Paul Krugman. New York Times News Service.
John Maynard Keynes |
“El auge, no el bache, es el momento indicado para la austeridad en el Departamento del Tesoro”. Esto fue lo que declaró John Maynard Keynes en 1937, incluso al tiempo que Franklin Delano Roosevelt estaba por demostrar que estaba en lo correcto al tratar de equilibrar el presupuesto demasiado pronto, enviando a la economía estadounidense –que se había estado recuperando de manera constante hasta ese punto– a una severa recesión. El abatimiento del gasto gubernamental en una economía deprimida deprime a la economía incluso más; la austeridad debería esperar hasta que esté bien avanzada una firme recuperación.
Para mala fortuna, a fines del 2010 y comienzos del 2011, políticos y legisladores en buena parte del mundo occidental creyeron que ellos tenían una mejor respuesta, que deberíamos concentrarnos en los déficits, no en los empleos, aun cuando nuestras economías a duras penas habían empezado a recuperarse del bache que siguió a la crisis financiera. Y al actuar sobre esa creencia contraria a Keynes, terminaron demostrando una vez más que Keynes estaba en lo correcto.
Al declarar la reivindicación de la economía keynesiana, yo, por supuesto, estoy en contra de la sabiduría convencional. En Washington, en particular, el fracaso del paquete de estímulo del presidente Obama para producir un auge del empleo es visto generalmente como si hubiera demostrado que el gasto gubernamental no puede crear empleos. Sin embargo, los que hicimos las cuentas nos dimos cuenta, justo desde el principio, de que la Ley de Recuperación y Reinversión del 2009 (de la cual más de un tercio, por cierto, asumió la forma relativamente ineficaz de reducciones fiscales) era demasiado pequeña dada la profundidad del bache. Además, también pronosticamos las resultantes repercusiones políticas.
Así que la verdadera prueba de la economía keynesiana no ha venido de los esfuerzos a medias del gobierno federal de Estados Unidos por darle impulso a la economía, que fueron anulados en su mayoría por reducciones en los ámbitos estatal y local. Más bien ha venido de naciones europeas como Grecia e Irlanda que tuvieron que imponer una salvaje austeridad como una de las condiciones para recibir préstamos de emergencia, y han sufrido baches económicos con la profundidad de la Depresión, en tanto el verdadero PIB en ambos países ha bajado dígitos dobles.
No se suponía que ocurriera esto, con base en la ideología que domina buena parte de nuestro discurso político. En marzo del 2011, el Comité Conjunto de Economía de integrantes republicanos del Congreso estadounidense divulgó un informe titulado “Gaste menos, deba menos, acreciente la economía”. En el documento se ridiculizaban inquietudes en el sentido de que los recortes al gasto en un bache empeorarían ese bache, argumentando que las reducciones al gasto mejorarían la confianza del consumidor y los negocios, y que esto pudiera conducir a un crecimiento más acelerado, no más lento.
Ellos deberían haber sido sensatos incluso en esa época: Los presuntos ejemplos históricos de “austeridad expansionaria” que usaron para exponer su argumento ya habían sido desacreditados totalmente. Además estuvo el vergonzoso hecho en cuanto a que muchos integrantes conservadores habían declarado prematuramente a Irlanda como una historia de éxito, demostrando las virtudes de los recortes al gasto, a mediados del 2010, solo para ver la profundización del bache irlandés y la evaporación de cualquier confianza que los inversionistas pudieran haber sentido.
Asombrosamente, por cierto, todo volvió a ocurrir nuevamente este año. Hubo proclamas generalizadas en el sentido de que Irlanda había superado lo peor, demostrando que la austeridad funciona. Y entonces, llegaron los números, y fueron tan deprimentes como antes.
Sin embargo, la insistencia en recortes inmediatos al gasto siguió dominando el panorama político, con efectos nocivos sobre la economía de Estados Unidos. Cierto, no hubo importantes medidas de austeridad nuevas en el ámbito federal, pero hubo mucha austeridad “pasiva” a medida que se desvaneció el estímulo de Obama y gobiernos estatales y locales, desprovistos de dinero, siguieron aplicando reducciones.
Ahora bien, se podría argumentar que Grecia e Irlanda no tenían alternativa con respecto a la imposición de la austeridad, o, en cualquier caso, ninguna opción aparte de incumplir los pagos a sus deudas y abandonar el euro. Sin embargo, otra lección del 2011 fue que Estados Unidos tenía y tiene una opción: Washington pudiera estar obsesionado con el déficit, pero los mercados financieros están indicando, si acaso, que deberíamos pedir más préstamos.
Una vez más, no se suponía que ocurriera esto. Entramos al 2011 entre funestas advertencias sobre una crisis de la deuda similar a la de los griegos que ocurriría tan pronto como la Reserva Federal dejara de comprar bonos, o que las agencias de índices de crédito pusieran fin a nuestro estatus triple A, o que el ultra súper comité no lograra alcanzar un acuerdo, o algo. Sin embargo, la Fed puso fin a su programa de adquisiciones de bonos en junio; Standard & Poor’s redujo el nivel de Estados Unidos en agosto; el supercomité cayó en un atolladero en noviembre; y los costos de los préstamos estadounidenses sencillamente siguieron cayendo. De hecho, en este punto, los bonos estadounidenses protegidos de la inflación pagan un interés negativo: los inversionistas están dispuestos a pagar a Estados Unidos para que guarde su dinero.
En conclusión, el 2011 fue un año en el cual nuestra élite política se obsesionó con los déficits en el corto plazo que no son realmente un problema y, en el proceso, empeoró el verdadero problema: una economía deprimida y desempleo masivo.
La buena noticia, como están las cosas, es que el presidente Barack Obama finalmente ha regresado para pelear en contra de la austeridad prematura; y todo parece indicar que está ganando la batalla política. Además, uno de estos años efectivamente pudiéramos terminar siguiendo el consejo de Keynes, el cual es tan válido ahora como lo fue hace 75 años.
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