Thursday, January 19, 2012

No sería mala idea

Mario J. Viera

El Nuevo Herald ha publicado una foto con un muy interesante mensaje. Una joven expone un cartel de protesta en el que se puede leer una contundente sugerencia: “Paguen a los políticos el salario mínimo y verán lo rápido que cambian las cosas". Aunque un poco exagerada, la propuesta, después de todo, no me parece una mala idea.
Hay una verdad incuestionable en las frases que dicen: “Nadie vive como piensa, sino que se piensa como se vive”. Un poderoso multimillonario jamás podrá pensar en los mismos términos que un desamparado, que uno de esos “homeless” que existen en cualquier sociedad. Recuerdo, una vieja Selecciones de Reader’s Digest, que leí antes de que se implantara el comunismo en Cuba. En aquel número se contaba que un maestro de una escuela muy exclusiva había solicitado a sus pequeños alumnos que redactaran una composición sobre la pobreza.
La niña de familia millonaria redactó su composición en estos términos: “Era una familia muy pobre, los padres eran muy pobres, el mayordomo de la casa era también muy pobre, el chofer era muy pobre, la cocinera era muy pobre...”, más o menos así. La pequeña no podía concebir que en una casa no hubiera mayordomos, cocineras o choferes. Pensaba como vivía. Nuestros políticos también piensan como viven, gozan de muy buen ingreso económico, no conocen las carencias, si antes las padecieron, ya eso quedó en el pasado y también en el olvido; disfrutan de un muy buen seguro de salud, de modo que no pueden pensar como pudiera pensar uno cualquiera que carezca de seguro de salud, uno que se vea agobiado por las cuentas que les pasa un hospital por darle asistencia médica, si antes no se la hubieran dado por falta del bendito seguro.
Así que oponerse a la reforma de salud de Barack Obama es para ellos algo natural, como no tienen problemas para recibir asistencia médica...
Si los representantes del Congreso y los senadores recibieran un sueldo, no el mínimo, sino el sueldo promedio de cualquier trabajador de una fábrica, o de un centro comercial, o el del empleado de un banco, el de uno cualquiera ¿qué pensarían de la desigualdad de ingresos que existe entre uno cualquiera de ese uno por ciento de la población y los ingresos que reciben los que componen el 99 por ciento?
¿Qué tanto si se prohibiera el ejercicio de los cabilderos bien pagados, pero muy bien pagados que actúan en torno de alcaldes, comisionados, gobernadores, representantes y senadores estatales y federales?
Me atrevo a apostar sobre seguro que ningún político sacaría de su propio peculio para sufragar sus campañas como hiciera Rick Scott, el exitoso empresario gobernador de la Florida, o como hace Mitt Romney, otro exitoso empresario que aspira a la nominación por el Partido Republicano.
Tal vez así cambiarían las cosas. ¡Tal vez! Pero como es bien raro, rarísimo que exista un político que aspire a un puesto de elección por puro y altruista interés patriótico ─ Por favor muéstrenme alguno de esas rara avis si existe alguno ─, con esos humildes ingresos, no es dudoso que alguno se corrompa. Si para obtener sus recaudaciones no rechazan hacerle algún favor a los intereses que le donan cuantiosos recursos, a qué no se acomodarían con las dádivas que le ofrecieran corruptos cabilderos. Todo parece encerrarse en ese manido círculo vicioso.
Creo que, aunque la idea del sueldo mínimo para los políticos es una de tendencia igualitaria, con visos de justa y expresión del descontento de la ciudadanía hacia nuestros políticos de profesión, nada cambiaría al final. Mejor sería recurrir a esa otra manida expresión de la transparencia.
Primero, incluir como reforma constitucional una cláusula que declare ilegal el cabildeo con cabilderos a sueldo; segundo, que se publique, como parte del curriculum de cualquier candidato quienes son los que subvencionan sus campañas y a cuánto ascienden esas aportaciones para conocer qué intereses creados se esconden detrás de las candidaturas a puestos de elección pública. Quizá de este modo, el electorado podrá conocer si ese político que junto a su familia inmediata le implora que le den el voto actuará a favor de los intereses, de las necesidades, de los reclamos de su comunidad o si por el contrario solo se moverá a favor de intereses de grupos de poder, de grandes corporaciones, de compañías de seguro... Y digo, quizá, porque siempre me quedo en dudas con los políticos.
Sin embargo, y muy a pesar mío, no creo que funcione el Estado y el Gobierno si no existen políticos con experiencia en los asuntos públicos; los diletantes en política terminan en un gran desbarajuste y en llamados de corte populista. ¿Ejemplos? Bien, ahí tenemos a Fidel Castro en Cuba y a Chávez en Venezuela. ¿Qué hacer entonces? Quizá el desencanto que nos ofrece la clase política nos impulse a decir que no vale la pena votar; pero esa sería una mala opción y debemos salir a votar, eligiendo al que consideremos menos malo, al que menos promesas nos haga o castigando con nuestro voto en contrario a aquellos que demostraron para qué sirven.

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