Tuesday, January 24, 2012

La ofensa institucional

Leonardo Calvo Cárdenas

LA HABANA, Cuba, enero, www.cubanet.org. Los representantes del gobierno cubano no pueden menos que reconocer la vigencia del racismo y las desigualdades sociales que subsisten en nuestro país. Pero llegan al frenesí cuando se les advierte sobre el carácter institucional del racismo, lo cual siguen dispuestos a negar con vehemencia, aunque sin argumentos convincentes. Sin embargo, son varios los ejemplos de racismo institucional que nos agreden desde cualquier ámbito de la realidad nacional:
Desde la Carta Magna, nos dice el artículo 5, que el partido comunista “es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado”. Con ello se coloca en un plano secundario o terciario a los que no comulguen con la visión del mundo y la perspectiva social que asume el partido más asfixiante de la historia. Ese que cuando está abajo, no deja respirar a los que están arriba, y cuando está arriba, no deja respirar a los que están abajo.
Para algunas personas, el primer acto de racismo institucional es la cooptación para altas investiduras de algún dirigente o cuadro de piel negra, carente, dicen, de lustre intelectual y carisma, y además henchido de supina vanidad. Esto, claro está, es algo que proyecta una imagen negativa y muy poco edificante de los afrodescendientes cubanos.
No deja de llamar la atención el hecho de que la media docena de dirigentes negros que llegaron a los más altos escalones del poder nominal en este medio siglo -léase Buró político o vicepresidencia del Consejo de Estado-, no han dicho una sola palabra sobre la problemática racial.
También resulta sobresaliente que entre tantos “hombres del presidente” defenestrados por “conductas impropias”, en los últimos veinte años, sólo Juan Carlos Robinson, negro para más señas, haya ido a dar con sus huesos tras las rejas.
Desde el Código Penal, agrede a los negros la aberración jurídica del llamado “Índice de peligrosidad pre delictiva”, que convierte en sospechoso y encarcelable a cualquier joven negro o mestizo, sin distinción, y sin que hayan cometido delito alguno. Desde las calles, nos agrede el permanente y ofensivo acoso policial que sufren los jóvenes y adolescentes afrodescendientes.

Desde la televisión, nos agredió siempre el deplorable y denigratorio perfil de los espacios dramatizados, a la hora de proyectar a los negros cubanos, quienes, hasta hace muy poco, nunca fueron protagonistas, y jamás aparecieron representados con una imagen edificante.
Qué decir de las dos catedrales ortodoxas constituidas por el gobierno cubano, en un municipio capitalino de mayoritaria población negra y pobre, mientras niega el derecho a los devotos de las religiones de origen africano para que erijan sus propios templos.
El gobierno cubano no interpuso sus buenos oficios para que el sumo pontífice, Juan Pablo II, tomara contacto con los representantes de estas religiones cubanas de origen afro, durante su visita, en el invierno de 1998.
Igualmente, resulta significativo el no reconocimiento oficial o académico de importantes hechos históricos protagonizados por afrodescendientes.
Una gran sorpresa sobrecogió a los habaneros, hace algunos años, cuando la estatua del mayor general José Miguel Gómez, presidente de la república entre 1909 y 1913, retomaba su lugar en el monumento -restaurado a costa de una enorme inversión- que ocupa el extremo norte de la céntrica Avenida de los Presidentes, en el barrio capitalino de El Vedado.

El único símbolo republicano restaurado por el gobierno revolucionario es la estatua de este personaje, único presidente republicano del cual no hay nada bueno que decir. Además de cargar sobre sus espaldas la responsabilidad de haber ordenado la masacre de miembros del Partido Independiente de Color, en la primavera de 1912.
En varios lugares de Cuba subsisten varias esculturas de personajes declaradamente racistas, a pesar de lo cual nunca han sido desmontadas.
Resulta difícil imaginar qué motivaciones han tenido nuestras autoridades políticas y culturales, siempre proclives a negar la más mínima valoración a cualquier legado pre revolucionario, para reinstalar la estatua de José Miguel Gómez, personaje famoso por sus corruptelas, traidor de sus hermanos de armas, e incluso culpable de la muerte de muchos inocentes, víctimas de aquella escalada genocida.
La historia del Partido Independiente de Color (1908-1912), las causas de su surgimiento, su propuesta política, ejemplarmente progresista y nacionalista, y el terrible desenlace de 1912, han sido tradicionalmente silenciados y tergiversados.
Ahora, para colmo de males, parece que las autoridades cubanas piensan que el gobernante mestizo (Fulgencio Batista) que mató algunos cientos de “revolucionarios terroristas”, es un tirano asesino, mientras considera héroe venerable al presidente que masacró a varios miles de afrodescendientes patriotas e inocentes.
Varios de nuestros intelectuales y artistas se han pronunciado por distintas vías contra la restitución de la mencionada estatua. Sin embargo, gracias a ese silencio y manipulación de la historia, la mayoría de los cubanos desconoce el origen y significado del monumento, lo cual no disminuye la gravedad moral del asunto.
Tampoco disminuye la ofensa que está ocasionando el gobierno a la memoria de los patriotas de ayer, y a la dignidad de los afrodescendientes de hoy, que con pesar vemos cómo las inquietudes y traumas que impulsaron la acción de los Independientes de Color conservan aún total vigencia, pasados cien años y una revolución que dijo ser de los humildes.
El gobierno cubano ha vuelto a reiterar su tan cantada voluntad de enfrentar el racismo y la discriminación que persiste en Cuba. Bien podrían aprovechar la oportunidad que brinda el centenario de aquellos crímenes, para pasar de las palabras a los hechos, comenzando por enviar la imagen broncínea del “Tiburón Gómez”, junto a su legado y su recuerdo, al basurero de la historia.

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