Nerio Enrique Romero. EL UNIVERSAL
Médico y profesor universitario
El término "ultraderecha" es uno de los latiguillos preferidos de la dirigencia oficialista para referirse a sus contrarios, trátese de Acción Democrática, Primero Justicia o hasta la exguerrillera Bandera Roja. Pero, en la deliberada confusión verbal que buscan crear en sus partidarios y en la sociedad, puede incluir también a gente de la escena internacional como Obama e Insulza (¡imagínense!). Y que se cuiden la propia Dilma Rousseff y José Mujica de lo que dicen sobre el mandón y "su proceso", no sea que vayan a parar también a lo que él llama el basurero de la ultraderecha. Tiene su lógica: para mentalidades nostálgicas del socialismo del siglo XX, ser de izquierda es casi una cuestión de honor, equivalente a ser políticamente correcto y bueno, aunque asumir esa denominación les encierre en contradicciones tan serias como la de asociarse a personajes como Hussein, Ahmadinejah o Gadafi. Éstos, por ser antiestadounidenses, son revestidos por la imaginación de estas personas con ese manto de la izquierda (algo de izquierda tendrán, aunque sea por allaaaá... en lo más recóndito, dirán ellos).
Los términos "derecha" e "izquierda" se han tornado modernamente muy ubicuos en cuanto a los principios de pensamiento político y social que involucran, porque la terca realidad es muy compleja para pretender interpretarla valiéndose de dos simples cuerpos ideológicos bien delimitados y mutuamente excluyentes. Aun así, los citados términos siguen usándose, y muy a menudo cuando informadores u opinadores se refieren a los enfoques políticos e intelectuales relacionados con las políticas públicas en la esfera económico-social. En América Latina y Venezuela, la influencia de buena parte de la intelectualidad del siglo XX logró posicionar el término "izquierda" (y algunas de sus ideas claves en ese campo) como sinónimo de lo bueno y justo, hasta el punto de arrinconar a la "derecha", intelectualmente, en el clóset. Aquí es muy difícil encontrar a alguien que acepte ser catalogado como "derechista". Y es común que dirigentes e intelectuales procuren evitar que se les identifique con ideas que, aunque les parezcan razonables en su fuero interno, tiendan a asociarlos con tal anatema o con su sinónimo más reciente, el de "neoliberal" (que también sirve para fumigar toda clase de adversarios).
En Venezuela, el discurso presidencial y la maquinaria de propaganda oficialista pretenden (y han logrado en parte) identificar con la "derecha" a personajes como Carlos Andrés Pérez, quien fuera el nacionalizador (o mejor, estatizador) de las industrias del petróleo y el hierro, adversario formidable de las dictaduras del cono sur, y hasta campeón del reingreso de Cuba a los foros internacionales. O como Rafael Caldera, promotor del derecho laboral en América Latina. Pero lo peor no es que se satanice un término (que al fin de cuentas es una simple palabra) sino que se haya logrado con relativo éxito satanizar algunas ideas y valores de gran valor y vigencia en el mundo, por el hecho de ser obstáculos a la imposición de un proyecto político que persigue el control absoluto de la sociedad. Tales ideas, generalmente defendidas por las llamadas "derechas" políticas del mundo, pero que no son su patrimonio exclusivo, necesitan ser defendidas en Venezuela y América Latina por líderes valientes que confíen en su valor intrínseco, y que no teman al anatema de "derechista" o, ¿por qué no? que asuman ese apelativo político e intelectual con asertividad y decisión. Entre esos valores e ideas queremos destacar los siguientes:
Las libertades económicas de trabajo, empresa, comercio e industria, reconocidas como derecho humano por la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el artículo 112 de la Constitución Nacional (que por cierto, ordena al Estado promover la iniciativa privada). El respeto al derecho de propiedad, consagrado por el artículo 115 (con todos sus atributos de uso, goce, disfrute y disposición), también protegido por la misma Declaración Universal tanto en sus formas privadas como colectivas (que no equivalen a estatales), como un derecho del ser humano. Y asociado a los derechos anteriores, dos principios que los dinamizan y convierten en verdaderos motores del progreso tecnológico y económico-social de la humanidad: los principios de libre competencia y productividad, también establecidos por la Constitución en su artículo 299. Se necesitan líderes políticos y sociales que asuman estos valores en sus partidos, en las instituciones y ante la opinión pública, y defiendan a los ciudadanos propietarios (pequeños, medianos y grandes), actualmente abandonados a una cierta orfandad política. Hay que exigir con ardor que se cumpla el artículo 301 constitucional, que prohíbe otorgar a empresas y entes extranjeros condiciones legales y económicas más beneficiosas que las establecidas para las empresas y ciudadanos venezolanos.
Dentro de los derechos económicos del ciudadano, hay que defender el derecho a la propiedad de la tierra de productores y campesinos, y la protección a las formas de propiedad particular y asociativa (que no equivale a estatal) para garantizar la producción agrícola, tal como establece el artículo 307 constitucional.
Todos estos principios y derechos, necesarios para el progreso social endógeno, necesitan ser defendidos de un proyecto político que los amenaza por considerarlos como principios de "derecha", aunque son principios abrazados mundialmente por movimientos políticos que se autodenominan tanto derechistas como centristas e izquierdistas. Si las centroderechas son sus más eficaces defensoras y propulsoras, las izquierdas modernas también los asumen, diferenciándose de aquellas apenas en la amplitud de la intervención del Estado en su regulación. El pueblo venezolano, ése a quien hipócritamente Chávez llama el soberano, sigue apoyando mayoritariamente esos principios, tal como han demostrado diversos estudios. Hay la necesidad y existe la receptividad para promover estos derechos y valores, hasta ahora considerados como de "ultraderecha" por el actual gobierno. Hay que atreverse a defenderlos. Derecha, ¡sal del clóset!
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