Mario J. Viera
Corea del Norte, mal llamada República Democrática de Corea, que no es república y mucho menos democracia, es la última tiranía salvaje del comunismo asiático. Una monarquía hereditaria sobre las espaldas de un pueblo menesteroso que se ve obligado, por ese disimulo propio de los súbditos del comunismo, a lagrimear y llorar por la muerte del tirano Kim Jong-il aunque quieran cantar de alegría.
Quizá el único gobierno en el mundo que denomina “hermana” a la dictadura coreana y que celebra como “fraternales” las relaciones mutuas, sea el gobierno de Raúl Castro. Que glamoroso fue el viceministro de Relaciones Exteriores, Marcos Rodríguez, al expresarse sobre la Corea del Norte y, de paso, mostrar su abellacamiento por el culto a la personalidad del tirano fundador de la dinastía norcoreana y el tirano fundador de la dinastía cubana: “Los fraternales lazos entre Cuba y la República Popular Democrática de Corea se nutren de la voluntad revolucionaria de nuestros pueblos en la construcción del Socialismo y están cimentados en el ánimo que desde un principio le imprimieron nuestros respectivos líderes, el Presidente Kim Il Sung y el Comandante en Jefe Fidel Castro”.
Esas fueron las emotivas palabras que se regalaron al representante de Kim Jong-il en Cuba como embajador saliente, Kwon Sung Choi y luego que el denominado Ministro de Relaciones Exteriores, Bruno Rodríguez Padilla, el hijito de Carlos Rafael Rodríguez, prendiera, muy emocionado, sobre la solapa del coreano la Medalla de la Amistad por orden de Raúl Castro (aunque dicen que fue propuesta por el Consejo de Estado).
Una nota del MINREX justificó el enmedallamiento diciendo: “Durante el desempeño de su Misión en nuestro país desde septiembre de 2007, el embajador Kwon se ha destacado en el impulso a diferentes esferas de las relaciones entre Cuba y la RPD de Corea”. Hay que averiguar cuáles son esas esferas, porque en cuanto a economía es muy probable que la Corea del Norte, la Corea de los Kim, tenga muy, pero muy poco que aportar.
Otra humillación más sobre el pueblo cubano aparte de la orden de izar a media asta el pabellón nacional por tres día en señal de duelo por un miserable tirano que la gran mayoría de los cubanos ni siquiera conocía su nombre.
Fue toda una solemne ceremonia la del pasado miércoles que expresa la vinculación entre las dos tiranías, con medallitas y sonrisitas. El coreano por supuesto consideró que el “sincero” mensaje enviado por Raúl Castro con motivo del fallecimiento del gran líder y el duelo decretado por el castrismo “demuestran la hermandad y la integridad moral que identifican a las relaciones entre ambos países”. ¡Dios mío! ¿Integridad moral? Parece ser verdad lo que muchos han dicho que la moral es bien relativa.
Y agrega el coreano: “Agradezco al estimado compañero Fidel Castro, quien en sus reflexiones, con lucidez y con la firmeza de sus principios revolucionarios, ha expresado su solidaridad al pueblo coreano”. Lucidez. Reflexiones. Castro ya no es lúcido, ya está tan degradado como su tiranía y reflexiona con la irreflexión propia de un senil cerebro.
La fraternidad entre los dos gobiernos es la lógica de dos sistemas repulsivos. ¡Que sigan sintiéndose mutuamente hermanos!; pero, por favor, ¿quién dijo que ambos pueblos se sientan hermanados con sus respectivas tiranías? Ni el embajador saliente ni el moscado viceministro de relaciones exteriores están capacitados a hablar a nombre de dos pueblos que no los han legitimado.
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