Jorge Ramos Avalos. EL NUEVO HERALD
Estos son otros tiempos. Hace cuatro años los candidatos republicanos a la presidencia de Estados Unidos se morían por los votantes latinos. Les hacían promesas, los enamoraban y hasta trataban de pronunciar una o dos palabritas en español. Pero ahora ya ni siquiera tratan. Se acabó el amor.
Parece ser que los candidatos republicanos quieren llegar a la presidencia sin el apoyo de los latinos. Pero eso, temo decirles, es imposible. La nueva regla de la política norteamericana es que nadie puede llegar a la Casa Blanca sin el voto latino. Punto.
Y los candidatos republicanos están haciendo todo lo posible para perder el voto latino. Suenan como las voces antiinmigrantes más radicales ─ Joe Arpaio, Tom Tancredo, Pat Buchanan y Pete Wilson ─ y así han asustado a millones de hispanos.
Ninguno está a favor de una reforma migratoria que legalizaría a la mayoría de los 11 millones de indocumentados. Es más: ni siquiera se atreven a decir exactamente qué harían con ellos. Algunos, absurdamente, hasta sugieren expulsarlos en masa. Tampoco favorecen, con notables excepciones, el Dream Act, que legalizaría a los estudiantes indocumentados que terminen dos años de universidad o que se metan a las fuerzas armadas.
No es que la cuestión migratoria sea la más importante para los votantes hispanos. No lo es. La economía, la educación y la salud son asuntos más vitales, según varias encuestas. Pero la migración sí es un tema simbólico y emocional. Nos dice, como latinos, quien está con nosotros y quien está contra nosotros.
La migración, para nosotros los latinos, no es una cuestión abstracta. Todos conocemos, vivimos e interactuamos diariamente con indocumentados. Son nuestros amigos, nuestros vecinos y compañeros de trabajo; son los que limpian nuestras casas y cuidan a nuestros hijos, los que nos atienden en hoteles y restaurantes; son tíos, parejas, van a clase con nuestros niños en la escuela. Los queremos y nos quieren. Así que atacarlos a ellos es igual que atacarlos a nosotros.
Y eso es precisamente lo que han estado haciendo los candidatos republicanos: atacar a los indocumentados. Eso es sinónimo de atacar (y no comprender) a la comunidad latina en general. Qué curioso: lo que le permitirá a un Republicano ganar la nominación de su partido le costará la elección general. Es una simple cuestión de números.
Los latinos somos más del 15 por ciento de la población. En Estados Unidos hay más gente de apellido García, Rodríguez, Martínez o López que apellidados Anderson, Taylor, Johnson o Harris. Se calcula que al menos 12 millones de votantes hispanos irán a las urnas el martes 6 de noviembre. (Esto será un aumento de los 9.7 millones de latinos que votaron en el 2008 y el 7.6 millones en el 2004.)
El presidente Barack Obama, no queda la menor duda, ganará otra vez el voto latino. Obtuvo el 67 por ciento de los votos hispanos hace 4 años. Históricamente el partido Demócrata siempre ha tenido más votos latinos que el republicano.
Pero los republicanos no necesitan tantos votos latinos para ganar la presidencia. Necesitan solo uno de cada 3 votos. Pero si siguen con su retórica antiinmigrante ni siquiera conseguirán eso.
Esta es la simple historia. Todo candidato republicano que obtenga 33 por ciento del voto hispano o más gana la Casa Blanca. Ronald Reagan ganó en 1984 con el 37 por ciento del voto hispano, George Bush padre en 1988 con el 33 por ciento, y George W. Bush con 34 por ciento en el 2000 y 44 por ciento en el 2004.
John McCain apenas consiguió el 29 por ciento del voto hispano en el 2008 y perdió. Y la última encuesta del Pew Hispanic Center indica que Mitt Romney, quien va adelante en las encuestas y en delegados, apenas tiene el 23 por ciento. Así va a perder la Casa Blanca.
Romney se echó encima a los latinos cuando dijo que, si ganara la presidencia, vetaría el Dream Act. Y rápidamente fue puesto en la lista de los que atacan a los latinos. Romney, estrictamente, es mexicoamericano; su padre nació en México y vino a Estados Unidos a los 5 años de edad. Con esta interpretación, Romney podría ser el primer presidente hispano. Pero lo sorprendente es que Romney no ha demostrado ningún interés por utilizar a su favor sus raíces mexicanas ni por ganar el voto hispano.
Una aclaración. Los latinos también están muy molestos con el presidente Barack Obama. Primero, porque no cumplió su promesa de presentar una propuesta migratoria durante su primer año de gobierno. Y segundo, porque ha deportado a más indocumentados que cualquier otro presidente en la historia; más de un millón.
Sin embargo, Obama ha hecho su esfuerzo por ganar el voto hispano. Está abiertamente a favor de una reforma migratoria y del Dream Act, y recientemente hizo un cambio en la ley que hará más fácil y rápido que ciudadanos norteamericanos soliciten a hijos o padres indocumentados sin que esperen fuera del país tres años o más.
Los republicanos se la pusieron fácil a los demócratas. El votante hispano tiene que escoger entre el que dice que los apoya, aunque no haya cumplido (Barack Obama) frente al que los ataca (cualquiera de los candidatos republicanos). Y están prefiriendo al presidente, de acuerdo con todos los sondeos.
Los republicanos están desperdiciando una oportunidad histórica para ganar el voto hispano. Bastaba suavizar un poco su postura migratoria ─ como ofrecer residencia sin ciudadanía ─ y enfatizar que comparten con los latinos ciertos valores, como su rechazo al aborto, la importancia de la familia tradicional y su sospecha de los gobierno grandes.
Pero no lo están haciendo. A los republicanos se les acabó el amor por los latinos. Y si no se vuelven a enamorar pronto perderán la próxima elección presidencial y la que sigue, y la que sigue…
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