Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba, enero, www.cubanet.org -Mirando hacia atrás nos damos cuenta de que la Gran Ofensiva Revolucionaria, del 13 de marzo de 1968, a pesar de su rimbombante nombre, fue en realidad la Gran Metida de Pata de Fidel Castro, de entre las muchas que tiene en su haber el anciano dictador.
Daniel Alarcón Ramírez ─ alias Benigno ─, hoy en el exilio, es el autor del libro Memorias de un soldado cubano. Fue guerrillero en la Sierra Maestra, junto a Camilo Cienfuegos, y luego lucho junto al Che Guevara en Bolivia. Benigno narra en su libro que jamás podrá olvidar la escena que presenció la mañana del 13 de marzo de 1968, reunidos con Fidel Castro los miembros del Buró Político, pocas horas antes de que Castro anunciara al pueblo la Gran Ofensiva Revolucionaria.
Cuenta este ex oficial del Ministerio del Interior, la rabieta que le dio al máximo líder cuando vio que sólo había obtenido la mitad de los votos de los miembros del Buró Político, quienes debían decidir a favor o en contra de la nacionalización instantánea de cincuenta mil establecimientos comerciales que aún quedaban en manos de propietarios privados cubanos. Castro ni siquiera aceptó la voz contraria de Carlos Rafael Rodríguez, que se oponía a la idea.
Según Benigno, Fidel saltó como una fiera y exclamó iracundo:
-Por mis testículos se va a intervenir, tal y como yo digo. Ramirito, prepara las fuerzas, que se va a intervenir; estén todos de acuerdo o no.
-Como usted ordene, Comandante –respondió Ramiro Valdés.
Por último cuenta Alarcón Ramírez que, malhumorado, Fidel Castro le quitó las llaves del auto a su chofer para manejarlo él mismo, salió como una tromba de la reunión, y se alejó del lugar chillando gomas.
Esa misma noche el jefe del país anunciaba en un discurso, en la escalinata de la Universidad de La Habana, que la revolución tenía que nacionalizar todos los comercios particulares, como solución para combatir el egoísmo, si se quería lograr que surgiera en Cuba el Hombre Nuevo.
Aquella medida tomada por Castro de forma caprichosa, algo que ─ quizás consciente del desastre que había provocado ─ jamás aconsejó años más tarde a sus discípulos sandinistas en Nicaragua y mucho menos a Hugo Chávez, terminó de destruís el país.
Cuarenta y cuatro años más tarde, Cuba sigue sufriendo las consecuencias del delirante capricho del Comandante en Jefe. Si no fuera tan trágica y real, la historia parecería el guión de una chaplinesca comedia en que un loco que se cree dictador juega a hacer delirantes experimentos con una pequeña islita de cartón.
Lejos de impulsar la producción y los servicios, elevar la eficiencia del trabajo y, sobre todo, desarrollar la cooperación y el espíritu comunista, como Castro pronosticara, la “ofensiva” fue el tiro de gracia que sumió al país en la total ineficiencia y pobreza que han reinado desde entonces. Metedura de pata que el Castro menor, trata hoy de desmontar, con mucha cautela, para que al hacerlo no colapse su tambaleante y miserable reino.
Los magníficos y eficientes negocios que llenaban nuestra isla y hacían de Cuba un país vibrante y moderno como pocos en América Latina, eliminados por Castro Primero en 1968, son remplazados en 2012 por Castro II con timbiriches, vendedores ambulantes, bazares de baratijas instalados en portales de casas en ruinas, restaurantuchos en salas de casas y chinchales para vender frutas. Todo hecho con la arrogancia que define a la familia, sin jamás haber admitido quién es el verdadero culpable de estas casi cinco décadas de miseria y, muchísimo menos, haber pedido disculpas por simplemente destruir el país.
Me pregunto: ¿Volverán algún día los negocios de verdad, los de antes?
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