José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, enero, http://www.cubanet.org/. Por estos días recorre los barrios de La Habana un contingente de estudiantes de medicina (los de tercer, cuarto y quinto año de la carrera), que interrumpieron sus clases durante el mes de enero para dedicarse a localizar enfermos con dengue, o síntomas y condicionantes de la enfermedad entre la población.
En tanto, muchos habaneros han captado el mensaje entre líneas. Y claro, se alarman por partida doble. En primera, esa operación no puede indicar sino que hay incrementos preocupantes de la epidemia. Y en segunda, indica que una vez más, las autoridades sanitarias no parecen dispuestas a reconocerlo públicamente, lo cual sería, en principio, el mejor modo de enfrentar el problema.
Es la historia de siempre. Y una confirmación, otra, de que los caciques del régimen no aprenden ni aun habiendo tropezado dos y mil veces con la misma piedra.
Y no lo digo únicamente por su manía, enfermiza, de ocultarlo todo y de manipular entre sombras desde lo más simple hasta lo escandalosamente delicado.
Por ejemplo, si fueran ciertas las sospechas de que otra vez el dengue está dando al cuello en La Habana, coincide con que otra vez resulta notable la escasez de médicos en la ciudad, debido al recontraconocido hecho de que los médicos son uno de los primeros y más rentables rubros de exportación para el régimen.
Por otro lado, tenemos que sus acciones preventivas contra el dengue, o sea, la eliminación de su agente transmisor, el mosquito Aedes aegypti, responde a un sistema de organización que también es producto de su afán por dominarlo y controlarlo todo, pero que al final sólo funciona en la apariencia y en los papeles fríos.
La base del sistema en cuestión está conformada por cientos de fumigadores que constantemente visitan las casas para regarlas con cierto inmundo líquido que no parece ser más que petróleo crudo, al cual, alguna que otra vez se le agregan quizá pequeñas porciones de insecticida. Es un antiguo comentario de voz pópuli que tal mejunje sólo sirve para alimentar a los mosquitos. Así que resulta comprensible la actitud de muchos habaneros que se las arreglan, o bien para no salir a la puerta cuando los fumigadores tocan, o bien para negarles el acceso, sea esgrimiendo algún pretexto, o sea incluso mediante el soborno.
Más expeditivo sería que, si en verdad lo que desea el régimen no es otra cosa que combatir efectivamente el Aedes aegypti, pusiera al alcance de la población insecticidas reales (no metralla), en venta subvencionada. De modo que cada cual pudiese combatir al agente del dengue con medios propios, y sin ser agredidos en su privacidad. Así, de paso, nos libraríamos de esos otros agentes del malestar ciudadano, tan molestos como el mosquito, que son los fumigadores.
Momentos hubo en que iban acompañados por cerrajeros. Por si acaso encontraban una puerta cerrada, forzar las cerraduras y entrar como Pedro a su casa.
Entre ellos, también según vox pópuli, suelen abundar los informantes de la policía y las personas de dudosa honradez, que lo mismo se embolsillan, en un descuido, lo que encuentran a mano en la casa, que se dedican a vender en bolsa negra el petróleo que les asignan para las fumigaciones, sustituyéndolo sabe Dios con qué.
En cualquier caso, la verdad es que el tal sistema, creado, como tantos otros, por el delirio totalitarista del régimen, está haciendo aguas desde proa a popa. Cada día más ineficaz y más fastidioso para la gente. Pero, como ocurre con tantas otras cosas, no hay esperanza de que sea cambiado. Nuestros caciques lo presentan como una conquista del pueblo, mientras sus cómplices del exterior aplauden.
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