Mario J. Viera
Hace poco un rumor ─ “”bola”, decimos los cubanos ─ aparecido en Twitter señalaba que Fidel Castro había muerto. Por desgracia para los que regaron el bulo, el hombre no había partido hacia el Seol y para desgracia del que se atreva a soportar sus “Reflexiones” volvió a la vida con una muy extensa, tanto que pide disculpas por haber “sido inevitablemente extenso, no tenía otra opción ─ y explica ─. Redacto estas líneas para el sitio web Cubadebate y para Telesur, una de las emisoras de noticias más serias y honestas de nuestro sufrido mundo”.
No sé si debamos excusarle por esa tan poco seria y honesta calificación que le da a Telesur; pero, ¡en fin! a un resucitado se le puede perdonar ese “desliz” ya que la mente de uno que ha vuelto a la vida muchas veces se nubla un tanto.
El no partió al abismo, como daba a entender el twittero, pero nos regala ─ es un decir ─ una suculenta reflexión titulada “La marcha hacia el abismo”. Nadie piense que se trata de un ensayo metafísico sobre el tránsito de la vida a la muerte o una monografía de carácter parapsicológico. Nada de eso; por ahora morir no está entre sus planes más inmediatos.
Está en su papel de profeta del cataclismo, del apocalipsis; lo que pretende es situarse “en el punto de partida actual de nuestra especie para hablar de la marcha hacia el abismo”. Aclara que no va a hablar de quienes “lo largo de varios milenios convirtieron los asuntos públicos en instrumentos de poder y riquezas para las clases privilegiadas...”, tiene que evitar tal escabroso tema porque tirando la piedra para arriba le podría caer en la cabeza.
“La idea de un juicio final ─ piensa ─ está implícita en las doctrinas religiosas más extendidas entre los habitantes del planeta, sin que nadie las califique por ello de pesimistas”. Que nadie diga que él es pesimista. El lo que quiere ser el profeta que clama en el desierto y considera “deber elemental de todas las personas serias y cuerdas, que son millones, luchar para posponer y, tal vez impedir, ese dramático y cercano acontecimiento en el mundo actual”. ¡Arriba él puede impedir el caos si le hacen caso las personas serias y cuerdas! ¿Cuál es el dramático y cercano acontecimiento sobre el cual advierte e intenta impedir? Pues sencillamente son dos sucesos desastrosos “la guerra nuclear y el cambio climático, son decisivos y ambos están cada vez más lejos de aproximarse a una solución”.
Es decir que hay el peligro de que el mundo se convierta en una pelota ígnea, sea por una universal guerra atómica o porque se caliente tanto, tanto por causa del cambio climático que estalle como una descarga de fuegos artificiales. ¿Y quiénes son los malos de la película de cataclismo que filma Fidel Castro? Se angustia por el destino de los ciudadanos de Estados Unidos y Europa, que serán víctimas del holocausto atómico: “Carecerían de sentido mis palabras si tuviesen como objetivo imputar alguna culpa al pueblo norteamericano, o al de cualquier otro país aliado de Estados Unidos en la insólita aventura; ellos, como los demás pueblos del mundo, serían las víctimas inevitables de la tragedia”.
Quizá esté imaginando un ataque atómico de China o de Rusia contra Estados Unidos y el resto de los países europeos que conforman la Organización de Tratado del Atlántico Norte (OTAN). ¿Por qué tendrían que hacerlo? Seguro que la defensa que hagan de la tiranía de los ayatolas de Irán no la llevarán tan lejos. Es claro que el sermón castrista se hace por Irán, por el gobierno amigo de Ahmadineyad.
A Castro le angustia el enorme arsenal atómico que hay en el mundo: “El empleo de apenas un centenar de esas armas sería suficiente para crear un invierno nuclear que provocaría una muerte espantosa en breve tiempo a todos los seres humanos que habitan el planeta, como ha explicado brillantemente y con datos computarizados el científico norteamericano y profesor de la Universidad de Rutgers, New Jersey, Alan Robock”.
Pareciera que Castro se acaba de enterar de esta gran verdad. Si el ser humano, sea de cualquier país, se decidiera por desatar una guerra con empleo masivo del arsenal atómico se condenaría a sí mismo a desaparecer como especie y solo quedaría espacio habitable para las cucarachas.
Entonces presenta a los pillos, a los chicos malos de la película: “...los riesgos del estallido de una guerra con empleo de armas nucleares se incrementan a medida que la tensión crece en el Cercano Oriente, donde en manos del gobierno israelita se acumulan cientos de armas nucleares en plena disposición combativa, y cuyo carácter de fuerte potencia nuclear ni se admite ni se niega. Crece igualmente la tensión en torno a Rusia, país de incuestionable capacidad de respuesta, amenazada por un supuesto escudo nuclear europeo” Los malos son los israelitas que cuentan con armas atómicas, no importa que los malditos judíos jamás hayan amenazado con hacer borrar del mapa a alguna nación de la región. Son malos, porque sí, porque son la única nación democrática del Cercano Oriente y remalos porque son aliados de los Estados Unidos. Para nada es un peligro Irán.
“Tan endeble ─ asegura rotundamente ─ es la posición yanki en este delicado asunto, que su aliado Israel ni siquiera se toma la molestia de garantizar consultas previas sobre medidas que puedan desatar la guerra”. Es decir, los judíos malos lanzarán un ataque atómico sobre el “pacífico”, sobre el “democrático” Irán y, entonces, Rusia se encojonará y China cogería el mismo berrinche y ¡Ya está! Bombazos atómicos para acá, bombazos atómicos para allá.
En párrafo siguiente, Castro imagina que en el mundo funcionan los mismos métodos que su régimen ha empleado en Cuba: “La humanidad, en cambio, no goza de garantía alguna. El espacio cósmico, en las proximidades de nuestro planeta, está saturado de satélites de Estados Unidos destinados a espiar lo que ocurre hasta en las azoteas de las viviendas de cualquier nación del mundo. La vida y costumbres de cada persona o familia pasó a ser objeto de espionaje; la escucha de cientos de millones de celulares, y el tema de las conversaciones que aborde cualquier usuario en cualquier parte del mundo deja de ser privado para convertirse en material de información para los servicios secretos de Estados Unidos”. La diferencia está en que en Cuba los vegetes del Comité Central no han sido capaces de saturar el espacio cósmico con satélites espías. ¡Qué lástima! ¿Verdad?
Pero quizá, nos concede el reflexivo Castro, aunque la guerra “es una tragedia que puede ocurrir, y es muy probable que ocurra”, puede ser que la humanidad logre retrasarla indefinidamente. Pero ahí no acaba el peligro del fin de los tiempos: “...otro hecho igualmente dramático está ocurriendo ya con creciente ritmo: el cambio climático”. Y se lanza de lleno en una larga reseña sobre trabajos científicos que tocan el tema del cambio climático solo para concluir que el culpable de todo lo malo que existe sobre el planeta es por culpa del odiado imperio.
Por supuesto el profeta no quiere mencionar el desastre que su sabiduría provocó en Cuba. La degradación de sus antes fértiles suelos, la ruina de toda la agricultura, la contaminación de muchos de sus ríos, los cambios dramáticos que provocara en el ecosistema... Esa sería el mejor tema que pudiera abordar en alguna de esas reflexiones a las que ahora se dedica a tiempo completo entre un trago y otro de un costoso vino.
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