Iván García. DIARIO DE CUBA
Si se le pregunta a Elvira, de 43 años, ingeniera en ETECSA, única empresa de telecomunicaciones en Cuba, se encogerá de hombros y con un mohín de disgusto en los labios responderá que nada beneficioso para mejorar su calidad de vida saldrá de la reunión convocada por Raúl Castro a partir de este 28 de enero.
Quizás, si se es uno de los privilegiados que engrosan esa raquítica cifra de 4% de cubanos que puede navegar con frecuencia por internet, los globos sonda lanzados por los fans de la revolución verde olivo pueden crear ciertas expectativas.
A casi todos los blogs oficialistas y a la aburrida prensa nacional le siguen persiguiendo las consignas y el lenguaje críptico. Pero a ratos se intenta vender un mensaje de ilusión, especialmente diseñado para el exilio, principal industria aportadora de moneda dura a las desinfladas arcas estatales.
Ya aconteció con la manoseada y esperada reforma migratoria: se prometió echar abajo el entramado creado por el régimen a la hora de permitir a los cubanos viajar al extranjero o a la diáspora visitar la Isla. Luego, en diciembre, un cauteloso Raúl Castro aseguró que habría que seguir esperando.
Con la I Conferencia Nacional sucede otro tanto. Culminado el VI Congreso del Partido Comunista, donde se discutió exclusivamente sobre temas económicos, se lanzaron campanas al vuelo. Todo lo que no se debatió quedaría para la Conferencia de 2012.
Quienes creían posible que Castro II aplicara a mediano plazo reformas políticas, se entusiasmaron incluso con la idea de fundar un nuevo partido. Se llamaría martiano. Serviría como contrapeso al monopolista partido comunista, y de paso, sería un buen punto para argumentar que en Cuba existe el juego político.
Como siempre, el gobierno clavó el freno de mano. Y cuando salieron a la luz los temas a debatir a partir de hoy, se rebajaron unos cuantos enteros.
Es lógico que así sea. Los mandarines militares quieren tenerlo todo atado. No desean que a raíz de los parches económicos y la eliminación de las medidas que impedían a los cubanos ser dueños de sus viviendas o autos la situación se les vaya de las manos.
El régimen observa por el retrovisor la Primavera Árabe y recibe en sus oficinas los partes de inteligencia que escuetamente informan del aumento del número de ciudadanos inconformes con el statu quo. Además, una nueva disidencia deja sus charlas doctrinarias en el hogar y se lanza a protestar a las calles.
Esa es la situación.
Ante cada supuesta apertura, por timorata que parezca, el régimen se lo piensa detenidamente. Es una de las razones por las que Castro sigue con el candado cerrado a una apertura pública y masiva de internet: sabe que se gobierna más fácilmente cuando se controla la información.
En Cuba, pocos creen que vendiendo sandwiches, batidos o discos piratas crecerá la economía. Muchos no esperan nada de posibles medidas diseñadas por los mismos que llevan cinco décadas encaramados en el puesto de mando. Es una lógica simple. Si 53 años no les han alcanzado para erigir una economía exitosa, qué van a hacer en cinco o diez.
Además, hay factores en contra:
El sistema nunca ha funcionado, y la burocracia se ha convertido en un auténtico monstruo alimentado por el robo, el nepotismo y la corrupción. Se ha desarrollado un complejo entramado de clanes mafiosos, favores y controles de precios que alimentan una economía sumergida que canaliza millones de pesos.
Por eso, la ingeniera Elvira espera poco o nada de la I Conferencia del Partido. Durante los encendidos matutinos laborales, donde el jefe del sindicato, con voz engolada, declama un discurso optimista, ella prefiere charlar con sus colegas sobre el último capítulo del culebrón brasileño emitido por la televisión nacional.
"En los matutinos hablan de los cinco héroes y de que vamos bien. Nada de aumento de salarios ni del alto costo de la vida", dice.
Es probable que opiniones como la de Elvira lleguen al buró de Castro. Pero este se encuentra en un laberinto. Si juega al duro, el régimen se viene abajo. Si sigue dilatando los cambios que se necesitan, el país se podría tornar ingobernable.
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