Orlando Luis Pardo Lazo. DIARIO DE CUBA
Como todo líder comunista que se respete, Julio Antonio Mella no se llamaba Julio Antonio Mella sino algo así como Nicanor McPartland y Diez (casi un personaje de Eduardo del Llano). Como todo político cubano de cierta importancia en el siglo XX, fue hijo bastardo (tal vez nuestro mejor cubanólogo a la postre sea el Doctor Sigmund Freud).
En Cuba son miles las fábricas y escuelitas con su apellido. Cuenta aquí con bustos impresionantes y con biografías baratas. Su legado es pasto para eruditas polillas que en la práctica han sido sus enterradores de cara a la eternidad, haciendo de su vida un borrón e icono nuevo. También están sus restos biológicos (a estas alturas del tráfico urbano eso es solo un decir), en un mini-monolito a los pies de la escalinata de la Universidad de La Habana, donde los matrimonios miembros de la UJC debían ir a ponerle flores aún con el traje blanco encima (también las jineteras lo hicieron, al menos en un relato de Ángel Santiesteban Prats). Están su mascarilla y sobretodo su mascarada funeraria. Más algún que otro material fílmico que ignora todo sobre Mella para regurgitar apenas el mito Made in PCC o acaso en CCCP.
La suya fue una época muy mala, como toda época de libertad. Sólo el totalitarismo nos salva, gracias al método materialista de la carnicería controlada. Lo mandaron a matar desde todos los puntos cardinales de un planeta en candela. No cabía ya en ninguna ciudad. No había para Mella aquí, tampoco, nada grande que hacer. No supo desaparecer a tiempo y olvidarse de esos dos delirios o disparates: Cuba y Martí (¿o eran uno los dos?).
Templó, eso sí, con una liberalidad de Liga Anti-Clerical fundada por él. Lo envidiaron desde los apristas hasta los chekistas. Fue uno de nuestros más bellos fornicadores y todavía muchos recatados homocubanos adoran el corte en blanco y negro de su perfil, que en Facebook sin duda hubiera causado sensación, así entre burgueses como entre revolucionarios. Pero coincidió en el espacio-tiempo con el célebre cerebrito célibe de Stalin, a quien la belleza del cuerpo humano le importaba un carajo comparada con la belleza de un cadáver deshumanizado.
Tina Modotti, amante de Mella |
México, matadero por excelencia de la izquierda internacional, le abrió sus patas para, en venganza, abrirle a él las venas de América en la Tina. En la Tinísima (que se llamaba Assunta Adelaide Luigia, claro). Fue un crimen pasional. Hito fundacional de la bolerística de triángulos, con un retoque de mafia italiana y dictadura tropicalosa. Cayó Mella al descampado entre compañeros (roca daltónica que no vio venir la traición), su corazón roto por una mariachi con ínfulas de matahari. Y esto fue sólo el inicio de una reacción en cadena (¿revolución en cadena?) de "ajusticiamientos" que, una década después, no sería de extrañar que culminasen con la propia Tina en un taxi (vehículo preferido de Moscú para los trabajos sucios, acaso por ser emblemas del capitalismo auto-gestionario).
Los libros de escuelita primaria en Cuba, por supuesto, nos dan otro biopics no menos creíble que este complot ocurrido una noche sin luna de 1929 (no llegó ni a la edad de aquel Cristo en que él de ninguna forma creyó). Generaciones enteras de militantes cubanos se escandalizarían de ver cuán roja puede llegar a ser la Verdad. Matamos más y más a nuestro Nicanor cada 10 de enero, pero cualquier versión bucólica es respetable a la hora de habitar un paraíso devenido páramo. Los niños son la esperanza del mundo, incluso una esperanza mellada.
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