Carlos Alberto Montaner. FIRMAS PRESS
El comportamiento más grave de cualquier gobernante es la imprudencia temeraria. ¿En qué consiste? esencialmente, en arrastrar intencionadamente a las sociedades que dirigen a conflictos innecesarios potencialmente devastadores. No tiene nada que ver con la defensa de principios, sino con la irresponsabilidad y la estupidez. Ni siquiera está emparentada con la valentía, porque las consecuencias las pagan otros.
Cuando un tipo insensato camina por una cuerda floja a cien metros de altura, se juega su propia vida y es posible que despierte alguna admiración por su disposición a morir. Cuando el que camina por la cuerda floja es un gobernante irresponsable, quienes caen y mueren son los miembros inocentes de la comunidad que preside.
Acabamos de ver un caso de imprudencia temeraria que debería estudiarse en los libros de texto sobre cómo no se debe gobernar. El dictador Ahmadineyad, señor de una teocracia brutal que practica el terrorismo, patrocina a Hezbolá, lapida mujeres, asesina homosexuales y reprime las libertades, fue invitado por Hugo Chávez a una gira por el circuito de los países del Socialismo del Siglo XXI.
Cuatro de ellos ─ Venezuela, Nicaragua, Cuba y Ecuador ─ lo recibieron con los brazos abiertos, se solidarizaron con el personaje y dieron vivas a una “revolución islámica” que desde 1979 se dedica a retrotraer a los persas a modos de vida medievales controlados por fundamentalistas religiosos.
Es evidente que Irán ya está en guerra con Estados Unidos, la Unión Europea e Israel. No es algo que pudiera ocurrir. Ya está sucediendo. Esa guerra, que por ahora se libra en el terreno económico, en las sanciones comerciales multilaterales y en las acciones encubiertas, y que a corto plazo pudiera convertirse en un enfrentamiento convencional, tiene su origen en el peligrosísimo desarrollo de armas nucleares por parte de un gobierno fanático que no vacila en declarar que está dispuesto a “borrar del mapa” al estado judío.
¿Hay que creerle a Ahmadineyad cuando amenaza a Israel? Por supuesto que hay que tomarlo en serio. Unos siniestros personajes capaces de planear el asesinato del embajador saudí en Washington o de volar la AMIA en Buenos Aires ─ una institución judía de beneficencia ─ y matar a un centenar de personas inocentes, son capaces de cualquier locura.
Chávez está precipitando a Venezuela y a sus satélites al desastre. ¿Por qué lo hace? Porque este caudillo iluminado, influenciado por Fidel Castro, ambos afectados por el mismo síndrome redentorista, elemento típico de las personalidades mesiánicas, está empeñado en construir un frente internacional que destruya a Estados Unidos y a la economía de mercado para instaurar sobre la tierra un régimen colectivista guiado por principios igualitarios. Ambos se ven como los herederos de la labor que dejaron inconclusa los traidores de la Unión Soviética, vendidos por el canalla Gorbachov.
Fidel Castro comenzó esta misión revolucionaria planetaria exactamente cuando desaparecieron la URSS y los países comunistas. En lugar de aceptar la derrota del marxismo-leninismo y el fracaso de todas las supersticiones de la secta, se lió la manta a la cabeza y salió a construir la nueva utopía comunista. Se puso al frente de una nueva “Guerrita fría”.
En 1991 reclutó para esa tarea a un Lula da Silva, un personaje escasamente instruido y demasiado pragmático para el gusto de Fidel, pero era lo que había disponible, y entre ambos confeccionaron el Foro de Sao Paulo, donde comparecieron desde los narcoterroristas de las FARC, hasta los sandinistas. Mas no había dinero ni voluntad política colectiva para ser efectivos y las reuniones no pasaron del parloteo ideológico. Eso cambió cuando Chávez entró en escena cargado de petrodólares.
En el 2001, Fidel Castro, en la Universidad de Teherán, invitado por el ayatola Ali Khamenei, hace su famosa profecía: “la colaboración entre Irán y Cuba puede poner de rodillas a Estados Unidos”. ¿En qué está pensando? Sin la menor duda, en armas nucleares que Irán puede fabricar y que él puede llegar a poseer como parte de esa asociación, idea fija que no le abandona desde que llegó al poder y que en los últimos años suele defender con el ejemplo de Corea del Norte: esto los hace invulnerables.
Chávez, totalmente seducido por la estrategia diseñada por Fidel Castro, continúa desarrollándola tras la enfermedad que casi liquida al comandante cubano. Por eso Ahmadineyad merodea por tierras americanas. Por eso lo recibe un coro de gobernantes irresponsables convocados como figurantes. Algún día tendrán que explicarles a sus pueblos por qué los llevaron al despeñadero. Por cierto, la brasilera Dilma Rouseff se negó a formar parte de la comparsa. Es una persona sensata.
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