José Félix Bermúdez. EL UNIVERSAL
El 28 de enero celebramos un aniversario más del nacimiento del escritor cubano José Martí. Rememorarlo es un deber y un honor cuando se hace con respeto a la verdad de los hechos históricos en el estudio serio de su vida, para que se perfile la semblanza definitiva de un gran hombre. Eso ha pasado progresivamente con Martí, a pesar de los intentos distorsionadores pasados y presentes. Así como Bolívar ha: "servido para todo", como lo cuestionaba Andrés Eloy Blanco, esa desafortunada circunstancia ha existido y existe con la figura de Martí.
En España, la "Ilustración Española y Americana" del 08 de Marzo de 1895, indicaba lo siguiente: "Martí es la cabeza del partido separatista cubano. Estudió en Zaragoza, donde se licenció. En los calamitosos tiempos de la República huyó a Francia, y luego a los Estados Unidos a continuar su carrera de conspirador. Preparó en Méjico una expedición filibustera que tuvo mal resultado. Volvió a Cuba después del Zanjón, para volver a conspirar en el año 79. Enemigo de España desde niño, ha estudiado mucho en libros franceses e ingleses, que nos son tan desfavorables como se sabe,... Vive en los Estados Unidos, y al amparo de la bandera de esta nación ha conspirado y conspira contra la suya propia y contra los intereses de su raza... Martí es hombre de entendimiento nada común, pero no menos vanidoso que inteligente, y muy poseído de su papel de apóstol y casi mártir de una idea". Juzgábale la perspectiva de los intereses y de la parcialidad de las emociones que inspira ciertas apreciaciones. Ese Martí no era para sus enemigos más que un rebelde merecedor de la prisión y de la muerte.
Se desdibuja, disminuye y desnaturaliza a Martí cuando se observa en él una misión sectaria y localista o se le ubica únicamente en ella. Martí, es cierto, fue un revolucionario y un hombre de acción, un pensador y un escritor afecto a la causa de la independencia de Cuba, pero no desde la posición de lo minúsculo, sino como un hombre ecuménico, humanista, americanista, estadista y demócrata, patriota universal, revolucionario a lo grande, revolucionario para hacer y para integrar, revolucionario para transformar la sociedad y no para dominarla o acabarla, no para el enseñoramiento inútil e indebido.
Basta revisar su ideario y nos señala: "... no es la política más, o no ha de ser, que el arte de guiar, con sacrificio propio, los factores diversos u opuestos de un país..."; o entender sabiamente que: "...el deber de procurar el bien mayor de un grupo de hijos del país, no puede ser superior al deber de procurar el bien de todos...". La democracia: "... consiste más en permitir a todos la expresión justa, que en aspirar sin medida..." y, además, el medio como al hombre: "se reconocía más derechos". Creyó Martí en una: "democracia, íntegra, honrada" que se impusiese sobre aquella: "...desacreditada y envilecida por los intereses personales creados a la sombra". Reunir, conciliar, integrar fue una de sus máximas y propuso: "...la práctica fecunda de allegar, para la obra común del país, con alma magnánima, a los hombres de opuestas simpatías o pareceres...".
"El patriotismo es censurable ─ escribió ─ cuando se le invoca para impedir la amistad entre todos los hombres..." o cuando se utiliza no para: "...poner a la patria en condición de que vivan en ella más felices los hombres". Martí añoraba lograr: "...liberar a la patria, con libertad de honda raíz, de todos los desórdenes" que no era sino a través de la libertad sabia y prudente, que sirviese: "no a este o aquel hombre providencial, sino al pueblo entero, a la masa de inteligencia y virtud del país...". Exaltó al gobernante probo y recto, incapaz de engañar a los otros y cuestionó al que inspirase: "para hacer triunfar momentáneamente siquiera sus ideas, pasión alguna de la muchedumbre".
¿Qué mejor expresión de su sentido de la convivencia que cuando dijo?: "Es culpable el que ofende a la libertad en la persona sagrada de nuestros adversarios, y más si los ofende en nombre de la libertad", mandato inexorable al respeto y a la tolerancia.
Entonces no es el Martí singularizado y reducido a un solo ámbito, lo que mejor nos representa al verdadero e íntegro Martí de todos. Su enseñanza no es la que enfrenta a los seres humanos, sino la que unifica para alcanzar el bien común: "El odio no construye", "Un pueblo no se funda, como se manda un campamento", "Las ambiciones personales son enemigo terrible de la grandeza de los pueblos", "El Gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales de un país", "La patria es de todos, y es justo y necesario que no se niegue en ella asiento a ninguna virtud", "La patria está hecha del mérito de sus hijos...", tal era su lección.
Vale pues descubrirlo en su verdadera dimensión de humanidad, desprovisto de innobles intenciones ajenas a su alma y al pueblo que sirvió: la patria digna y justa de América para todos sus hijos.