuntalar el éxito
de la operación, garantizando que no se mueva ni una hoja del Morro hacia
adentro, aunque para ello tengan que violentar todos los límites, sean éstos de
la legalidad, la decencia, o el mero sentido común.
Sería un pacto de horror, cuyos más
tenebrosos frutos tal vez estén por verse, a pesar de todo lo que ha mostrado
ya. Y supone una deriva desesperada, por parte del régimen, que no sólo
compromete sus deseos de perpetuarse en el poder, sino que en general abre una
brecha muy peligrosa para el porvenir de Cuba.
Bien se sabe, porque abundan los
ejemplos históricos en todas las épocas y latitudes, lo que sucede en un país
cuando a las fuerzas policiales y a los demás organismos represivos se les
otorga patente de corso para que mantengan a la ciudadanía bajo el control de
sus botas, sin reparar en remilgos.
Es algo que aunque jamás dejó de
hacerse aquí durante las últimas décadas, se hizo siempre desde un único mando
central que englobaba todas las fuerzas y las presentaba, precisamente a través
de una coartada política, como el poder del pueblo.
Los cuerpos armados, y en especial
sus instancias que se responsabilizan con el dominio de las calles, no tuvieron
antes esa autonomía de la que al parecer disponen hoy para ejercer el atropello
público, digamos por propia iniciativa. Al punto que comienzan a mostrar toda
la traza de un poder autárquico dentro del poder.
Hace poco, Cubanet hizo público el
caso de un asalto de las brigadas de respuesta rápida a la vivienda de un
periodista independiente, acción a todas luces perpetrada por iniciativa e
interés particular de un oficial del ministerio del interior. El reporte
(publicado el 7 de mayo, con el título Agresión
Frustrada El violento intento dedesalojo de una familia ... ), además de ofrecer pruebas gráficas de la
agresión, deja al descubierto su carácter de pandillaje con beneficio privado
para quien la organizó. Incluso, demuestra que la dirección política del
municipio Plaza, donde tuvo lugar, no sólo estaba ajena a su ejecución sino que
la desaprobó en forma manifiesta.
¿Sería este un caso aislado, o se
trata de un nuevo resabio que tiende a hacerse común dentro del cada vez más
enrarecido panorama represivo de la Isla?
De momento, lo único que nos consta
es que apenas unos días después de aquel asalto, el máximo representante de la
dirección política del municipio Plaza fue sustituido. En tanto, el hecho
vandálico y su organizador permanecen impunes.
¿Será que la sustitución de uno y la
impunidad del otro son casos que no se imbrican necesariamente? ¿O será que en
efecto le abrieron las puertas a la perrera, y una vez suelta y a su aire, la
jauría comienza a tornarse incontrolable?
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