Jorge Olivera Castillo
LA HABANA, Cuba, enero, www.cubanet.org. El castrismo no tiene entre sus prioridades alterar la velocidad de los cambios. La característica de los desplazamientos seguirá siendo lenta y a merced de inesperadas interrupciones.
La confusión en torno a si hay movimiento o no, debido a la lentitud del artefacto, permanecerá, aunque haya voces empeñadas en legitimarlo. De la misma forma que permanece la percepción derrotista entre la mayoría de los cubanos.
Aún se espera por la ampliación de los sectores que también necesitan de un giro hacia la eficiencia, la productividad y otros destinos, hoy desnaturalizados por bajo el peso de un socialismo real que ha sido permanente piedra para el tropiezo en la construcción de una sociedad responsable, disciplinada y tolerante.
Salvo escasos logros, la revolución cubana exhibe las marcas de un subdesarrollo que adquiere mayor visibilidad a través de las contradicciones entre lo que dice hacer y lo que realmente hace.
Por ejemplo, a pesar de exhibir un grado de instrucción promedio que supera con creces a decenas de países vecinos, e incluso nos sitúa, en algunas áreas, por encima de naciones desarrolladas, abundan aquí los eventos donde queda evidenciada la falta de educación elemental, así como una escandalosa incompetencia para abordar con éxito actividades de nivel primario.
Es obvia la incongruencia entre la enorme inversión de recursos y los resultados obtenidos. En su mayor parte, la cadena de triunfos sociales y económicos, promocionados hasta la saciedad, no pasan de ser estadísticas que sirvieron y sirven de camuflajes para ocultar la impericia de una clase política que predica el sacrificio en las tribunas, mientras amasa en privado sus caudalosas fortunas.
A duras penas se admite que casi nada funciona bien. Ahora se sabe que la rentabilidad es una quimera tanto en el sector industrial, como el de servicios, y que el pleno empleo promulgado por decreto, hace más de 30 años, fue otro soberano embuste.
Para pagar las culpas, están los cómplices de bajo rango. Gente que creyó pertenecer al linaje de los intocables. Tecnócratas y funcionarios del partido que confiaron en que su papel en el relajo estaba garantizado de por vida.
Los modestos ajustes que hoy se implementan hay que verlos como tácticas de supervivencia de quienes cargan con la responsabilidad directa del desastre.
Reformar a profundidad el sistema es contribuir a su eliminación. Por eso los zigzag, los descansos programados, las paradas bruscas y el pie apenas rozando el acelerador para mantener la parsimonia de la trayectoria.
Hace unos días, el vicepresidente del país, Ramón Machado Ventura, volvió a encumbrar las potencialidades del uso de los bueyes como método para eliminar los deprimidos índices productivos en el campo.
En fin, que seguimos como rehenes de una tripulación que no deja de hacer piruetas en el borde del abismo. ¿Se podrá evitar un letal accidente ante tan porfiada e imprudente incompetencia?
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