Alfredo Joignant. LA SEGUNDA. Chile
Instituto de Políticas Públicas Expansiva UDP. Universidad Diego Portales.
Tras un año de movilizaciones en las que el objeto del deseo (transformar radicalmente el modelo educacional desconociendo hasta la noción de obstáculo) se impuso al principio de realidad (esto es, un sentido de los límites en el que, en algún momento, se impone la certeza de que no todo es posible), varios de los líderes estudiantiles han acariciado la idea de crear un nuevo partido de izquierda. ¿Existe espacio para lograrlo, así como condiciones sociales y políticas para hacerlo? Ciertamente, los liderazgos existen, más allá de las diferencias entre individuos y grupos que quedan bien reflejadas en la multiplicación de listas de izquierda para la última elección de la FECh, y en bastante menor medida en la FEUC. Más profundamente, ¿es posible hacer partido manteniéndose en el cautivante romanticismo de las ideas, desafiando el principio de realidad y su ética de la responsabilidad e ignorando la racionalidad de las reformas que suponen inteligencia estratégica, paciencia histórica y un apego por el cambio gradual y acumulativo?
Durante años fue difícilmente imaginable siquiera la posibilidad de un nuevo partido de izquierda relevante, a lo menos (y sin ánimo de polemizar) desde la creación del PPD y de su traducción en izquierda blanda hace poco más de 20 años, entendiendo por blandura lo que ha sido precisamente su fórmula para el éxito: un partido con características catch-all y que carece de densidad ideológica respecto del PS y del PC. Un cuarto de siglo después, pareciera existir la oportunidad para fundar un nuevo partido de izquierda que se dice y piensa como tal, aprovechando tres condiciones aparentemente favorables. En primer lugar, la reciente expansión del electorado en alrededor de 4,7 millones de personas, de las que sabemos muchas son jóvenes, lo que podría redundar en alguna forma de congruencia programática con esta hipotética nueva izquierda. En segundo lugar, porque resulta evidente el agotamiento ideológico de la clásica izquierda socialista y comunista: mientras el PS se debate entre la necesidad de dar cuenta de su práctica de gobierno por dos décadas y programar ideológicamente el futuro, en el caso del PC bastó la insólita expresión de lamento por la muerte de un abyecto dictador comunista para recordar cuán agotados están ambos proyectos. En tercer lugar, porque todas las encuestas vienen registrando desde hace años una gran mayoría de chilenos que no se identifica con ninguno de los partidos existentes.
Pero, como en todo orden de cosas, existen también condiciones que conspiran en contra de esta nueva izquierda. La primera de ellas, de lejos la más delicada, consiste en transitar desde la experiencia estudiantil cargada de pasión y adrenalina a la vida activa sin morir atropellado por la adultez. La segunda tiene que ver con los rivales que esta eventual nueva fuerza enfrenta: partidos con historia larga, en donde la continuidad de las siglas no se sustenta en los efectos inerciales de la aerodinámica, sino más bien en culturas políticas muy arraigadas en la sociedad chilena. La tercera limitante tiene que ver con el propio sistema electoral binominal, el que premia a partidos pequeños siempre y cuando éstos negocien con una de las dos coaliciones que en Chile ostentan un poderío electoral combinado que oscila entre el 85% y el 95% de los votos en elecciones parlamentarias. Salvo que esta nueva izquierda pretenda preservar su condición de movimiento ahora político sin competir en elecciones: algo así como un MIR del siglo 21, aunque en condiciones que hace décadas dejaron de ser revolucionarias, abriendo así paso a reformas más o menos avanzadas dependiendo de las voluntades de cambio involucradas, de si se reivindica un proyecto político de largo plazo o simplemente programas tipo menú, en donde cada medida produce condiciones parciales de satisfacción y no un sentimiento de plenitud política que permite ver en toda circunstancia la ruta larga que aún queda por recorrer.
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