Tania Díaz Castro
Fuerte Matachín, Baracoa
LA HABANA, Cuba, enero, www.cubanet.org, Cualquiera puede sacarle viejas historias a Juan. Pese a sus ochenta años, tiene la mente clara, es locuaz y, sobre todo, le gusta mucho conversar.
Sentados en el portal de la calle 306, en el poblado habanero de Santa Fe, donde vive con sus hijos desde hace más de diez años, comenzó a contarme que cuando se fue definitivamente de Baracoa, el primer pueblo que se fundó en Cuba, quinientos años atrás, el corazón comenzó a latirle distinto, como si se negara a seguir andando, porque abandonaba demasiados recuerdos: lo único con que cuenta desde entonces para vivir.
“Yo nací y crecí en el antiguo Fuerte de Matachín, la segunda fortificación construida en el siglo XVIII, conocida entonces como ¨el castillo maldito¨, porque allí se alojaron familias que no tenían donde vivir. Es un lugar paradisíaco de Baracoa, donde, según se dice, Cristóbal Colón exclamó que Cuba era la más hermosa tierra del mundo. Hoy, el viejo castillo es un museo. Cierro los ojos y veo ante mí la canoa cayuca, hecha por mí, mi balsa hecha de bambúes, las aguas del río Toa, las montañas y otras tantas bellezas juntas”.
Le pregunto a este privilegiado hijo de Baracoa si él recuerda la profecía del Pelú.
“Sí, la recuerdo. Y a mi juicio, se está cumpliendo la maldición de aquel mendigo loco que murió cuando yo no había nacido y que aún es recordado como El Pelú. Cuando lo hirieron con una piedra en la cara, soltó una maldición contra Baracoa, para que nunca prosperara como ciudad. Y ha resultado así. A partir de aquella maldición, la producción de cacao, la más importante de la isla, comenzó a decrecer, y hasta desapareció el famoso guineo (plátano) baracoense, llamado banano”.
Afirma el viejo Juan que durante los años cincuenta, del siglo pasado, el dictador Fulgencio Batista mandó a construir una carretera colgante, primero llamada La Mulata, y luego, La Farola, que comienza en la ciudad de Guantánamo y termina en Baracoa. El tramo que faltaba se terminó en 1965, con la Revolución. Esa carretera comunica a Baracoa con el resto de la isla, pero frecuentemente hay en ella muertos y heridos, los que, según comenta la gente, son víctimas de la maldición del Pelú.
Sin embargo, parece que ese supuesto espíritu maligno no siempre actuó solo. Al menos es lo que se deriva de la historia que nos cuenta Juan sobre la proyectada central hidroeléctrica de Baracoa, donde él trabajó:
“Fue una suerte que ese proyecto, idea de Fidel Castro, se haya suspendido, luego de haber comenzado con un gran presupuesto de Corea comunista. Hubiera sido el peor de todos los daños para Baracoa. Nos hubiéramos quedado sin ríos, sin bosques, sin selvas, sin playas, ni arroyos. Baracoa se hubiera convertido en un desierto”.
Testigo de primera línea de aquel disparate, Juan cuenta que afortunadamente los vecinos de Baracoa protestaron en masa. Sobre todo cuando pretendieron desalojar, en 1990, a decenas de familias que tenían sus casas en las zonas de la Perrera y Jaguaní, aledañas a la del proyecto, y que por tal motivo, estaban condenadas a desaparecer bajo las aguas. Asimismo se hablaba de la posible desaparición de las fincas de numerosos productores de cacao, donde estaría ubicada la mencionada central.
“Desde entonces ─ concluye Juan ─ ni nuestra fábrica de bombones funciona. Tampoco la construcción de un acueducto por gravedad ha dado resultado. Da agua a los 60 mil habitantes del pueblo, es verdad, pero están reventando las tuberías, porque son muy viejas. Primero, había que instalar tuberías nuevas en las casas, y luego construir el acueducto. Lo que se dice un desastre. En vez de progresar, Baracoa va para atrás. Y la gente huye, se va de allí. Son las cosas del Pelú”.
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