Mario J. Viera
Por estos tiempos hay una falacia que parece tomar cuerpo de axioma, aquella que dice que la economía de Estados Unidos quedaría salvaguardada por un presidente proveniente de la empresa privada como alto ejecutivo y exitoso empresario. Así resume esta idea Andrew F. Puzder en un artículo de opinión reproducido por El Nuevo Herald bajo el título de “Un ataque al sistema de la libre empresa”:
“Si nuestra nación desea superar el estancamiento económico y mantener el sueño americano al alcance de futuras generaciones, necesitamos elegir un presidente que reconozca la energía y creatividad de nuestra gente y el increíble potencial de nuestro sistema de libre empresa. Necesitamos alguien que haya trabajado en el sector privado y visto su potencial de primera mano; alguien que reconozca que las soluciones tramadas por el gobierno jamás se compararan a las acciones pragmáticas de los empresarios estadounidenses cuyo trabajo mejora sus vidas y crea empleos, seguridad económica y prosperidad para todos nosotros. Una carrera gubernamental no confiere esos conocimientos. Para reconocer el potencial de la libre empresa y realizarlo, a un momento dado, uno tiene que ser parte de ello”.
Por supuesto esta es la visión de un alto ejecutivo empresarial, el CEO de la Carl Karcher Enterprises, Inc., empresa que en 2007 obtuvo un ingreso neto de 201.4 millones de dólares. Un ejecutivo exitoso pero sin ninguna experiencia en el campo político y, por tanto, alguien que no cree que una “carrera gubernamental” sea meritorio para dirigir los destinos de una nación.
Existe, en primer lugar, una gran diferencia en el modo de dirigir una empresa y la manera de dirigir un gobierno. El principal objetivo de toda empresa es la obtención de ganancias económicas y hacer los ajustes necesarios, incluidas políticas de choque para lograr ese propósito. Esto es lo que se conoce como pragmatismo empresarial. El objetivo de un gobierno es muy diferente al de una empresa. Las soluciones dentro de un gobierno, aunque no lo parezca, son más complejas que las de una corporación. El gobierno no cuenta con materia prima, ni con maquinarias, ni con inventarios, las decisiones gubernamentales afectan a los ciudadanos, a seres humanos de carne y hueso con necesidades y reclamos. No se trata de competencia ni de un mecanismo de oferta y demanda. En un gobierno hay una diferente contabilidad que no permite la aplicación del frío pragmatismo que le puede ser exitoso a un empresario so pena de crearse una situación de profundo trastorno social.
La historia reciente de los Estados Unidos desmiente la falacia del mejor empresario el mejor presidente. Solo hay que revisar cuáles han sido los presidentes de Estados Unidos con mayores éxitos en la economía nacional. Dos fueron demócratas y uno republicano; ninguno era empresario, ninguno de ellos había sido parte ejecutiva de la libre empresa.
En 1929 se desató la Gran Depresión que afectó a todas las economías del mundo y se extendió hasta los finales de la década de los años treinta. Una angustiosa situación que parece reeditarse, aunque no de manera tan dramática, en los momentos actuales. El desempleo en Estados Unidos aumentó entonces al 25%. Esta depresión propició en Europa el surgimiento del Nacional Socialismo en Alemania como ahora la actual crisis está propiciando el surgimiento de corrientes ultranacionalistas en algunas regiones de Europa como es el caso, por ejemplo de Hungría.
En 1932 ganaría las elecciones presidenciales Franklin Delano Roosevelt, un político, diplomático y abogado, que en su juventud había sido una especie de play boy; no había sido empresario; no había sido parte del denominado mercado libre; solo tenía una carrera gubernamental como gobernador de New York. Con sus políticas del New Deal logró sacar a los Estados Unidos de su estancamiento económico. No necesitó tener experiencia como empresario para sus éxitos; solo contaba con su sagacidad política y con su conocimiento de la vida ciudadana.
Un presidente que obtuvo grandes triunfos en “mantener el sueño americano al alcance de futuras generaciones” se llamó Ronald W. Reagan. No era empresario. No había ganado un capital haciendo transacciones comerciales en una empresa con grandes ganancias, es más había sido despedido de la General Electric donde actuaba como vocero. Reagan era un actor de cine y televisión.
Al asumir la presidencia, Reagan encontró que Estados Unidos se encontraba en una condición de estancamiento económico a la vez que sufría una inflación de dos cifras. Durante su administración el PIB creció del -0,3% anual en 1980 al 4,1% en 1988, logro para el cual no requirió de alaguna experiencia previa como empresario. La tasa de desempleo en 1981 era de 7,5%, y alcanzando el 9,5% entre 1982 y 1983 para rebajarse hasta 5,2% a la conclusión de su mandato.
Otro presidente que no provenía de la empresa privada fue William “Bill” Clinton. Cualquier cosa se pudiera decir de él salvo que no fuera un exitoso presidente. Clinton es abogado no el CEO de una gran empresa, sin embargo al concluir su mandato dejaba un superávit de 559.000 millones de dólares.
No parece que “necesitamos alguien que haya trabajado en el sector privado” para sacar la economía del atolladero en que se encuentra sin crear desestabilidad social. Un empresario jamás pensará como un estadista. Su filosofía se basa en los métodos de ganar más. Un presidente debe poseer otras cualidades. Capacidad de líder, capacidad para diferenciar lo social de lo económico; capacidad para concentrarse en cada momento lo que en cada momento es prioritario; sagacidad para conducir en beneficio de los intereses nacionales en la conducción de la política exterior y, sobre todo, una gran dosis de capacidad para comunicarse con la mayoría de la población.
No comments:
Post a Comment