Lucas Garve
LA HABANA, Cuba, enero, http://www.cubanet.org/. El cierre de una serie de conferencia sobre los afrodescendientes realizada por la institución Casa de África de La Habana resultó ser la salida del cabildo al mediodía del 6 de enero, en La Habana Vieja. Una forma simbólica de conmemorar el Día de Reyes colonial, única oportunidad en el año cuando los amos blancos daban un día de asueto y jolgorio a los esclavos.
Participaron en la culminación del evento la tradicional comparsa del Alacrán con un grupo de tamboreros, etc. Iniciaron un recorrido desde la Calle de los Oficios, frente al Convento de San Francisco, seguidos por numeroso público formado en su mayoría por extranjeros turistas que solamente entendían la música producida por tambores, atabales y trompetas, tan diferente de las melodías europeas. ¡Maravilloso y pintoresco trópico!
Lo lamentable sucede cuando un evento supuestamente serio sobre los afrodescendientes tiene como colofón esta pintoresca comparsa que solamente expone uno de los aspectos externos de la identidad de este grupo que contribuyó tan grandemente a la formación de nuestra nacion.
La necesidad de los afrodescendientes cubanos de rescatar su identidad va más allá de unas horas de comparsa con disfraces de orishas yorubas, de bailoteo y desvirtuada música ritual yoruba que sufre un proceso de banalización a causa del empleo para fines alejados de los que fue creada.
Esta banalización corresponde justamente con esa mirada de blancos patricios y racistas que consideraban todo lo producido por negros y mestizos como algo de poca importancia, más bien adjetivo, nunca sujeto activo.
Y esta mentalidad todavía tiene profundas raíces en esta Cuba del siglo XXI, cuando la mayoría de los afrodescendientes cubanos ignora el rico legado que aquellos esclavos dejaron en esta tierra. Poco saben de sus antepasados más ilustres, sobresalientes, visibles.
Visibilidad que les ha sido negada, manipulada, reemplazada por ciertos estereotipos identitarios que marquen una presencia negra, pero que sea inservible para la transmutación en un motor de arranque que conduzca a los afrodescendientes al empoderamiento de sus derechos como seres sociales, con identidad propia.
Casi nada saben los afrodescendientes cubanos de las redes de confianza y ayuda mutua que se crearon a partir de esos cabildos, de la importancia de las asociaciones de negros y mestizos que existieron en Cuba desde finales del siglo XIX y fueron cerradas en 1961, porque el problema negro en Cuba “se solucionó” por decreto y, según el gobierno revolucionario triunfante, de golpe y porrazo. Y ahora, al cabo de 52 años, nos hablan de la presencia de secuelas de racismo en la isla.
Hace pocos días durante la clausura de un Foro de índole académica organizado por el CIR (Ciudadanos por la Integración Racial) una joven mestiza intervino espontáneamente para narrar la experiencia vivida en Santiago de Cuba cuando expuso una ponencia sobre la situación de la mujer negra en Cuba y cómo fue criticada por mujeres negras santiagueras que no reconocían que en Cuba encontraran huellas de racismo.
Eliminar el racismo no necesita de patrones dictados por una mayoría de académicos blancos empapados de la mirada blanca racista novecentista, ni de campañas de clientelismo político. Es imprescindible que las masas de afrodescendientes primero reconozcan su identidad y recuperen su imaginario oculto en una memoria histórica todavía incompleta, entonces tendrán capacidad de empoderamiento para recuperar ocupar el espacio público que les pertenece.
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