Michael Rowan. EL UNIVERSAL
El peor fraude de la historia es Cuba, que se repite en Venezuela. La supresión de la libertad en la isla ha sido un atroz crimen de lesa humanidad, aunque no el único. Lamentablemente, el Siglo XX estuvo plagado de semejantes atropellos perpetrados por nazis y comunistas, entre otros. Así las cosas, lo que distingue el caso que nos ocupa es la manera en que acreditados observadores foráneos aupaban la privación de la libertad de millones de personas como si fuera un gran logro de la humanidad. Eso, hasta la fecha, ha sido el peor fraude en la historia contemporánea.
Los perpetradores oscilan desde intelectuales europeos pasando por estrellas de Hollywood hasta el New York Times. Y el fraude prosigue hasta nuestros días. Imaginemos que lo acontecido en Cuba se preparara para el análisis objetivo: ningún observador civilizado del mundo acreditaría lo que sucedió allí como un logro de la humanidad. Con todo, el Che Guevara y Fidel Castro se erigieron en los ídolos del continente: fueron glorificados en películas y reseñados en las noticias como excelsos rebeldes, y siguen siéndolo. No hay evidencia capaz de soportar la aturdidora falta de oxígeno que significa trepar a la cima de la montaña creada por tal fraude, que se yergue como el Himalaya de la ignorancia política de nuestra era.
Y en ninguna parte el fraude se ha enraizado tanto como en Venezuela. Inspiró las asonadas de 1992, la elección de un insurgente en 1998 y la paulatina destrucción de la libertad. No obstante, existen dos versiones de lo ocurrido. Una tiene que ver con los hechos y la otra con una ilusión. Al igual que en Cuba, la ilusión venezolana es más poderosa y cuenta con más dinero que los hechos estorbosos. Es el caso en particular de los observadores internacionales que miran a Venezuela con los mismos anteojos color de rosa que se usan para ver a Cuba. Chávez, aunque no tan inteligente como Fidel o tan carismático como el Che, disfruta de la misma luz fraudulenta. El fraude está tan incrustado en Venezuela que tiene el poder de la ley y todos los petrodólares para respaldarlo. Dudar de la ilusión o confiar en los hechos es un juego harto riesgoso en Venezuela, donde el fraude, como bien se sabe, es perfecto.
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